He visto tragedias en familiares y amigos en las que sus vidas se desmoronan en instantes: diagnósticos de cáncer y de enfermedades mentales, pérdida de hijos, de trabajo, de casas y hasta de parejas.

Vidas que lucían perfectas: con techo, comida, trabajo y salud. Y un día, al despertar, los cobija una tortura acompañada de cuestionamientos. “¿Por qué a mí?” “¿En qué momento?” “¿Qué hice yo para merecerme esto, si todo lucía muy bien?”.

Y se desvanece todo: la esperanza, la dignidad y el mínimo interés por seguir adelante.

Nadie está preparado para enfrentar noticias que entristecen el alma. Por más que sepamos que estamos expuestos a ello; por más que tengamos referencias de conocidos a quienes les haya sucedido, no lo estamos, los acontecimientos difíciles nunca son confortantes.

Recibir una mala noticia intempestivamente es igual a ganarse una puñalada en el corazón sin previo aviso. Es querer enloquecer y no poder. Es desear gritar, llorar, salir corriendo y entender, al mismo tiempo, que nada de ello servirá para devolver el tiempo y recuperar lo que se ha perdido.

Levantarse de esos duros momentos costará. Podrán ser días, meses o años. Por ello, la invitación de hoy es a no esperar perder para agradecer y disfrutar. No esperes a soltarlo para hacerlo, decirlo, usarlo, comprarlo. No lo esperes.

No guardes más esa vajilla que solo la desempolvas cuando tienes visita. Úsala para servirte a ti, a tu familia. No guardes más ese vestido, esa billetera o ese bolso que lleva dos años en tu armario y que aún conserva la etiqueta de compra, solo para usarlo en alguna fecha especial. Ya con estar vivo te hace ser más que especial.

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Familia Ferreira Toro / Cortesía

No guardes tu perfume favorito para usarlo en noches especiales. Aplícatelo diariamente. Huélete rico tú, no lo hagas por los demás. No guardes más la pijama que anhelas usar en una noche romántica en cualquier lugar diferente a tu cama. Esa, tu cama, tu templo del amor, es más especial que incuso cualquiera pagada en lujosos hoteles en Dubai.

No guardes más ese amor desenfrenado que deseas dar, pero que aludes en decir que no has encontrado quien lo merezca. No existen príncipes. Ni mucho menos un ser perfecto. Sede. Acomódate. Sin cambiar tus principios podrás dar pero, en especial, recibir.

No guardes más esos “Te quiero” ni los “Perdón” que estás debiendo. Quítate la ceguera a tu tibio corazón. Es tiempo de expresarlos. No pienses en tu ego, piensa más en que la sinceridad de tu corazón se verá reflejada en la felicidad de tu alma.

No guardes esos chocolates o esas galletas para el fin de semana, cómetelas cuando te den ganas, cuando tu cuerpo las pida.

No guardes más esas sonrisas para algunos chistes de ‘stand up comedy’. Un niño sonríe 450 veces al día y un adulto no más de 20 veces. Nos llegan los años y enterramos uno de los mejores antídotos de la vejez, de la depresión, del estrés.

Así que sonríe. Regala una sonrisa al desconocido. Sonríele más a tu familia. Un chiste, una anécdota, una historia inventada. Pero sonríe más cada día.

No guardes más tus deseos. No esperes a estar invidente para ir a un cine. Sorda para ir a un concierto. Adolorida para ir a una caminata.

No guardes más ese rencor. Ese no puedo. Ese nunca pude. Cada día es una oportunidad para intentarlo, sin certeza de conseguirlo. Lucha, cualquiera que sea tu circunstancia, lucha incansablemente por vivir cada día no como si fuera el último, sino como si fuera el primero.

Llenemos nuestra vida de motivos para respirar más amor, exhalar más perdón. Nacemos para crecer. Crecemos para vivir. Y vivimos para morirnos.

Pero que, si me muero mañana, quedé en la tierra que lo dije, lo hice, lo usé, lo compré, lo viví, lo sentí. Ahí, seguro, podremos estar tranquilos.

Gracias a ustedes, respetados lectores, por leerme.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.