Caos orquestado por los sindicatos, con fines políticos y no sociales, que embaucó a colectivos estudiantiles, cabildos indígenas y agrupaciones ciudadanas para ir a la calle, bajo los mezquinos intereses de quienes fungen de progresistas para la constitución de una Colombia humana, complejizó el panorama epidemiológico de la nación. Preocupantes cifras de contagios y muertes, que ronda por estos días la geografía nacional, son la consecuencia del irresponsable proceder de quien cínica y soterradamente, desde el odio que destila en su proceder en plaza pública y escenarios digitales, incitó un paro violento que trajo consigo las aglomeraciones y la confrontación poblacional con los agentes del orden. Si bien los más de 100 mil muertos por la Covid–19 no se pueden atribuir solo al inconformismo ciudadano, sí tiene una alta dosis de culpa en las innumerables víctimas que ahora se contabilizan.
Incitación a la irreverencia es muy grave y solo conduce al país a una tragedia sin precedentes. Activismo político sobre conciencia social, de la que carecen el líder de los humanos y su sanedrín, tiene en jaque la, ya resquebrajada y maltrecha, salud pública que cuestionablemente atendió el gobierno nacional en medio de la pandemia. Incauto es pensar y creer que el incremento en los contagios es exclusivo de la reactivación económica, y quienes salen a trabajar, cuando los servicios de urgencias están atestados de vagos, intrépidos e imprudentes que salieron a protestar en multitud sin conservar el distanciamiento y los protocolos de bioseguridad. En la crisis es cuando se conoce el talante de quienes vociferaban e impedían toda acción proactiva frente a la epidemia mundial y ahora reculan como los cobardes que son.
Nefasto lastre es el que acompaña la sed de poder del “Sensei” de los humanos y los oscuros directivos, de las centrales obreras y la federación de educadores, que convocaron a la destrucción del país en medio de la pandemia más horrorosa del último siglo. Normalización que le da poco valor a la vida en Colombia denota la escasa formación socio emocional de una generación de ciudadanos que desdibujaron el significado de cuatro valores: tolerancia, solidaridad, honestidad y respeto. Degradación del colectivo fragmenta una nación en la que la falta de mesura hace parte del paisaje la jungla salvaje territorial en la que comienzan a aparecer brazos, piernas, cabezas y restos de cuerpos que son utilizados como bandera política de la oposición para cobrar revancha con el gobierno.
Pérdida de la sensibilidad humana es hacer uso de la muerte de un joven, un policía, un soldado o un ciudadano sin pensar en el dolor de una familia, unos amigos y la propia sociedad. Guerra fratricida que acompañó al país, en el conflicto más antiguo del continente, llama a deponer los ánimos y no buscar nuevas aristas que reaviven el dolor; todo ser social tiene derechos, pero también deberes con los demás, y en Colombia está tomando carrera una alarmante sevicia que no soluciona absolutamente nada. El diálogo, las acciones y las actitudes deben ser el estandarte responsable hacia las urnas en el 2.022; transformación que necesita la nación se dará en la participación a través del voto consciente que conllevará a la renovación y consolidación de un Congreso con fuerza y carácter político para abordar, con altura, los temas de fondo que aquejan a la patria.
Reforma verdadera y estructural de Colombia requiere una intervención de fondo en la agenda de la nación y la unión del colectivo social para renovar a la clase dirigente. Voto honesto debe sacar a corruptos, clientelistas y burócratas del escenario público, borregos mansos que en los altos cargos de elección se han encargado de maquillar la noción de realidad. Responsabilidad política, individual y colectiva, llama a recuperar un sentido ético de la administración pública y cuidado de la dignidad humana. Diálogo como país exalta la conformación de una mesa de negociación sólida donde se escuche la voz de cada uno de los sectores y no solo las anacrónicas manifestaciones de un Comité que no representa sino sus propios intereses electorales. Secreto a voces es la urgente necesidad de una constituyente que restituya el orden democrático y cambie el ambiente de corrupción que carcome a entidades oficiales.
El cambio no está encarnado en quienes se hacen ver como potentados salvadores, génesis del mal con nula capacidad gestora que en ejercicio del poder local evidenciaron que alejados están de promover acciones reales que apuesten al desarrollo de nuevas oportunidades para todos los colombianos. Inclusión, comprensión y participación de cada una de las partes, aceptación del otro desde sus diferencias, debe ser un compromiso social y estatal de Colombia en el marco de una sociedad en la que es pecado y objeto de amenaza el pensar diferente. Antes que tirar culpas unos a otros, es necesario asumir la cuota de responsabilidad que le asiste a cada uno: el gobierno nacional y su testaruda apuesta de primar la economía sobre la vida; la oposición y su requerimiento de resistencia en la calle sin pensar en el colapso UCI que ahora se vive; gobiernos locales y su afán de protagonismo pensando en los próximos comicios.
Terrible escollo que afronta el sistema de salud encumbra la perentoria necesidad de suspender las protestas y acelerar la vacunación masiva, aprender de los errores del pasado y poner los pies en la tierra para comprender que llegó el momento de dejar de lado los egos personales para generar empatía y solidaridad con los más de 11 mil hogares que han perdido un familiar, por la Covid–19. La actitud de los politiqueros que solo generan odio, pese a decir que predican la política del amor, denotan la falta de cultura ciudadana que conduce al autocuidado, así el cansancio sea generalizado por el confinamiento que rompió la normalidad social. Dolor de patria producen aquellos que no los sensibiliza las 100 mil muertes, que el mal le ha causado a Colombia, y no se preocupan por cuidarse y cuidar a los demás, aquellos que siguen de fiesta, protestas y bloqueos y publican, en los escenarios sociales, sus proezas como si nada.
La primera línea de resistencia, que debería ser de cambio, debe pasar de la denuncia constante de violación a los derechos humanos a establecer la corresponsabilidad que asiste a quienes los usaron, instrumentalizaron y enviaron a la calle. Como sociedad es insostenible el régimen del terror que se ha instaurado en los sectores aledaños a los portales de las Américas, Suba y Usme, espacio público tomado por los delincuentes y vándalos que están acabando con parques y entornos residenciales al tiempo que mantienen secuestrados a los ciudadanos en sus viviendas. Colombia requiere de políticas de estado que reactiven la economía, recuperen el empleo y empoderen la educación para resignificar el valor de la familia.
Afán inusitado por reactivar el aparato productivo del país; condescendencia con el apetito de los conglomerados industriales; corrupción política; necesidades primarias de subsistencia; indolencia con la realidad social del grueso poblacional; y demás circunstancias del día a día; permiten evidenciar un contexto de percepción del riesgo desgastado desde el que afloran preocupantes conductas psicosociales.
Cálculo político de la oposición despierta a Colombia en medio de la cruda realidad que afronta en su entorno y los difíciles días que están por venir; dietario informativo sigue haciendo frente a múltiples detalles del acontecer nacional y los problemas se seguirán acrecentando dada las divergencias de la derecha y la izquierda ideológica. El ambiente minado con información confusa, y confianza agotada, pide un plan de choque y coordinación interinstitucional que atienda la alarma de un sistema de salud deficitario, la economía en recesión y las necesidades de la población vulnerable; al presidente le llegó el momento de tomar acciones, imponer el orden, prestar atención a los índices de pobreza y asumir compromisos responsables con la situación actual de la nación.
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