Indiscriminadas campañas de desprestigio, accionar de bodeguitas en los escenarios sociales, agita el tablero político en Colombia; carrera por la primera magistratura del país activa el sonajero de candidatos que apuestan por recoger firmas, para desligarse del escaso índice de credibilidad y prestigio que les queda a los partidos tradicionales y los movimientos de momento. La nula empatía y la desconexión total, con el sentimiento ciudadano, por parte del Gobierno, abren el legado, a un tránsito al fanatismo y endiosamiento de peligrosos ídolos de barro que desde el talante autoritario y despectivo dicen ser la fórmula para transformar el actuar del viejo poder, giro de 180 grados que no pasa del discurso a la acción. Adusta imagen de “estadistas” sucumbe ante la polivalencia, y estruendosa metida de pata, que los hace retractarse y denota que las prevenciones frente a sus nombres son más que justificadas.

Cinismo de la clase política nacional decepciona, más temprano que tarde, la escasa esperanza de cambio que se instaura en el imaginario colectivo de cada una de las corrientes ideológicas. Bofetada a la legalidad, y el arduo trabajo de los colombianos de a pie, son los 70 mil millones envolatados en Min-TIC, pero no menos graves son los actos de políticos con maletas llenas de fajos de billetes que se olvidan en un lugar público o la estafa e indelicadezas de aquellos que posan de humanos y dicen ser parte de un pacto histórico por el país; entorno de podredumbre que exalta a estar pendientes de todo y no comer cuento de ningún lado. Bajeza del proceder, en el marco de una campaña electoral, comienza a escudriñar minucias del entorno personal y familiar que ponen a flaquear la franqueza del instinto que trae implícito consigo un mensaje político; dramatismo y crítica frente al micrófono que trata de tapar con un dedo las inconvenientes posiciones frente a temas en los que se debe ser radical.

Peligrosas aproximaciones de caudillos al círculo de confianza de los candidatos conllevan a cuestionar la ética desde la que dicen no pueden mentir al país, antes que modular lo que expresan y piensan, para satisfacer a las hordas mamertas que no van a votar por ellos; los políticos deben entender que recular es permitido y hace parte de la reflexión, el problema está en el cálculo político que ello trae explícito. Colombia debe alejarse de los políticos ungidos perfectos que aún cuando erran, se vuelven obtusos; el país está atestado de demagogos que hablan lo que el pueblo quiere escuchar y no lo que piensan, gran equivocación es creer que los pergaminos están por encima de la moral y que en el ejercicio de la función pública no está presente el principio de pensar antes que hablar. Difícil es aspirar que la campaña presidencial, que ahora se observa, será un escenario que no se concentrará en ataques sino en ideas y propuestas que propendan por la recuperación de la nación.

Tarea para los votantes es investigar, obtener pruebas y no tragar entero en medio del populismo que quieren imponer quienes fungen de progresistas. El momento político y social de la nación llama a los candidatos a ser conscientes de que todo lo que se dice y hace tiene sus implicaciones, desgaste de la política tradicional enaltece la honestidad frente a caciques tapados y artificiosos que se mueven en función de las críticas. El panorama demarca el uso y apropiación de un discurso para hacerse elegir y otro será el que tengan en el ejercicio del cargo, el problema no es de reformas sino su estructura y a quienes afecta; es necesario mantener posiciones, así incomoden a la gente, pues Colombia requiere un excelente administrador público comprometido con el desarrollo de la nación, gobernante de cuero duro, en extremo lógico, que sin ingenuidad y con mucha sagacidad ataje a los macabros sujetos torcidos que se lo quieren comer entero.

 

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La política moderna exige coherencia, tener el país en la cabeza, y saber cómo cambiar las cosas llevando a que Colombia alcance su potencial y sea el país que todos sueñan. La nación requiere de un candidato capaz de invitar a la unión sin vetos, sujeto con esa calidad humana que tanto se requiere en estos momentos donde se necesitan dirigentes que permitan reclamar el presente y futuro que les pertenece a los ciudadanos. Las propuestas de campaña deben recoger el sentir de una nueva población informada, comunicada y crítica, que pasa de la indignación a la acción con el propósito de transformar a Colombia política, social y económicamente, y hacerla próspera para todos. Demostrar con hechos y no con cuentos una apuesta que ayude al crecimiento del sector agropecuario, apoye la educación, el cambio climático, y sobre todo la paz; pensar en el bienestar y el futuro de los jóvenes, adultos y ancianos para avanzar los próximos cuatro años en la construcción de un país.

Quien apuesta por la política del odio solo conllevará a los colombianos a seguir cuatro años dando palo de ciegos entre unos y otros desde la recalcitrante polarización. La fuerza humana, que tanto puntea las encuestas por estos días, promete la igualdad, pero no aclara que lo que generará será una nivelación en la miseria, como evidentemente ha pasado en todos los países amigos del nefasto socialismo del siglo XXI; quien lo dude solo basta que mire la evidencia en las naciones vecinas. Igualdad y desarrollo social empieza por lo más importante, un congreso honorable sin vínculos cuestionables y con alto nivel de empatía hacia la sociedad, por ello la relevancia de las elecciones de marzo que serán el preámbulo de lo que vendrá en mayo y junio para recuperar el país de los vándalos que son apoyados por una fuerza política.

La soberanía es el poder supremo de un estado y no puede ser violado por unas minorías malintencionadas, influenciadas por oportunistas; hay que respetar a Colombia y estar del lado de las autoridades, militares y de policía, para enfrentar el hampa de frente. Disputa directa entre el radicalismo de izquierda y derecha somete a la nación en la mayor colección de odios y egos, polarización que no permite estructurar una estrategia programática sin observar a militantes histéricos viendo cómo les destapan sus estafas, trampas y delitos en general, por su normal proceder. El país está cansado de oír personajes, de rostros adustos, con la solución a todos los problemas de la nación, hechos que describen como cualquiera lo puede hacer, pero que nunca dicen cómo los solucionarán con propuestas reales, viables y concretas.

Quienes están callejeando, gastando suela y pidiendo firmas, dicen hablar con la gente y construir propuestas desde las regiones, pero no logran demostrar que se alejan de la politiquería que representa a quienes ejercen gobierno o aquellos que ocupan la oposición. Afán de muchos es desmarcarse de los partidos y movimientos para lucir como independientes, negación de avales o coavales, así lo tengan, porque tienen pánico a lo que sería su derrota inminente. Pecado de los presidenciables, que ya oficializaron su intensión, es llegar criticando mucho, pero sin una sola propuesta; politiqueros que parecen “zombies” sin alma, corazón y ni nada bueno, molde relleno de aserrín y malas mañas. Ecosistema político y social que tiene inquietos a los electores que por el momento deshojan margaritas mientras escuchan a los tradicionales pregoneros encantadores de serpientes.

Las voces de los protagonistas que acompañan el desarrollo de este tema se pueden escuchar con Andrés Barrios Rubio en el podcast “Panorama Digital” en Spotify.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.