Procesos electorales de Ecuador y Perú, en los últimos días, encendieron derroteros de discusión social en las plataformas digitales, escena de múltiples memes, improperios y descalificaciones, pero pocas palabras constructivas que permitan fortalecer la democracia colombiana. Edificación de alianzas electorales de momento, tan sólidas como un castillo de naipes, que en la izquierda son liderados por una figura desgastada con enorme número de seguidores, pero a su vez diversos detractores, incluso en su misma corriente de concepción política. Versión degradada de la idea de nación que se sustenta en denigrar del adversario sin asumir los desastres, propios de cada uno, que se tienen por resolver; cultura del totalitarismo que busca imponer un modelo de “supuestos cambios” alrededor de personajes que son foco del clima de odios y violencia que tanto aqueja al país.

Discurso plagado de dudas y demagogias de aquellos que veneran a quienes se creen próceres salvadores de Colombia, obcecación que menoscaba la armonía del colectivo e impone una visión sesgada de la sociedad; endogamia conceptual que busca unificar el pensamiento sin tolerar la divergencia o insurrección filosófica. Apasionamiento provocado, avivado y alimentado desde figuras públicas, referentes mediáticos, sujetos ávidos de recobrar el protagonismo perdido por el paso de los años y su intrascendencia conceptual; iconos de barro que radicalizan la arenga digital atacando posturas religiosas e insignias nacionales. Estupendos pregoneros para denunciar crímenes y corrupción, pero cautos copartidarios para ver la viga en el ojo propio y asumir sus pecados en la alcahuetería con el despilfarro, la dudosa contratación o los beneficios familiares que se extraen del servicio público.

Borregos activistas con incapacidad de pensar diferente y respetar la discrepancia, enceguecida adulación con profusión de resentimientos que impide encontrar los argumentos apropiados para demostrar lo bueno de su ideología. Oscuro proceder en el que sus mentes cambian y se aferran a sus dogmas y perversiones desde las que, en su mundo mágico, atacan fungiendo su pose grotesca de artistas, intelectuales, irreverentes y contestatarios. Inestabilidad mental, de politólogos de plataforma digital, que les hace creer que influenciarán el proceso electoral, que está por venir, desde el populismo tozudo que confunde a la gente y que no le permite separar la realidad de la ficción. Diatriba narrativa que lleva al escenario social lo peor del ser humano y en el que se dedican a autodestruirse a diestra y siniestra unos con otros.

Es cierto que Colombia atraviesa una etapa de miseria, a consecuencia de la pandemia, y desplazamiento, propio de la violencia, que exige cambios radicales, pero no es menos acertado reconocer que en las calles del país hay un ejemplo latente de lo que ocurre cuando se apuesta ciegamente por las bases socialistas del siglo XXI. Llamado que hicieron esta semana para sumarse al “Pacto Histórico” y que no les pase lo de Ecuador, llama a revisar profundamente si el proyecto político cuenta con un candidato con las cualidades para ser un estadista con bases humanas y no un mesías ególatra, incapaz de administrar, como ya se vio en el ejercicio del poder, que desde el delirio de persecución solo sabe endilgar culpas en sus contrincantes. 

Testarudo sería pretender tapar con un dedo la deuda histórica de la derecha con Colombia, fondo de la crisis que no tendrá su solución en los extremos y debe buscar alternativas en el equilibrio que puede proporcionar el centro, pero que no encuentra todavía cómo convencer al candidato que está tras bambalinas desde la esfera académica. Peligrosa red se comienza a tejer con quienes llegan al ruedo, sanguijuelas politiqueras que con la mínima intención de servir al país develan interés de pescar en rio revuelto; extremos clientelistas, de quienes se acuestan en unidad nacional, se levantan siendo social demócratas y almuerzan fungiendo de progresistas, que se suman al autoritarismo de sujetos comunes con afán de implementar un acuerdo imperfecto con diversas aristas que requieren de un replanteamiento que no cohoneste con la impunidad.

Coherencia social marca que la solución a los problemas del país –atraso, crisis económica, desempleo, corrupción, criminales que adoctrinaron niños y jóvenes y ahora pretenden dar cátedra de moral desde el parlamento, narcotráfico, disidencias guerrilleras, por solo mencionar algunos– requiere de la participación de todas las jerarquías de la nación. Cuentas alegres de los progresistas, que creen tener en sus arcas a la mitad de Colombia, deben ser repensadas desde el riesgo que implica centrar las apuestas en un nombre que genera tanta resistencia; opción democrática de gobierno, que sea alternativa a la hegemonía liberal y conservadora, debe aprender de los ejemplos que tiene en lo acontecido en los últimos años en las naciones del vecindario: Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador y Perú.

Hoguera se mantendrá encendida mientras se pretenda continuar con el adoctrinamiento en cualquier dirección, la actualidad política y social colombiana está circundada por quienes empuñaron armas; falsos positivos son tan innegables como el salvajismo de quienes destruyeron pueblos e hicieron mucho mal a la sociedad y hoy fungen de honorables congresistas. Llego el momento de dejar de lado la hipocresía y asumir las víctimas causadas por quienes se declaran de los extremos ideológicos del país. Crimines sociales, ambientales y humanos que han cometido los ahora adalides de derechos humanos deben dejar de estar minimizados. Lo malo de la historia no es enseñarla, lo inicuo es mostrar un solo lado de la moneda, si se habla del conflicto se debe hablar de todo, no de la parte conveniente a quien la cuenta.

Máxima polarización de una confrontación social que sume a Colombia en el profundo desacuerdo de un perdón y olvido, justicia y reparación, reconciliación, pero bajo los márgenes de unas reglas, reconocimiento y arrepentimiento por parte de los actores del conflicto. Desacuerdo de sectores sociales que trasladan la confrontación a las redes sociales, escenario de conversación, implicación e interacción en donde a través de la palabra se divide y agudiza la violencia de una sociedad incapaz de reconocerse, repensarse y demostrar que ha aprendido de su historia. Radicalización de posturas y desacuerdos entre los actores de un país que no encuentra cómo dejar atrás la intimidación de décadas.

Hay que pasar la página, constituir una sociedad unida capaz de construir soluciones y fijar un horizonte que le permite avanzar y alejarse del conflicto. Como país, como sociedad, Colombia requiere centrar la atención en la educación, la generación de empleo y el fijar políticas que permitan progresar a los sectores menos favorecidos; establecer tácticas de acción económicas, políticas y sociales lejos del terror, un color político y la ideología de un caudillo. Problema complejo que exalta la necesidad de alejarse del odio recalcitrante para aprender de la historia y fijar distancia de la ruta que conduce a revivir y revictimizar la violencia en nuevos actores. La nación debe refundarse y construir el escenario de un estado social de derecho que se fundamenta en el ejercicio democrático del respeto por las diferencias; incorporar nuevos elementos a ese ADN que identifica a los colombianos como sociedad.

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