Luego sacó la billetera y me mostró una papeleta plástica, transparente, de color verde, donde en su interior se podía ver un polvo blanco. Debía tratarse de cocaína.

“Todos los días me gasto diez mil pesos para comprar mi dosis de droga”, me explicó, sin que yo le hiciera pregunta alguna. “Yo tengo trabajo como mensajero, mesero o cuidando un parqueadero. Apenas me alcanza para comprar mi dosis, pero la necesito”, seguía dándome razones, sin que yo le preguntara, ni menos aún lo cuestionara por su comportamiento.

Un poco menor que mi hijo, y atrapado por un vicio que le hace utilizar todas sus energías, todo su trabajo en la compra de las sustancias malditas. Y viene a mi memoria el caso de un colega periodista, totalmente adicto a la marihuana, hasta tal punto que compartía esta manía, este comportamiento con su hijo adolescente.

Una situación que degrada al ser humano, que aunque sea vista por algunas sociedades como un mal menor. Tal es el caso de los holandeses. Hace que la vida se vuelva un círculo vicioso. Sin que yo supiera que este colega estaba como dicen “hundido en las drogas”, lo invité a compartir el apartamento donde yo vivía.

En pocos días lo convirtieron en una especie de pocilga. Además el síndrome de abstinencia, es decir los momentos en los que el muchacho no consumía droga, lo llevaba a asaltar la nevera, agobiado por un hambre insoportable.

Y mientras tanto los legisladores y las cortes defienden el consumo mínimo de la droga. Al igual que otras políticas que hacen carrera en el mundo, Juan Manuel Galán, hijo de Luis Carlos Galán, un mártir del mayor narcotraficante de la historia del país, Pablo Escobar; dedica su labor como senador a promover el uso medicinal y recreativo de la marihuana.

Sus intenciones pueden ser favorables, y sin duda, la pomada hecha de “la mala hierba” tiene unos efectos muy activos para combatir dolores tan fuertes como los artríticos; sin embargo su consumo se convierte en puente para otras drogas como la cocaína y aún la heroína.

El tema de la coca no es solamente un tema de salud pública sino de sostenibilidad, de protección ambiental, donde cada día se destruyen bosques nativos para cambiarlos por la “planta maldita”. Y los principales consumidores que están en Estados Unidos y Europa le entregan todo el control de cultivo y producción a un país de escasos recursos como es el nuestro.

Esa resulta una contradicción, porque se hubiera esperado que con la firma de la paz disminuyeran los cultivos ilícitos, que estaban en buena medida en manos o por lo menos bajo el control de la guerrilla de las Farc.

Ahora, además, hay tanta droga en el mercado, que día a día sube el consumo interno; que a las puertas de las escuelas se encuentren jíbaros que, aún de manera gratuita, ofrecen drogas a los menores para irlos convirtiendo en futuros adictos.

Por eso el tema de la dosis personal amerita una discusión más profunda en nuestro país. El riesgo de pasar de ser los más importantes exportadores a competir con el consumo internacional, hace que las autoridades y los organismos de salud busquen crear políticas para cuidar a nuestros niños y jóvenes.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.