Anhelando, al Universo, que ellos, los chiquiticos de la casa, no crezcan más, que se queden así pequeñitos, sensibles, inocentes, pulcros e inofensivos.

Que se queden con esas manitas regorditas que alcanzan a cobijar hasta los codos, dejando solo en evidencia un puntico de piel hundida. Que se queden con esas líneas de expresión en la entrepierna, no producto del gimnasio, sino de la buena vida: dormir, comer y seguir durmiendo.

Que se queden pequeños para que bailen sin vergüenza y hasta sin ritmo, pero con el tumbado de la libertad. Para que digan con sinceridad lo que sienten, lo que ven, sin el veto de un adulto que ya le ha enseñado la hazaña de mentir. Que se queden pequeñitos para que sigan deseando felizmente los viernes, no para salir con amigos, sino para dormir en el cuarto de los papás.

Que se queden así, pequeñitos, para verlos correr todo el tiempo, porque a esas edades no suelen caminar; que se queden chiquitos, para divisarlos con esos arrebatos de ‘mamitis’ o de ‘papitis’ donde solo deseen brazos, besos, seno o hasta piernas para soportar sus miedos.

Que se queden así, chiquititos, para que nos busquen para bajar las escaleras; para que nos inviten al baño con la excusa de necesitar ayuda; para que podamos peinarlos a nuestro estilo y elegir una y mil veces más ese vestido con el que nos encanta verlos.

Que se queden así, chiquititos, para que nos sigan enseñando a reír toda una tarde a punta de cosquillas, escondite, guerra de almohadas y juegos de voces. Para poder agacharnos y cargarlos sin que nos duela la espalda, sin que nos traqueen las rodillas. Chiquitos, por favor, para que ese cuerpecito diminuto quepa en nuestros brazos y sean nuestras manos la hamaca predilecta para descansar.

Que se queden así, pequeñitos, para sentir la fragilidad de su peso, de su inocencia y mezclarla con ese profundo amor inmenso y vital.

Que se queden así, pequeñitos, para ver cómo siguen colgando esos diminutos pies cuando se sientan en la silla de papá. Para ver cómo ese corazón perdona regaños y ofrece disculpas con la mirada, funcionando esto como las mejores conquistas de amor.

Que se queden así, pequeñitos, para que me estampilles de besos sin sentir vergüenza frente a tus amigos. Para que te empines al desear mis abrazos. Para que sean más los cientos de dibujos en los que nos pintes a mamá y a papá. Para que sigas repitiendo una y otra vez más que nunca te casarás. Que te quedarás viviendo por siempre en casa de papás.

Que se queden así, pequeñitos, para que irradies tanta alegría al verme, como cuando lo haces al estar en pleno escenario de teatro, divisarme a lo lejos y gritar felizmente: “Hola mamá”.

Pero sabes, no lo harás. Es mucho pedir. No pasará, porque la naturaleza es soltar y dejar volar. Pero qué carajos cuando uno quiere soñar y recordar. En mi mente siempre estarán esas sonrisas mientras dormías y esos pucheros que nunca volverán. Recordaré siempre tu llanto al dejarte en el jardín, tu rostro feliz al recogerte, tus manos extendidas cuando anhelabas mi corazón y cuantas travesuras contagiaban mi mente.

Debes saber que con los años, nuestro amor de padres seguirá intacto e incondicional. Seguiremos toda una vida esperando y disfrutando de esos dulces besos y abrazos repentinos. De esas manos que siempre reclamaban por las nuestras. De esas pasadas nocturnas a nuestra habitación.

Así que no me reclames. No me juzgues por anhelar algo que no pasará. No me critiques ni me trates de sobreprotectora. Cuando seas padre podrás entenderme. Por ahora, entiende que aunque te crezcas y me niegue a aceptarlo, y aun así tú teniendo 20, 40 o 60 años, siempre serás mi bebé, Mi gran bebé. Porque la razón de una madre o de un padre no se mide con la edad, sino con el centímetro del súper amor.

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