Pareciera un té revuelto de ramas desinflamantes, descongestionantes, desintoxicantes, desestresantes.

El beso. Ese, el que alivia, el que da fuerza, el que conmueve, el que anima, el que apasiona. El beso. El beso que cura.

Ese que hace perdonar, que hace calmar, que hace soñar, que hace revivir y hace volver a sonreír. Ese que se extraña y cuando llega, se alarga. Ese que funciona como pila recargable o como máquina de helio, que infla tu corazón y es capaz de echarte a volar. Ese beso.

Ese que te dan en medio de un dolor y con el tan solo sentir la tibieza de la otra piel que viene a reposarse en la tuya, te hace desgarrar en llanto. Una piel que actúa como un encendedor de lágrimas.

Ese que da calor a tu alma, que la enciende. Ese que te pide tu hijo ante el mínimo golpe y que, como por arte de magia, el dolor se esfume. Ahí, unos segundos de goce donde se desconoce quién se siente más afortunado, si el niño de pensar que sus padres tienen un poder, o los papás de creer que sus besos en realidad sí curan.

Mónica Toro de Ferreira
Mónica Toro de Ferreira

Y es que esos besos cargan medicina antidepresiva. Son como morfina para su alma y un alimento para la hormona de la felicidad de los padres.

Hoy. Con la pandemia que estamos viviendo, los niños llegan cada vez más a nuestros brazos a buscar un resguardo. Están ansiosos. Viviendo casi un duelo. Duelo de perder sus amigos, sus alas, esas con las que vuelan sin temor, esas alas de águila que ahora están cerradas, casi apagadas.

Pero no solo ellos. ¿Cuánta gente ha quedado sola en casa sin recibir esos besos? ¿Cuántos que están acompañados dejan de darse besos? ¿Cuántos teniéndose cerca rechazan los besos?

Besos que se van y no volverán. Besos que se quedaron debiendo. Besos que se necesitan. Besos que se deben dar para que nunca se hagan extrañar.

Besos que se añoran, como ese verano en el ártico. Que se anhelan, como los de un ser amado que ya está en el cielo.

Los adultos también los necesitamos. Así que muchos besos. Besos regalados y con ñapas. Besos sin razón. Besos adelantados. Besos cargados. Besos. Besos de uno mismo. Besos de resistencia. Besos de fortaleza. Besos de gratitud. Besos de esperanza.

Besos que hacen cantar, bailar, soltar. Besos que deseamos calcar. Grabar, recorrer y nunca olvidar. Besos de labios diminutos y serenos, empujados por el instinto de ese amor fraternal.

Besos. Besos de todos los tamaños, sabores, versiones. Besos que en estos tiempos también están en pandemia.

Y entonces, entiendes, que lo suficiente tampoco será vernos, vernos entre los seres humanos, sino sentirnos, besarnos, abrazarnos. Reforzar con esa piel, con ese tacto, con ese transportador de energía, de física y de química, que somos seres que definitivamente nos necesitamos, y no como el rocío de una mañana, sino como un corazón para poder latir.

Entonces, da muchos besos si lo puedes. Conserva los que te han dado y guarda en una alcancía los que estás por dar.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.