Me quedo imaginando quién es ese incapaz de pensar en el prójimo; qué tipo de ser humano parquea con esa desconsideración por el otro; qué clase de sociópata pone las llantas sobre la división entre dos estacionamientos, como diciendo: “Lo importante es que ya parqueé yo. El que venga, que se joda”. Deben ser personas que creen que llegar primero da derecho a someter al que viene de segundo, animados por algunas frases populares: “El que primero se arrodilla, primero se confiesa”; “El que primero lo huele, debajo lo tiene”.

Recreo en mi cabeza todos esos escenarios en los que “el inconsciente de la línea del parqueadero” ocupa más espacio del permitido. En la cama debe dormir como un animal salvaje, como una bestia sin control, sí, con las patas abiertas, cruzando la división imaginaria que separa su lado del lado de su pareja. Seguramente, el muy cafre, es de los que come con los codos abiertos, incomodando a los comensales de los costados, obligándolos a manipular los cubiertos con los brazos pegados a las costillas y apenas sacando las manitas como si fueran unos tiranosaurios rex amansados y pusilánimes.

Creo que no se debe confiar en quien parquea cruzando la línea. Quien no respete una división tan clara, seguramente, es alguien que no conoce límites. Son los mismos que cuando bailan, bajan la mano más allá de la cintura y ponen sus cochinos dedos a la altura del coxis. Deben también salirse de las márgenes, firmar por fuera del recuadro, colorear mandalas como un niño de prekinder, orinar el bizcocho y no limpiarlo.

Cualquier empresa debería mirar cómo parquean sus aspirantes a una vacante, antes de siquiera pensar en contratarlos. Al que vean que estaciona atravesado, deberían ponerlo en su lugar, darle un sermón al mejor estilo de Paquita la del barrio: “Usted no conoce límites, rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho. Usted debe ser de los que invade el cubículo de los compañeros de trabajo, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija, cuánto daño has hecho”.

Cualquiera que quiera casarse con otra persona, debería mirar antes cómo parquea su futuro esposo o esposa, para sorprenderlo en el altar con una merecida humillación: “No, no acepto…. Vi cómo estacionaste, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida, te odio y te desprecio”. Más aún, el Congreso debería expedir una ley que impida contratar a quienes pisen con las llantas de sus carros el estacionamiento contiguo:

—Has quedado descalificado del proceso de contratación porque constatamos que no sabes respetar límites.

—¿Yo?

—Sí, tú, rata de dos patas, te estoy hablando a ti. Porque un bicho rastrero, aún siendo el más maldito, comparado contigo, se queda muy chiquitooooo.

Deberían suspender sus cuentas de Instagram, reportarlos en Datacrédito, inhabilitarlos para hacer política, ponerlos de últimos en la lista de espera de la vacuna contra el Covid-19, negarles la suscripción a Disney Plus, impedirles recibir domicilios en sus casas, limitar a un mega su conexión de Internet, solo dejarlos hacer y recibir llamadas en teléfonos fijos, autorizarles el uso de apenas tres emojis en WhatsApp, condenarlos a ver únicamente la programación del canal RCN.

He pensado en hacer justicia por mi propia cuenta y esperar al infractor para destruirlo, sí, ANIQUILARLO con mis propias manos, grabándolo con el celular mientras lo expongo en público y después subo el video a mis redes sociales:

—¡Véalo! ¡Véalo! ¡Este es el desgraciado! ¡Vean cómo parqueó! ¡Inculto! ¡In-cul-to! Y ni siquiera tiene tapabocas… ¿Cómo me dijo?… ¡Uishhh! Tan grosero… ¿Con esa boca rezó la novena? ¿Con esa jetica leyó la oración a la santísima Virgen? Apareció la oveja arisca… ¡Ah!… ¡Ahora me va a pegar! ¡Tras del hecho!… ¡Le salí a deber! ¡No me pegue! ¡No-me-pe-gue! ¡Vea! ¡Me botó el celular!… ¡Me lo paga! ¡Me-lo-pa-ga! Vean la placa, pa’ que hagamos famoso a este cretino: HILARANTE, AGUACATE, TERMODINÁMICA, 609… Bueno, para no hacerlo tan complicado: HILO, AGUA, TERMO, 609. O sea, HAT-609. Mejor dicho, como sombrero en inglés. ¡No-me-pe-gue!

Es una pérdida de tiempo tanta indignación. Gasto demasiada energía en esas peleas mentales inútiles e irrelevantes. Bien podría seguir adelante y buscar otro parqueadero libre, como hago siempre, pero sin hacerme tremendo “video” en la cabeza, como hago siempre. Sería tan sencillo como no quedarme pensando en el tema, pero me es imposible, ni siquiera después de constatar que no todos los que parquean mal son personas despreciables. Fue el día que vi, en el edificio en el que vivo, las llantas de mi propio carro sobre la línea que separa nuestro estacionamiento de uno de los vecinos. Mi esposa lo había dejado así. Doy fe de que ella, en general, sabe respetar límites. No invade mi espacio de la cama, ni come con los codos abiertos, ni colorea mandalas como un niño de prekinder. Simplemente, parquear no es la destreza que más se le facilita. Tal vez, además, cuenta con la suerte de no ser tan psicorrígida ni tan “empeliculada” como yo.

***

Sígame como @AGOMOSO en Twitter, Facebook e Instagram.

Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La anterior: “Pregunta de un ateo: ¿Le digo a mi hijo que el Niño Dios no existe?”.

TODAS las 55 columnas anteriores, en este enlace.

La próxima, el miércoles 13 de enero: “Aunque hablo duro y esfuerzo la voz, la gente no me presta atención”.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.