Dejar los abrazos, los besos, los apretones, las chocadas de manos y la cercanía.

Y que importa, si esos abrazos ya se habían acabado. Si esas manos que antes saludaban calurosamente, que abrazaban y reconfortaban con calor se habían resguardado en bolsillos de cientos de pantalones.

Así lo fue con los besos. Con esos que calmaban noches sombrías. Esos besos esfumados en correos no deseados. También había acontecido con esas charlas en las salas de casa, donde los novios visitaban a sus prometidas, donde las radionovelas motivaban las cuarentenas voluntarias y donde las historias familiares eran mejor que cualquier serie de televisión.

Antes de la llegada del coronavirus ya eran paupérrimas las miradas a los ojos mientras conversábamos. Nuestra cercanía cuerpo a cuerpo pasaba el metro de distancia estipulado para evitar ser contagiados. Una pantalla digital ha sido nuestro virus distanciador desde hace ya buen tiempo.

El escucharnos había pasado de moda y ahora el silencio era la forma correcta de comunicarnos. ¡Vaya tapabocas funcionales! Nos volvimos mudos al lenguaje y el juego de gesticulaciones era quien hablaba por nosotros.

Eso lo hemos vivido por muchos años y hoy el coronavirus nos lo está adoctrinando. Nos sorprendemos entonces ahora el no poder vernos con el vecino. El no compartir con los padres. El no abrazar a los amigos. El no ir al cementerio a visitar a ese hermano o hijo o abuelo al cual ya habíamos olvidado.

Ahora sí extrañamos llevar los niños al parque. Comernos un mango biche en una manga. Tener una tarde de té con amigas. Invitar a los padres a un almuerzo en la playa.

Cortesia
Cortesia

Este virus nos está dejando ver que nos estamos volviendo indiferentes. Solitarios. Ensimismados. Y esa sí que es toda una pandemia. La del desamor y la desatención. Es hora de abrir los ojos. El egoísmo y el silencio nos están acabando. Y ya no poco a poco. Están hechos una plaga enfurecida.

El coronavirus nos aisló socialmente, nos puso en crisis económica, laboral, alimentaria y de salud. Ni los males vistos, tangibles, contables y legibles como la drogadicción, el narcotráfico, la corrupción e, incluso, enfermedades mortales y peligrosas como el cáncer y el sida, nos habían alertado en profundidad.

Y esos, sí que se propagan viralmente. Mata a niños indefensos y enloquecen a jóvenes.

Por ahora, solo algo bueno ha sucedido con el coronavirus y es que ha sido la única pandemia que nos ha regresado a casa. Y es lo único que nos han pedido. A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra. Así que con emoción volvamos a ella. Ya era tiempo de regresar. De nuevo juntos, como familia, como aquellas de antaño donde se multiplicaba el pan.

Que en esta oportunidad de cuarentena se reencuentre el amor, la diversión y el trabajo en equipo. Que allí nos contagiemos de más besos, abrazos y apretones de manos. Que crezcan las miradas a los ojos y las respuestas a cientos de preguntas que se han quedado en la bolsa de espera.

Que nos demos cuenta, de una vez por todas, que la casa se debe convertir en hogar y el hogar en templo de protección. Que recoredemos el desayuno preferido de nuestro hijo, el color predilecto de nuestra hija y el libro favorito de nuestro esposo.

Que se desempolven los juegos de mesa, que regresen los escondite, la golosa y los karaokes y las casa hechas con cojines y almohadas. Que recuerdes que con esas personas con las que pasas el aislamiento son las que siempre estarán contigo.

Empecemos a conversar más. A escucharnos más. Que regresen desayunos con chocolate caliente y buñuelos, sin ser Diciembre. Que vengan las empanadas así no sean bailables. Que se queden los besos, así sean robados. Y las cenas contando estrellas y recordando a nuestros ancestros.

Que reviva el contacto piel a piel. Los abrazos que abrigan el alma. Corazón a corazón. Latido a latido. El universo y la vida nos está mostrando y reclamando que debemos revivirnos como familias.

Estamos en la cultura del envase, donde se desprecia el contenido. Así que no desestimes este virus, como tampoco lo hagas con el compartir y amar en casa. Hoy, nuestras manos son contagiosas. Nuestra boca también lo es. Que lo sea, entonces, también nuestro corazón cuando hablemos con amor, respondamos con respeto, miremos con atención y acompañemos con afecto.

Aprovisiónate de lo necesario pero, en especial, de ese ser espiritual o  supremo para ti. Yo buscaré a mi Dios.

Encuentra todas las columnas de ‘Mamiboss’ en este enlace.

Sígueme en Instagram como @montorferreira.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.