Por: Sofía Buelvas Puerta

Mirar a través de la ventana del bus suele ser un momento de reflexión y admiración de lo que nos rodea, del paisaje, que, se supone, se reconoce por el azul del cielo, el verde impregnado en las hojas de los árboles y en el pasto. Pero no aquí, no en Bogotá. Acá los árboles son reemplazados por enormes edificios de colores grisáceos; y el verde del pasto, por cemento duro y uniforme. 

Bogotá, capital colombiana, tiene una superficie de 1,772 km2. En este espacio anualmente se construyen más de 7.000 edificaciones distribuidas en apartamentos, casas, oficinas y obras públicas, según indica el Dane. Sin embargo, este mismo proceso urbanístico deja a su paso una gran cantidad de Residos de Construcción y Demolición (RCD) pues, según las cifras de la Secretaría Distrital de Ambiente (SDA), alrededor de 20 millones de toneladas son producidas cada año en la ciudad.  

Hay cuatro puntos autorizados en donde se pueden verter estos materiales: Cemex-La Fiscala,  Cantarrana, Serafín y Carabineros. Pero en las 20 localidades de Bogotá, según el informe de puntos críticos de 2017 de la SDA, hay más de 345 lugares en los que se acumulan este tipo de residuos.  

La situación resulta caótica e insostenible, pero como en cualquier historia sombría, en la que se cuelan destellos de luz entre los agujeros de las paredes, esta no es la excepción. Los escombros, las varillas, el cemento y las tablas utilizadas en las construcciones son empleados como materia prima para las obras de Mauricio Combariza, un artista bogotano de 47 años. 

El artista toma en sus manos un balde viejo salpicado de pintura y una espátula de metal. Antes de alzarlo, vierte en su interior cemento y agua y, usando la espátula, revuelve los ingredientes hasta lograr una mezcla viscosa y uniforme. Sube el balde a la mesa, ubicada en el centro de su taller, y vuelca el contenido en una pequeña bolsa plástica que acomoda con especial delicadeza sobre otras más, armando así una pila de bolsas de concreto que se encuentran encima de un trozo de madera con superficie gris, que consiguió en una de sus caminatas en búsqueda de materiales para sus creaciones.  

El artículo continúa abajo

Esta pequeña escultura es una de las 13 que hacen parte del trabajo que exhibió el 27 y 28 de octubre en la sexta edición de la Feria del Millón, un evento que reúne a diferentes artistas para que den a conocer su trabajo al público. 

Combariza nació un primero de octubre de 1970 en Bogotá; creció en el municipio de Soacha. En este lugar inició su acercamiento al mundo de las construcciones y, por ende, la relación con dichos materiales.  

“Mucho de lo que hago surge de mi memoria, pues he visto cómo se desarrolla la ciudad y cómo yo he sido parte de la construcción popular”, afirma. 

En su memoria reposan aventuras de su niñez en las que se iba con algunos de sus amigos a ladrilleras, que eran cercanas a su casa, para tomar los residuos restantes y revenderlos. Así ganaba entre 10 y 15 pesos, y se sentía el niño más afortunado del mundo pues podía llevar dinero a su casa.  

“A mí siempre me ha encantado ver los cerros de Monserrate, pero ahora hicieron en ellos dos edificios horribles, y aún si fueran atractivos no estoy de acuerdo con que los hayan construido ahí, ese no es espacio para hacer ese tipo de obras pues pasan a ser contaminación visual y ambiental”, agrega el escultor mientras frunce el ceño y expresa enojo e impotencia ante la situación.  

Al igual que Combariza, Pedro Uribe, un artista plástico bogotano de 24 años que utiliza residuos de construcción para sus obras, enfatiza en lo relevante que es el contexto social en el que el artista se encuentra para expresar la realidad y ser inspiración en sus creaciones.

En la actualidad, esa inspiración surge de perseguir de manera inimaginable el desarrollo, la cantidad de construcciones llevadas a cabo y cómo estos procesos conllevan a consecuencias únicas en las dinámicas sociales.  

No obstante, para Mauricio Combariza, no todo fue color de rosa, ya que a pesar de iniciar sus estudios de Artes Plásticas en el año 1998 en la Academia de Artes Guerrero, se graduó de ella 15 años después debido a la necesidad que tenía de conseguir un trabajo para solventar las necesidades económicas de su hogar. 

