Crecimiento constante de contagios y ocupación de las Unidades de Cuidados Intensivos enciende las alarmas de lo que puede llegar en el mes de abril. Nuevas cuarentenas, restricciones de movilidad y demás detalles que complejizan la economía serán el resultado del relajamiento que tiene en las calles y viajando a miles de ciudadanos. Pasividad gubernamental para tomar las medidas pertinentes, ante un problema previsible, hace llamar la atención sobre la apuesta por la reactivación y la tensa calma coligada a la misteriosa baja de positivos, asociada a la reducción de pruebas Covid–19. Aglomeraciones y francachela de las discotecas en experiencia piloto, rumbas clandestinas, restaurantes haciendo caso omiso a los protocolos de bioseguridad, playas atestadas de personas, reuniones familiares, son tan solo un retrato de los focos, del cansancio poblacional, que alerta sobre la próxima coyuntura pandémica. 

Santa Marta, Barranquilla, Medellín, Manizales, por solo mencionar algunas, son ciudades que hacen frente al aviso de un tercer pico que ya comenzó, realidad evidente que requiere frenar el avance de manera inmediata y con un confinamiento severo y corto durante la Semana Santa. Preocupación pública, ya hecha explícita por la Presidencia y el Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia, siembra el desasosiego por los mezquinos esguinces que hacen apáticos sujetos a las medidas de prevención; paso firme a la hoguera que recuerda nuevamente que la responsabilidad del cuidado tiene una dosis individual y otra que atañe al colectivo. Un año de limitaciones, condiciones y prohibiciones poco y nada han servido para tomar conciencia y se está a pocos días de tirar por la borda el exiguo terreno ganado con el inicio de la vacunación.

Comportamiento de los últimos días, recintos cerrados con aforo máximo y múltiples ciudadanos sin tapabocas y guardar el distanciamiento requerido, demarcan que es inevitable un durísimo tercer pico de la Pandemia. Descuido abierto que no solo complica a quienes salen, e invaden los trancones a lo largo y ancho de las ciudades y las carreteras, sino a quienes se cuidan y de manera indirecta están expuestos a la transmisión del virus por parte de aquellos que se desbocaron y están buscando dónde vacacionar. Tristeza e impotencia que deja al margen los actos litúrgicos de estos días pese a que algunos clérigos, olvidando lo complejo del momento, están invitando a procesiones bajo la creencia de que al ser a cielo abierto no tendrán problemas de infecciones; paralelismo testarudo a lo acontecido en diciembre con velitas, novenas, 24, 31 y el puente de reyes. 

Alternativas de financiación deben asumir las cifras previas a la Semana Santa, análisis de riesgos políticos, económicos y sociales no responden al problema que está por llegar. Memoria cortoplacista del colectivo social se enfoca en un solo tema a la vez y asume como propios los eufemismos que maquillan la realidad, pensar que la Covid–19 se acabó, y actuar como si la pandemia fuera parte del pasado, es flaca abstracción de la creencia de que porque la vacuna llegó se pueden flexibilizar las medidas de protección. Es momento de cuidarse y no caer en el discurso incendiario de alebrestados humanistas que a control remoto inventan anomalías en la política pública, propagan de fake news el escenario social y son felices elevando globos que eclipsan lo que verdaderamente ocurre en este momento.

Cada uno es dueño de sus miedos, pero enmarañada situación se perturba con los cálculos políticos de los caudillos al margen de un año electoral, hablar de #vacunación+iva, con menos de 50.000 dosis aplicadas al día, saca a flote la escandalosa biósfera de poca transparencia con que las autoridades hacen frente a la reactivación del País. Miopía administrativa cargada de verdades a medias, montones de mentiras y miles de colados atizan la desobediencia civil de un colectivo que no da espera a la inoculación ciudadana; 395 avivatos que se le escaparon a la Subred capitalina debe traer consecuencias jurídicas y sociales, no el silencio cómplice de la burgomaestre que lucha por los derechos de la clase vulnerable, pero de manera transversal los vulnera. Egoísmo estúpido que solo conduce a la pérdida de cordura y sensatez de la población.

La Covid–19 sigue presente y llevando a la muerte a muchos ciudadanos, aglomeraciones, fiestas, reuniones grandes no son consecuentes con un ritmo lento de vacunación; instinto de preservación emplaza a no bajar la guardia. Son muchos los que solo quieren oír que ya se está de nuevo en la normalidad, pero es necesario escuchar a quienes dicen la verdad y lo que se necesita saber; derechos y deberes individuales no están por encima del interés colectivo, cada uno es dueño de su destino, pero no es responsable caer en el velo de culebreros vendedores de humo que tienen la solución a todo sin el menor compromiso con lo fundamental, la vida. Tercera ola es más peligrosa y mortífera que la primera por lo que se debe tener sumo cuidado y tomar todas las precauciones.

No cabe duda que ha faltado autoridad por parte de las administraciones locales, y la misma Policía, que permiten el incumplimiento de la norma, ejemplo de otros países debe ser punto de referencia para atajar que se desborde el fenómeno como ocurrió en Brasil; emergencia prolongada que, por odioso que suene, lleva a pensar el cerrar fronteras para bloquear la llegada de cepas evolucionadas. Uso de tapabocas, distancia social, lavado de manos debe estar acompañado de restricciones como lo recomendó el comité de expertos epidemiológicos al presidente de la República; improvisación no puede seguir causando muertes y desempleo en Colombia, del comportamiento de todos depende que no se llegue a medidas extremas de confinamiento que dolerán mucho más que la vacuna tributaria que en los próximos días inicia su trámite en el Congreso.

Germen más letal y perverso que la Covid–19 ha resultado el desdén del Gobierno, y algunos sectores poblacionales, ante la compleja situación que afronta la urbe mundial. Seguridad mató a confianza, altísimo costo social que traerá el tercer pico de la pandemia se pudo evitar si la clase dirigente del País dimensionara que el contagio no está programado para ciertas fechas y el problema no tiene una sola solución. La responsabilidad y solidaridad ante la circunstancia que atraviesa el país no solo llama a medidas preventivas, sino a la implementación de estrategias oportunas y efectivas que atajen la expansión de la pandemia de mezquindad que acompaña al colectivo social, sobretodo en sus capaz más jóvenes.

Acrecienta el problema la indisciplina pública, la falta de ética y los inadecuados comportamientos de los ciudadanos que, a parte de menospreciar los picos pandémicos, están exponiendo al colectivo y propagando la alarma. El músculo político y administrativo de los gobernantes carece de acciones de contención, medidas drásticas, severas y extremas que se tuvieron que tomar hace días para evitar la complejidad de hoy. Inteligencia social y cultura de la irresponsabilidad exalta la ausencia de una cuota de sensatez en torno a las personas que requieren de una autoridad detrás para aproximarse al cumplimiento de la ley y el acatamiento de cada una de las restricciones. Caras duras que ahora gozan, pero en unos días estarán listos para quejarse y responsabilizar de todo al gobierno y las autoridades locales sin un mínimo de vergüenza para asumir su cuota de responsabilidad.

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