¿Saben cuántos años llevan muchos pueblos en Colombia con la esperanza de una paz duradera? Hasta siete décadas en medio de todas las violencias por las que ha pasado el país.

Hace casi tres años, el 26 de septiembre de 2016, se firmó el Acuerdo Final con las Farc en Cartagena, un hecho histórico e impensable para muchos. Ese día creció la ilusión de por fin empezar a recorrer los caminos de la paz. Llegaron después la frustración del resultado del Plebiscito, alimentado por las mentiras del uribismo, y la recomposición de lo pactado con una ceremonia en el Teatro Colón de Bogotá, el 24 de noviembre del mismo año.

El corazón del acuerdo son las víctimas de todo orden con el compromiso de justicia, verdad, reparación y no repetición, además de un desarrollo rural integral que dignifique al campesinado y estimule la economía rural.

La semana pasada, ‘Iván Márquez’, el jefe negociador de las Farc en su momento, anunció que volvía a la lucha armada. De inmediato, algunos sectores de derecha aprovecharon esa mala noticia para reiterar que la guerra es la vía para Colombia. La cohorte de eternos enemigos de la paz se sintió en plenitud enarbolando las banderas del pasado justificando porqué hay que revisar lo acordado entre el Estado colombiano y las Farc.

Deplorable posición, que se suma la del presidente Iván Duque, que prefirió culpar a Venezuela de las disidencias guerrilleras, en lugar de asumir la responsabilidad que le corresponde por dejar abandonado el acuerdo que le puso fin a parte de una guerra que costó por lo menos 215 mil muertos entre 1958 y 2012, año en el que oficializaron los diálogos entre el Gobierno y las Farc. No es una casualidad que las cifras del Centro de Memoria Histórica demuestren que la inmensa mayoría de muertos fueron de la población civil (81%). “Dulce es la guerra para quien no la ha vivido”, dijo Erasmo de Rotterdam, una sentencia crucial cuando las víctimas del conflicto no quieren que la guerra retorne.

Algunos comentaristas pusieron en duda los acuerdos, cuando al menos el 90 por ciento de los excombatientes siguen jugándosela por la paz en medio de los incumplimientos.

En medio del debate originado por el anuncio de ‘Márquez’, muy pocos se acordaron de lo que puede estar ocurriendo en los mismos pueblos que hace tres años celebraron que la paz podía estar cerca. Eso es lo verdaderamente importante porque son sus habitantes, familias sin educación, ni salud, ni empleo, ni vías, ni opciones de vida dignas, quienes cargan con el peso real de las decisiones que se toman a decenas de kilómetros de distancia.

Desde el Gobierno nadie ha dicho ni una palabra de acudir sin demoras a atender esas necesidades, que se han quedado en el olvido burocrático o, mejor, en el ánimo revanchista de hacer trizas los acuerdos. Como telón de fondo está el objetivo de mantener el dominio terrateniente y el temor a que el país conozca la verdad de la vinculación directa de políticos, empresarios y militares en la violación recurrente de los derechos humanos y el lucro de la industria de la guerra.

El Gobierno y la bancada del Centro Democrático se han dedicado a atacar la Justicia Especial para la Paz, a cerrarles la puerta a las víctimas en el Congreso, a ignorar el asesinato de líderes sociales y de excombatientes, a bajarle el volumen a la atención real de los más desprotegidos de la sociedad, a intensificar la guerra sucia desde las Fuerzas Militares y a venderle al mundo la idea falsa de que están comprometidos con la paz.

Pero, en la otra orilla está el país que no quiere cederle un centímetro a la violencia, el país que busca una verdadera política social para sacar al sector rural de la crisis. El mismo que persiste en presionar la efectiva aplicación del acuerdo con las Farc, que hoy convertido en partido político ha reiterado que a la guerra no vuelve.

Desde el Colectivo de Abogados donde presido, insistimos en la solución política del conflicto. No podemos perder de vista que la paz es un derecho que nada, ni nadie, puede arrebatarle a las colombianas y a los colombianos. Hoy más que nunca se requiere el apoyo de la comunidad internacional, la misma que facilitó las cosas para que las Farc cambiaran las armas por el debate democrático.

La paz seguirá viva mientras la sociedad civil y todas las organizaciones sociales pesemos más que aquellos que quieren devolvernos a la desesperanza, a la profundización del desplazamiento forzado, el despojo, la desaparición forzada, las masacres y los asesinatos selectivos.

La paz no puede estar en juego. ¡Paz para la paz!

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