¿Y que es en esa línea tenue y gris donde reside la oportunidad del poder? El ex fiscal y el ex guerrillero como espejos ciudadanos de un mismo Estado y desde sus propias circunstancias, terminan juntos en un momento de redención, de pérdida y caída, de cárcel para uno y de huida para el otro, que es otra forma de evadirse, otra prisión…

Porque ya han jugado sus cartas. El uno desde el seno de la institucionalidad donde ha medrado como funcionario público al tiempo que defensor de negocios privados; el otro desde el juego de la subversión en proceso de desarme y que al parecer utilizó el fuero de la paz para delinquir, como si para ambos abusar del poder fuera la definición del mismo y la corrupción, la gasolina para mover la institucionalidad tanto con armas como sin ellas.

¿Es uno solo o son dos sombras de un mismo hombre? ¿Acaso es un tipo de ciudadano que ambiciona el poder y está dispuesto a jugarse todo principio por alcanzar los resultados?

¿Quién se sirve de quién? ¿El exfiscal del exguerrillero al renunciar y negarse a acatar su no extradición dejándolo en el centro de la aparente discordia entre la autonomía de la justicia colombiana y la discrecionalidad de la JEP para “desafíar” el tratado de extradición?

Carlos Mendoza Latorre

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¿El ex guerrillero del ex fiscal al convertirse en el símbolo frágil del proceso de paz, al que se suman un aparente intento de suicidio, una corta salida de la cárcel en silla de ruedas y en estado de inconsciencia, apenas como para sembrar un posible vicio procesal por su recaptura y sugerir también la imagen de que la justicia no es justicia con un hombre llevado a una escena de dificultad?

¿A quién creerle? ¿Al abogado que al parecer “legalizó” entre corporaciones un pago de sobornos para las licitaciones de Odebrecht y que ahora se yergue como defensor del Estado de derecho y “exhorta a la ciudadanía a movilizarse con determinación por el restablecimiento de la legalidad y la defensa de la paz (…)”?

¿O al exguerrillero que fue jefe de propaganda y comunicaciones de las FARC, que “quizás, quizás, quizás” pediría perdón a las víctimas y que ha sabido actuar antes, durante y después del proceso de paz, y cuya mediatizada actuación ilícita por narcotráfico lo ubica en el inmerecido símbolo de un acuerdo de paz bombardeado por el ánimo de venganza, polarización y politización de la justicia?

¿Podemos creerle al exfiscal que involucra la cooperación internacional para llevar contra las cuerdas a la justicia colombiana y sugerir que la única aplicable no es la colombiana de donde se lucra pero que es impune en los casos que no defiende, obviando que el potencial exilio de un ciudadano también es funcional y conveniente cuando se trata de buscar silencio?

Porque el libreto de la puesta en escena que revela el gran truco de la Fiscalia fue al parecer entregarle pruebas incompletas a la JEP -videos sin audio- con la prevención cierta o no de su sesgo para juzgar al exguerrillero, pero con la intencionalidad de que al garantizar la garantía de no extradición, se la pudiera acusar de tribunal impune y graduar de paria ante el país como efectivamente ocurrió.

Pareciera que nos dijera: “Acérquense. Más. Porque cuanto más crean que ven, más fácil será el engaño. Porque ¿qué es ver? Uno mira, pero lo que realmente hace es filtrar, interpretar, buscar significado. ¿Mi trabajo? Atraer el más preciado de los regalos que me hacen: su atención. Y utilizarla en su contra” (Los Ilusionistas – Louis Leterrier).

Carlos Mendoza Latorre

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De esta manera, el presunto delito de narcotráfico del ex guerrillero le sirve al exfiscal cuestionado, para erguirse en defensor de la justicia, esa misma que viene pisándole los pasos para juzgarlo por sus impedimentos y conflictos de interés. ¿Es esa su versión de desafío al orden jurídico?

La tramoya le facilita una salida decorosa, que su última aparición sea la del investigador que acusa y no la del infractor que se defiende, procurando eso sí el prestigio personal a costa del desgaste institucional para que la culpa se dilate, se embolate, nunca llegue o llegue tarde, confiando en que el poder político de los jueces lo rescate y la justicia que reclama para los demás a él lo ignore, lo consienta, le sea ajena.

¿Debemos admirarlos o temerles? ¿El castigo es olvidarlos? ¿O son el exfiscal y el exguerrillero, ejemplos conspicuos de un Estado hecho trizas por los abusos de la fuerza y de la corrupción del poder, del manoseo de las posibilidades al alcance, de cómo se tuerce el derecho y la institucionalidad para nunca perder?

¿Son héroes en su destreza, pero villanos en sus propósitos y su arte es la pericia del engaño? Nadie puede negar su inteligencia, pero ¿son acaso un ejemplo a seguir? O por el contrario son la muestra de cómo se forjan los “grandes” ciudadanos y que pese a proceder de orillas diferentes son en el fondo la vergüenza de los males de una misma nación.

Exfiscal y exguerrillero son una muestra infortunada de que la sociedad no condena el crimen sino la falta de sofisticación y como ocurría durante la decadencia romana, “mientras a los criminales de baja estofa se les encarcela o corta la cabeza, a los grandes delincuentes se les llena de cargos públicos”.

‘Néstor Jesús Martínez Santrich’ es al mismo tiempo culpable e inocente. Y no duerme tranquilo. Entroniza la crisis moderna del Estado, el ascenso de la gran corrupción y la frustración y decepción para los ciudadanos de a pie de confiar en la justicia y cumplir alguna regla, algún principio, porque al parecer no se premia el juego limpio sino su simulación.

No podemos admirarlos y debemos superarlos como símbolos de ese viejo país de malas mañas que tiene su papel de pequeñez en el mundo, por el talante de estos hombres; y al que hoy se pretende imponer una nueva generación de colombianos dispuesta ojalá a impregnar mediante el sacrificio y la resistencia personales en las decisiones diarias de la cotidianidad, la posibilidad de hacer los verdaderos cambios.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.