Discurso populista que se ha tomado a Colombia, y que ya ha dejado serias certezas de abandono e inseguridad en las principales ciudades de la nación, desdibuja las buenas costumbres en el ejercicio de la democracia. Manipulación, distorsión ideológica y oportunismo se destila en las acciones del insigne candidato que en su “pacto con el Jesús que prefiere a los pobres” se aproximó al Vaticano para captar incautos, el fariseo distanciamiento de Oxigeno Verde con las maquinarias políticas que sumen al país en la corrupción, o la hipócrita actitud del concejal caldense que pidió un servicio de InDriver y luego denunció al conductor. Adoctrinamiento de la moral disfrazado de misericordia, ecología y solidaridad es la muestra palpable de un diablo reuniendo discípulos, desde la miseria política tradicional, en busca de votos.
Modelo ideológico que se quiere imponer en Colombia tiñe de zozobra, inseguridad, violencia y odio el ambiente social. El país está sometido a la escasa decencia de seres humanos, presentes en todos los gremios o grupos poblacionales; desviaciones comportamentales que se materializan con sujetos oportunistas que plagan cada una de las campañas, corruptos, de carrera política por años, que quieren hacer creer que se desmarcaron de los partidos tradicionales y sus dinámicas, y el adoctrinamiento periodístico que ejercen quienes se venden como independientes y correctos, pero no son más que mercenarios de la información como se ha venido comprobando en las confesiones de quienes buscan acuerdos con la Fiscalía. Nación del Sagrado Corazón es la que está al frente de todos y en donde se le da mayor valor y relevancia a la palabra de los bandidos que a la de los ciudadanos de bien.
La campaña política que ahora se vive, en cada uno de los rincones de la geografía nacional, trae consigo enconados pronunciamientos de quienes hablan y hablan para lanzar propuestas populistas que de fondo en nada atienden las necesidades del país, y muchas de ellas son inalcanzables. Problema complejo del colectivo social está en la credibilidad y relevancia que se les da a las redes sociales y el desechar las referencias de la historia colombiana que permiten confirmar el odio que genera quien se cree el “mesías” salvador de la nación, pero cuando tuvo la oportunidad de ejercer el poder fue pésimo en ejecución y gestión. Elección coyuntural de los colombianos está en las manos de los jóvenes que pasaron del fútbol y la rumba, creyéndose los más felices del mundo, a una realidad en la que despertaron y no tienen muy claro qué hacer.
Echarle la culpa al uno y al otro, marchar sin saber por qué, destruir los bienes públicos y privados porque sí o porque no, servir de idiota útil a los intereses de una corriente humana que dice tener un pacto histórico por Colombia, distrae la atención sobre lo verdaderamente importante, un voto de opinión que obligue a dar un giro de 180º en la forma de hacer política en el país. Los candidatos a la presidencia de la nación, en los primeros actos de campaña, ya demuestran lo rastreros, egocéntricos, ambiciosos y egoístas que son; sin haber entrado en la contienda formalmente sacan a flote la podredumbre de una ralea política que se vende por lo que sea y está dispuesta a hacer alianzas o coaliciones con cualquiera para alcanzar sus propósitos en el poder. Seria incógnita se teje sobre el futuro de la nación con unos aspirantes a la primera magistratura incapaces de construir una propuesta, plan de gobierno serio y responsable.
Qué se puede esperar de una nación que atónita, y sin la menor reacción, observa el apetito voraz de lagartos caciques que están a la expectativa, de las encuestas y los resultados de las elecciones legislativas, para sumar a candidatos el apoyo de vetustas trincheras, como el Partido Liberal, a cambio de cuotas burocráticas. Politiqueros de siempre, para seguir vigentes, están dispuestos a vender su alma al diablo, y más ahora que pudo reunirse con el sumo Pontífice en la Santa Sede. El país se hace cada vez más inviable entre la corrupción que lo está acabando, la sed de poder y la ambición de politiqueros que se apoderaron de las ideas y pensamientos de un pueblo inocente y desorientado que cree en cantos de sirenas. Atomización de candidaturas, desgaste propio de las consultas interpartidistas y propuestas independientes, deja libre el camino para quienes buscan con artimañas captar la atención de quienes caen en las mentiras, el populismo, las bolsas y la oscuridad del líder humano.
Recepción o no de apoyos pierde escenario ante las descaradas y cínicas actitudes que ciega a un grueso del colectivo social que no puede, o se niega, ver lo que es evidente. Desfiguración de la realidad, desde la que sustenta una propuesta política, hace ver a los buenos como malos y a los canallas como salvadores. Llamado a los colombianos es a ver lo bueno y malo del pasado para que se mire al futuro con optimismo y se le de oportunidad a nuevos líderes y protagonistas que refresquen el día a día de la nación. Descomposición de la condición humana acompaña la doble moral de candidatos que no saben cómo desviar el rumbo de una campaña en la que los colombianos están pensando en, amplia mayoría, dar el voto a un personaje incendiario que busca acabar con el país y, al igual que la clase política tradicional, demuestra que no es digno de estar en la dirección de Colombia.
Fanatismo extremista, que acompaña a los comunistas disfrazados de socialistas, lleva a que los irreflexivos colectivos ciudadanos apuesten por poner los destinos de la nación en manos de ex-militantes guerrilleros que tienen como propósito acabar con las libertades y la democracia colombiana. Oscuro y enmarañado es el futuro próximo de un país que, en el momento más crucial de su historia democrática, no pone los pies en la tierra y toma decisiones con cabeza fría y en uso de todos sus cabales. Por estar poniendo la confianza y centrando la fe y esperanza en cuanto mortal, estampita, estatua, líder político, religioso, encíclica, artista, deportista, o personaje encantador de serpientes es que al final salen desengañados y tristes. Actualidad de la contienda electoral demuestra que todos son iguales, quien necesita votos hace hasta lo imposible para ganarlos, así sea en contraposición a sus convicciones que son de conocimiento público.
Acuerdos burocráticos que ahora se tejen son el reflejo de un clientelismo que, desde la lucha social de la primera línea, la necesidad de las clases menos favorecidas y la inclusión de células urbanas pulveriza la democracia y la paz de una nación sin rumbo definido. Reunión con el presidente de España, diálogos con el mandatario electo de Chile, visita al Papa Francisco en el Vaticano y cena con el economista Thomas Piketty son los esfuerzos de una fuerza humana para demostrar una sólida agenda internacional, pero que en el fondo sabe que los números de votos no les dan para ganar y están buscando alianzas con cuanto duende les acepte comprarles el alma. Clásica es la estrategia de tirársela de ganador en el exterior mientras en Colombia se anda desesperado buscando votos sin ganarse el respeto del electorado con una política sin principios.
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