Estulta actitud del gobierno y los promotores del paro atizaron los ánimos ciudadanos y llevaron a la vía pública un grito reprimido de desesperación que acompaña al colectivo colombiano, aglomeración de intereses que traerá sus consecuencias a la vuelta de dos semanas. Mezquina terquedad de mantener en el Congreso la reforma tributaria, que ahorca a los sectores más vulnerables en medio de una pandemia, el desempleo y el hambre, encumbra la indolencia administrativa a la luz de la zozobra social que legítima la protesta masiva que priorizó su inconformismo sobre el derecho a la vida. Evidente malestar, cansancio e indignación, que no midió lo peligroso de ir a la marcha, promovida por humanistas ávidos de beneficios políticos personales sin pensar en la vida de los demás.

Información falsa, verdades a medias, que circuló por los escenarios sociales, cadenas de WhatsApp y TikTok, promovió la violencia y agresividad que incitó al desorden que derribó monumentos, violentó locales comerciales, destruyó bienes públicos o privados, y atropelló la paz. Incapacidad argumentativa y propositiva que hace invisible la posibilidad de expresarse con tranquilidad y construir en conjunto una solución al difícil momento que atraviesa el país. Testarudo proceder no dimensionó el inminente riesgo que tenía el ir a la calle en esta oportunidad, miles de ciudadanos salieron, como borregos incautos, sin cuidarse y tomar las debidas precauciones; rebeldía extrema que se envalentonó con el absurdo e inoportuno pronunciamiento del Tribunal Administrativo de Cundinamarca a pocas horas de la convocatoria.

Medida cautelar que pretendía aplazar las manifestaciones, previstas para el miércoles 28 de abril y el sábado 1 de mayo, sujeto a la implementación de un protocolo de bioseguridad o el alcance de una inmunidad de rebaño con la vacunación, no es más que otra incoherencia que acompaña a la administración central. Inocente sería creer que en la providencia de la magistrada no estuvo por detrás la mano oscura del ente gubernamental, desesperada acción, para atajar lo que efectivamente ocurrió, llama a preguntar si ocurrirá lo mismo con los días sin IVA, la Copa América o las festividades comerciales y turísticas que están por venir, pues todos llaman a la afluencia en masa y propician el contagio dentro o fuera del pico que se transita.

Inaceptable es el vandalismo y bloqueos que contrastaron con la protesta pacífica que se había anunciado, llamado a la rebeldía antes que dar mayor poder al pueblo evidencia que la lucha está enmarcada contra la ignorancia de quienes requieren de una capucha, las armas y andar en grupo para intimidar a aquellos que se quedan al margen de las arengas en la vía pública. Absurda es la violencia como estandarte de oposición a la reforma tributaria que genera más pobreza, en las capas medias y los más pobres; las más de 70 mil muertes que deja la Covid–19 y el aumento de contagios, sin contar con las vacunas previstas para cumplir con el plan trazado; las diversas masacres en lo corrido de 2021; y el exterminio contra los firmantes del proceso de paz. Política del hambre, que administra el desgobierno por el que atraviesa Colombia, requiere de la salud del ciudadano para atender las necesidades del bolsillo en un panorama de reactivación nada alentador.

Actitud desafiante del gobierno, sumado al porte de vándalos e insensatos de los marchantes, abusa y presiona, más allá del límite, la paciencia de un pueblo que se cansó de la ceguera de la clase política que sucumbe en la corrupción y el derroche. Descontento del colectivo, que madrugó este 28 de abril a las calles, desdibujó el derecho a la movilización y la protesta perpetrando actos ilícitos que desnaturalizan el reclamo por las dificultades económicas que la gente atraviesa, pero la presidencia parece no ver. Vida digna no admite la demora en la compra de vacunas y la mendicidad diplomática que ahora se ejerce para recibir algunas dosis por parte de los Estados Unidos, transformación nacional requiere de músculo y gestión pública que proteja la vida de familias que tanto se han sacrificado en esta pandemia.

Compra de camionetas, tanquetas, aviones, helicópteros y encandilada obstinación por llenar los bolsillos de los banqueros y los grupos económicos, subsidiados por una reforma tributaria, saca a flote la discriminación, amenazas y ataques de las fuerzas gubernamentales contra quienes ahora fungen de diabéticos en el legislativo. Prioridad, de cara a las comicios de 2.022, está en elegir un gobernante y congresistas con altura intelectual para asumir la prioridad de reconstruir la nación; brindar salud, educación, seguridad y empleo a un pueblo que ansioso tiene una lista interminable de necesidades, pero en algo se apaciguarían sus expectativas con la llegada de las vacunas que propicien la comunidad de rebaño y traigan de nuevo la normalidad en la que todos aportan para la construcción de Colombia.

Polarización que aflora en el ambiente social impide que los colombianos sean mejores seres humanos, personas más empáticas, solidarias, generosas y trabajadoras con dedicación para hacer de Colombia un mejor país para las futuras generaciones. Aunque el derecho a la protesta no puede limitarse, en este momento es un riesgo para la salud y la vida de los ciudadanos, flaco favor se hace al colapso hospitalario dejando que humanistas, glaucos, comunes y social demócratas, manipulen a los vándalos desde la comodidad de una mansión o el refugio en el que se esconden desde el exterior. Las aglomeraciones, de esta semana, son un peligro para absolutamente todos en medio del peor rebrote de la pandemia.

Lo que se vio, en estos días, es prueba fehaciente de un gobierno incapaz de comprender la realidad por la que atraviesa el país, caudillo perdido que hace caso omiso a las formas de presión persuasiva que le llegan de todos los sectores y propicia la violencia de las mingas, los vándalos, los sindicalistas, los colectivos juveniles y las organizaciones ciudadanas que añoran la llegada de la extrema izquierda al poder para chupar y secar la teta estatal. Deuda histórica de la rama ejecutiva colombiana está con aquellos jóvenes que no se quieren ir del país para conseguir mejores oportunidades, esas que se podrán brindar si se encuentra el candidato adecuado para competir contra esa nefasta ideología que, por ahora puntea las encuestas, no funciona y nunca lo hará porque son muy buenos para criticar y cuestionar, pero pésimos para gobernar y gestionar, varios ejemplos se han visto, y ahora se ve, en el Palacio de Liévano.

Calles, carreteras y municipios colmados de gente que alzaron su voz contra la reforma tributaria, los asesinatos de líderes sociales, el uso de glifosato y tantas otras causas perdieron su esfuerzo ante el comportamiento de vándalos, ingratos personajes que no tienen nada que ver con las intenciones de aquellos que quieren aportar su granito de arena para el cambio. El momento por el que atraviesa Colombia no admite la indiferencia, este es el instante de la unión para incitar una metamorfosis política que no lleve a la gente a caminar miles de kilómetros para escapar de la miseria que hace comer basura y reprime las libertades. Peligroso entorno que se delinea en la espiral del poder dice que o se abren los ojos o la nación se hunde con la estúpida insensatez.

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