Mi mujer me compartió un video. Era de Hilaria Baldwin haciendo “ejercicio casual” en su impecable baño, de su impecable apartamento en Manhattan. Un cuerpazo, sin duda. Para estar seguro, vi el video como 87 veces.

—Quiero ese cuerpo —me escribió mi esposa.

—Ufff —le respondí—. Yo también.

—¿Tú también qué?

—Yo también quisiera que tuvieras ese cuerpo.

—¿¿¿Perdón???

Pues yo también quiero tener un cuerpo de influenciador “fitness” en Instagram, ser un hombre sexi y bronceado. Que mi esposa no tuviera que ver “50 sombras de grey” para fantasear con un torso perfecto (y que ahora no niegue que le gustaría verme con un cuerpo así). Que yo pudiera levantarme en las mañanas, en mi versión criolla de Christian Grey, y pudiera ofrecerle huevos pericos… pero unos huevos en los que hubiera usado mi abdomen para rallar el gajo de cebolla y el pedazo de tomate. “Ahí tiene, ‘mija’… Sus huevos favoritos, hechos con su ‘rallador’ favorito”. Entonces mi mujer no podría aguantarse semejante galán, y me poseería en la mesa del comedor (qué huevos pericos ni qué nada). Yo le diría cosas morbosas al oído: “Aquí tiene esta ‘chocolatina’ pa’ que se empalague… Aquí tiene este ‘sixpack’ pa’ que se emborrache… Después la dejo restregar aquí mismo la ropita que tenga para lavar”.

Que los botones ya no digan “me gusta” sino “yo también estoy gord@”

Pero no. La vida real no es así. Y aún así queremos tenerla. Seguimos aquello que “nos inspira”, aquello que deseamos ser, aquellos momentos que también quisiéramos para nosotros. Le damos “me gusta” a un cuerpo definido, un paraje exótico, una frase inspiradora, una situación divertida. Al mismo tiempo, compartimos nuestros mejores instantes, así a veces tengamos que forzarlos un poquito: una sonrisa congelada por cinco segundos para salir con nuestra expresión ya probada junto a un grupo de amigos #Friends; una foto en una playa o en una piscina, mostrando nuestras piernas (porque si mostráramos más, pues se verían los gorditos) #EnElMarLaVidaEsMásSabrosa; una imagen desde el interior del avión, mostrando la turbina y el cielo, prometiendo nuevas aventuras laborales en otras ciudades #NiElCieloEsElLímite; un plato recién servido, de aspecto “gourmet” #PequeñosPlaceres; un vino con una bonita vista de fondo, junto a nuestra pareja #LoveIsInTheAir.

¿Y si me dejara ver la barriga? ¿Si no la escondiera como si fuera una amante, evitando a toda costa que aparezca en las fotos? ¿Si la presentara en sociedad como se merece? “Aquí, con mi compañera de mil batallas… mi cómplice… ni mi mujer me acolita tanto #LoveIsInTheAir”. Las opciones para reaccionar no serían “me gusta” o “me encanta”, sino “me siento identificado” o “yo también soy gord@”.

En el trabajo, los viajes son la excepción. La mayor parte de nuestro tiempo laboral se va en una oficina, frente a un computador, trabajando hasta tarde, bajo una luz blanca. Esa es la foto. Que alguien reaccione con el botón “yo también pierdo tanto tiempo en el día que me toca compensarlo en las noches”. Permanecemos muchas horas en salas de reuniones donde generalmente hace calor y huele mucho a gente. Clic en “a mí también me suda el bozo en esas reuniones”.

Mención especial merecemos quienes, a veces, hacemos las veces de conferencistas. Subimos nuestras fotos más interesantes, ojalá con micrófono de diadema, agradeciendo por la oportunidad de compartir nuestro invaluable conocimiento. Basta girar la cámara para encontrarse auditorios semivacíos (igual que los presidentes en la ONU, y después los criticamos por mentirosos). Si compartiéramos esa imagen, la de los cuatro gatos escuchando lo que tenemos para decir, el botón para reaccionar sería “yo tampoco iría a verlo”.

¿Que tal un poco de escarnio propio?

Criticamos a nuestros políticos y a esos ciudadanos grabados in fraganti, borrachos en un avión o escapando al deber de recoger el popó de sus perros… ¿Qué tal si nos grabamos a nosotros mismos haciendo algo cuestionable? ¿Qué tal un poco de escarnio propio? ¿Qué tal una pizca de autocrítica? “Tarde como siempre para la oficina”, “Me encontraron otra caries en el odontólogo”, “Fui agresivo con mi pareja”, “Le hablé golpeado a mi mamá”, “Nunca hago un ‘pare’ cuando manejo”. Seguramente los botones más usados para reaccionar a esas publicaciones serían “maldita sea, yo soy así” y “también quiero cambiar, pero no puedo”.

He sido particularmente culpable de publicar los momentos más excepcionales de mi bebé, sus más ocurrentes pilatunas, sus momentos más tiernos. Pero me he olvidado de publicar sus llantos más estridentes, sus manotazos más certeros y sus pataletas más insoportables. Son instantes tan perturbadores que lo último que uno piensa es en sacar el teléfono para hacer un video.

Reza así aquella frase que ya no es de nadie porque la usamos todos: “La vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento”. Pues uno también queda sin aliento cuando se sube dos kilos en un fin de semana, o cuando lleva ocho horas de tedio frente a un computador, o cuando acaba de darle comida a un bebé que estuvo todo el tiempo botando el almuerzo al piso.

No digo que esté mal publicar los momentos bellos y excepcionales (si tuviera un abdomen forrado, no lo duden, haría tutoriales en YouTube rallando cebollas y tomates y estregando cucos en mi barriga tonificada). Digo que, en una red social antisexi, podríamos encontrarnos en lo que somos a diario, y no en lo que apenas alcanzamos a ser de vez en cuando.

***

Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La próxima, el miércoles 14 de agosto: “Testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

“Endiosamos a nuestros padres y con los años nos damos cuenta de que son humanos”

“Me la paso compitiendo con mi esposa aunque ella no lo sabe”

“¿A cuento de qué tengo que salir de la zona de confort si tanto luché para llegar a ella?

“Propuesta al mundo mundial: revaluemos los piropos”

“Las manos son como un par de hijas: a una se le exige y sale adelante, la otra…”

“Carta abierta de un aficionado al Play Station”

“Más que un niño interior, tengo un adolescente interior… y es un petardo”

“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

“Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré”

“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.