Desde la prohibición por parte de la Alcaldía para alimentarlas, hasta los reportes del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal que documentan el estado de salud de algunas de ellas.

Palomas en la Plaza de Bolívar
Palomas en la Plaza de Bolívar / Cortesía de Helder Zambrano

Pero más allá del estricto control que se pretende hacer a la población palomas que habitan los techos cercanos  a la plaza de Bolívar, se encuentra un drama poco documentado por los medios, y es el de los llamados “Maiceros”; comerciantes informales que ejercen el oficio de vender el alimento para las palomas; son 14 las personas que se dedican todos los días a proveer maíz y arroz para que los turistas atraigan a las aves y así puedan tomarse la emblemática foto que recordará su viaje a la capital.

Hace dos semanas, mientras recorría el tradicional septimazo, me detuve a mirar una persona que hacía pompas de jabón en el costado oriental de la plaza, se trataba de una señora de la tercera edad sosteniendo un recipiente blanco con un líquido espumoso en una mano, mientras con la otra, y ayudándose de un objeto semejante a un pitillo, producía cientos de burbujas para el deleite de los niños que jugaban a su alrededor. Su nombre era Noralba Casallas, y mientras le pedía el favor de dejarme fotografiarla, me contó un poco de su larga historia como compañera de las palomas en la Plaza de Bolívar.

Plaza de Bolívar
Plaza de Bolívar / Cortesía de Helder Zambrano

Todos los días recorre un largo trayecto en bus desde el barrio Porvenir, en la localidad de Bosa donde vive sola en un pequeño apartamento, hasta su lugar de trabajo en el mismo corazón de Bogotá; “Cada vez es más difícil que me den la silla, me dice mientras continúa haciendo enormes pompas”. Trabaja seis días a la semana, descansa generalmente los lunes salvo que sean festivos, cuando eso ocurre traslada su descanso para el martes, pero nunca se aleja de las palomas a quienes considera sus amigas; aun cuándo se encuentra en casa alimenta también a algunas, que como prediciendo que ella está allí, se acercan a su puerta donde las espera con el mismo maíz que ofrece en la plaza.

Como la mayoría de quienes orbitan la Plaza de Bolívar, doña Noralba se conoce la historia de las catedrales, personajes, y edificios circundantes, también me habla de algunos estudiantes que suelen acercar para pedirle que les ayude a solucionar las tareas; ella accede amablemente a esos requerimientos de la misma manera que atiende mis preguntas con una cordialidad casi familiar. Me contó que hace un tiempo un grupo de universitarios del centro, diseñaron para ellos unas gorras blancas con un lema que decía: “Maiceros Plaza de Bolívar”, pero que ella dejó de utilizar la suya porque no le cubría el rostro lo suficiente del sol, así que decidió seguir utilizando la enorme visera roja que llevaba puesta ese día.

Plaza de Bolívar
Plaza de Bolívar / Cortesía de Helder Zambrano

Ella personifica el drama social que viven los vendedores de maíz de la plaza, ya que sin las palomas no tendrían un modo de solventar sus gastos, y debido a su avanzada edad y al olvido sistemático al que ha sido arrastrada por las entidades de la ciudad, no tendría como iniciar un emprendimiento después de haberle dedicado mas de tres décadas a su oficio, y siendo motor fundamental del turismo que tiene ese sector del centro. “Sin palomas no habría turistas, me dice; a veces vienen las personas y como ven que hay muy pocas, prefieren irse…”.

Plaza de Bolívar
Plaza de Bolívar / Cortesía de Helder Zambrano

Doña Noralba lucha silenciosamente por que su labor, como la de muchos otros que en la ciudad son actores de la memoria histórica desde distintos puntos del quehacer diario, sea reconocida por la Alcaldía en lugar de tener que soportar, siendo una mujer de la tercera edad, una guerra sistemática por parte de la policía que  cuanto puede la amenaza con quitarle su producto, o de quienes misteriosamente llegan en camionetas, según ella, y se llevan bandadas de palomas enjauladas para soltarlas en los humedales cercanos y así reducir a la brava el número de estas aves en la plaza.

Me despedí de Doña Noralba con la promesa de replicar su historia y mostrar algunas fotos que me permitió tomarle con mi celular; también con el objetivo de mostrar el rostro que hay más allá de la llamada plaga voladora, como despectivamente muchos se refieren a las palomas de las plazas y parques de Colombia, que pueden tener puntos debatibles sobre los impactos que estas ocasionan, pero que a la hora de tomar decisiones referentes a este caso, se deben incluir todos los actores afectados para llegar a una solución integral y sostenible.

Me uno también a la lucha para que ella sea recordada como lo que es, un patrimonio inmaterial de la ciudad y repose así en los libros de historia que serán consultados por los nuevos estudiantes que harán en el futuro las tareas en la plaza de Bolívar.

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