En este periodo de su vida trabajó 10 años en el área de Registro y Matrícula del Centro Colombo Americano, pero, afirma, no era realmente feliz. Además, solo de vez en cuando tomaba un lápiz para hacer uno que otro dibujo en un papel, puesto que su trabajo demandaba de mucho tiempo y no podía dedicarse completamente a lo que le apasionaba. 

“En medio de esa difícil situación, lo empezó a llamar nuevamente el arte, él puso un plazo de 6 meses para renunciar a ese trabajo y así dedicarse de lleno a lo que amaba”, comenta Jorge Magyaroff, su colega y amigo que lo conoce desde hace 20 años. 

Poco a poco le hizo caso a aquella vocación de artista. En el 2016 se instaló en un apartamento de un edificio ubicado en la calle 22 para así ocuparse únicamente de sus obras. Pero este edificio de apartamentos no es uno más del montón, ya que entrar en él significa inspirarse y respirar arte, y tiene nombre: Proyecto Faenza.  

Paredes con grafitis capaces de ocultar en gran medida el color blanco hueso que las reviste, las ventanas se encuentran rodeadas por un marco blanco clásico y unas delgadas rejas con figuras abstractas. Son 4 pisos de pura creatividad, pues en él tienen sus talleres 11 artistas, cada uno con un estilo único. Algunos de ellos son fotógrafos, otros escultores y otros, pintores. Juntos forman un conglomerado que, según afirma Magyaroff, buscan “hacer ruido” y de esta forma ser conocidos en el medio artístico e impulsar los trabajos que cada uno realiza. 

De este grupo de artistas hace parte Combariza, quien con sus obras pretende marcar una diferencia expresando lo que sucede en su entorno, tomar aquellos “desechos” de la urbanización, los escombros, emplearlos en sus obras artísticas y reincorporarlos a la sociedad transformados en elementos con un significado; pero, como él dice, sin borrar la huella que ya traen; la de la ciudad.  

“Nos pintan la idea de que como están haciendo edificios, la ciudad está evolucionando, está teniendo un desarrollo, pero cuando miras lo que implica el desarrollo también hay un trasfondo de involución en él”, expresa, refiriéndose a la urbanización acelerada en Bogotá. 

En cuanto a la recolección de los RCD en la ciudad, Tatiana Yaya, ingeniera ambiental de la Secretaría Distrital de Ambiente, afirma que es un proceso iniciado por el generador (persona natural o jurídica que produce los residuos); acto seguido, este debe registrarse en la página web para hacerle un seguimiento a la construcción. Posteriormente, debe establecer contacto con un transportador autorizado para la recolección de este material y, en este mismo proceso, cerciorarse de que mínimo el 25 % de los residuos producidos sean aprovechados en la construcción. Después, el porcentaje de escombros restantes son llevados a los vertederos.  

Benjamín Buelvas, ingeniero civil momposino de 47 años, resalta la importancia de la reutilización de los escombros en las construcciones, puesto que sirven para estabilizar terrenos, pavimentar vías para tráfico pesado, producir ladrillos, construir paseos públicos, muros y piezas de cerámica que no requieren procesamiento.  

Por el contrario, si no se procede de esta forma, estos materiales terminan en uno de los tantos puntos críticos de Bogotá convirtiéndose así en la visible consecuencia del desmedido desarrollo de la capital del país. 

Este es uno de los procesos de los que surge la inspiración de Mauricio Combariza, de una serie de acciones que al analizarlas muestran los valores en los que se fundamente la sociedad actual; es decir, un materialismo desmedido.  

“Estos mismos residuos pueden reutilizarse de una manera diferente, ahí entra en juego la creatividad y la imaginación del artista para así hacer cosas distintas”, comenta Benjamín Buelvas. 

Por ello, Mauricio Combariza toma sus baldes desgastados por el trajín diario y camina expectante las calles de la ciudad, llenándolos de escombros, tablas y demás materiales que encuentra para expresarse, y, posiblemente, para hacer una tarea más ardua de la que cree, transformar un elemento que el sistema desechó, pero que él plasmando esperanza y dedicación volverá a hacerlo parte de la muy aclamada sociedad del “desarrollo”. 

Autor: Sofía Buelvas Puerta, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de la Sabana. 

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.