Hacen ejercicio y también descansan. Son trabajadores, pero también pasean. Rumbean y trasnochan, sí, pero también hacen planes caseros y se les ve bien dormidos. Comen como les da la gana, pero también saludablemente. Hacen videos y fotos, los editan, los suben a las redes y los comentan, pero también se desconectan. Son como Dios. Todo lo pueden, los muy malditos.

Envidio, particularmente, a las parejas solteras, con su doble ingreso y su falta de niños. En inglés se les conoce como “DINKs”: “Doble Income; No Kids”. En español sería “DINCHs”: “Doble Ingreso; Ningún Chino”.

Envidio su exceso de recursos para gastarlos en cosas tan innecesarias como drones, bicicletas de montaña, mascotas y maestrías. Los DINCHs son esos que, los domingos en la tarde, se ven en aprietos para encontrar algo nuevo por hacer, porque ya lo han hecho todo. Ya corrieron los 10 kilómetros de rigor, comieron tipo “brunch” en el lugar de moda, visitaron a la mamá, durmieron la siesta, hicieron el amor, vieron las películas que había que ver, están al día con sus series favoritas y leyeron la edición completa de la revista Semana. Todo eso y apenas son las 9 de la mañana.

En la tarde no tienen más opción que gastar sus interminables horas libres, viendo una obra fácilmente olvidable en Casa Ensamble, tomándose fotos con cara de trascendencia en la exposición de Doris Salcedo, o mordiéndose la lengua de la envidia en un museo de arte contemporáneo (porque si algo envidian las parejas solteras son a aquellos que trabajan menos y tienen más tiempo libre que ellos, como ocurre con los artistas perezosos pero persuasivos, que hacen de un mamarracho una millonaria obra de arte).

A mí, el tiempo apenas me alcanza para ser papá y esposo, y trabajar, y ver alguito de películas y series, y ojear durante 800 horas al día WhatsApp, Facebook, Instagram, Twitter y LinkedIn. No me queda un segundo para nada más.

Más talentoso que Carolina Cruz, Brad Pitt y Luisa Fernanda W

Envidio a los que les va mejor que a mí, porque me siento más talentoso que ellos, pero menos afortunado que ellos. Porque podría hacer lo que ellos hacen, pero no lo hago porque mi Diosito no me ha dado la oportunidad. No importa que sea ateo. Dios no debería fijarse en esas pequeñeces.

Podría, por ejemplo, hacer lo que hace Carolina Cruz: presentar con cara de trasnochado un programa de variedades. Es bien sencillo si uno está dispuesto a levantarse antes de las cuatro de la mañana para llegar al programa, sacrificar tiempo con la familia, molerse en el gimnasio a diario y dejar las tardes libres para cumplir con compromisos comerciales hasta la hora que haga falta.

Podría, perfectamente, hacer lo que hace Brad Pitt: interpretar un papel de hombre sexi e interesante. Es lo más fácil del mundo si se es por naturaleza un hombre sexi e interesante, que además trabaja toda la vida para seguir viéndose sexi e interesante. Es como si me pidieran interpretar el papel de un padre de familia sedentario que se la pasa en redes sociales y va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Podría hacerlo, pero el papel se lo darían a Felix de Bedout, porque además es sexi.

Podría hacer lo que hace Luisa Fernanda W, claro, si estuviera dispuesto a pasar horas frente a un computador, como un loco terco, mono y voluptuoso, inventándome cuanta vaina pudiera interesarles a los espectadores, grabando, editando, subiendo contenidos y repitiendo por años esta rutina, de manera constante y disciplinada. Como si no tuviera cosas más importantes que hacer, como si no tuviera un mundo entero de redes sociales por consultar (y por envidiar).

Envidio que les regalen cosas. Se la pasan exhibiendo ropa y accesorios que les envían grandes marcas, cremas, tratamientos y jugueticos tecnológicos de lo más entretenidos. Da envidia y nostalgia porque, desde que dejé de ser niño, dejaron de regalarme cosas. No pensé que algún día dijera esto, pero extraño las cajas de ropa usada que mandaban los primos mayores, así estuviera desteñida o deshilachada, porque siempre podía encontrarse allí una pinta que pasara por “vintage”, o una cómoda camiseta de Nivea para usarla de pijama.

Me regocijo cuando le va mal a Vicky Dávila

No me siento orgulloso de esta envidia. Peor aún: me da felicidad cuando les va mal a aquellos a quienes envidio. Es terrible, pero es verdad. Me sonrío cuando los DINCHs dicen, con cara de desconsuelo, que acaban de ver una película muy mala. “Jejeje”, pienso para mis adentros. “Bien hecho”.

Disfruté ver a Brad Pitt, el otrora hombre más sexi del mundo, llevando a su mamá a la ceremonia de los premios Óscar, porque no tenía a quién más llevar. “JAJAJAJA”. No somos tan diferentes, señor Pitt. A mí me tocó llevar a mi mamá al “prom”. Claro, él tiene abdominales marcadas y yo no. Él tiene muchos millones de dólares, mientras yo peleo para que el banco no me cobre cuota de manejo. Él fue pareja de Jennifer Anniston y Angelina Jolie, y yo, de Jénnifer Lorena y Angélica María (que por cierto, me cogió de marrano la muy cafre, pero esa es otra historia). Él se ganó un Óscar y yo icé bandera en tercero (por compañerismo)… Y aún así, pese a todas esas enormes diferencias, ambos tuvimos que acudir a nuestras madres para ir a una fiesta. JAJAJAJAJAJA. ME ALEGRO.

Para no ir tan lejos. Me parte de la envidia Vicky Dávila. Me parece pésima periodista, opinión que por supuesto le vale cinco a todos los cacaos que la han contratado para presentar RCN, dirigir La FM, tener su propio espacio en La W y manejar ahora un nuevo proyecto informativo (con insultos incluidos) en Semana. Gocé cuando la echaron de la FM. Le deseé lo peor: que se le olvidara pagar el agua, que tuviera que ir a un Supercade en el día sin carro, y en medio de un aguacero; que consiguiera una sombrilla justo cuando parara de llover, para que después se encartara, y se acalorara, y le saliera mapa en las axilas. Solo imaginarlo me da paz interior. Lloré de la dicha ayer, cuando se salió de la ropa porque Hassan Nassar, el tuitero hipócrita, le recordó a ella que era una periodista hipócrita. BIEN HECHO.

La moraleja de todo esto ya la dio, para colmo de males (de mis males), un reguetonero, el representante de un género musical del que reniego. Dijo un tuitero envidioso y mezquino, igual que yo: “Nunca entenderé cómo J Balvin está donde está”. El cantante le respondió: “Porque mientras tú criticas yo trabajo”. Jaque mate. Apaguen las luces. Que copien y peguen esa misma respuesta Carolina Cruz, Brad Pitt, Luis Fernanda W y Vicky Dávila. No solo les va mejor que a mí, sino que la tienen más clara que yo. Qué envidia.

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La próxima, el miércoles 26 de febrero: “Estoy mamado de lavar loza”.

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