El sábado 27 de noviembre de 2021, paseando por las redes sociales, me encontré con una noticia que me estremeció. A veces cuando comienzas a leer la obra de una gran escritora, la empiezas a sentir como tu amiga, tu confidente, y hasta tu otro yo, dependiendo de las coincidencias ideológicas, morales o filosóficas que encuentres en su obra.

Eso me pasó con Almudena Grandes. No la había leído, hasta el día en que, en el club de lectura de amigas, alguien propuso “Las edades de Lulú”, esa novela erótica con la que Almudena ganó no solo popularidad, sino una holgura económica que le permitió dedicarse de lleno a la escritura. Eso sucedió en enero de 2017.

Un mes antes, en diciembre de 2016, ocurrió el feminicidio de Yuliana Samboní – una niña indígena desplazada, a manos de Rafael Noguera, miembro de la más rancia aristocracia bogotana, en un crudo y doloroso episodio, que difícilmente los colombianos podremos olvidar. Una menor de edad, de condición vulnerable, abusada sexualmente y asesinada por un privilegiado de la sociedad, en medio de un episodio de drogas, alcohol y violencia indescriptible. Todavía me duele.

Imagínense lo que fue leer “Las edades de Lulú”, una historia de amor de un hombre mayor con una menor de edad, una lectura que debimos hacer conviviendo con una tragedia colectiva como la de Yuliana y su familia. Pocas fuimos a esa reunión de lectura. Por fortuna, una de las amigas lectoras es siquiatra y asumió la dirección espontánea de esa sesión, invitándonos a su casa y analizando con nosotros la trama del libro, y el drama de aquel entonces. Si no hubiera sido por ella, creo que las seis asistentes no hubiéramos logrado superar el naciente trauma emocional.

Años después, en el 2020, supe que Almudena había escrito una serie de libros, agrupados bajo el nombre de “Episodios de una Guerra Interminable”, serie publicada por Tusquets. La hazaña narrativa de Almudena debería haber sido de seis libros, solo logró completar cinco, pues la sexta novela (Mariano en el Bidasoa”. Los topos de larga duración, la emigración económica interior y los 25 años de paz), estaba en proceso de parto cuando el cáncer se atravesó en su camino. La serie narra, al mejor estilo de Benito Pérez Galdós en “Episodios nacionales” – a quien hace un homenaje con estos relatos, episodios independientes (se puede leer cada libro por aparte y sin ningún orden especial) de vidas y acontecimientos de la resistencia antifranquista entre 1939 y 1964. Se trata de novelas históricas, todas ellas corales, en donde encontramos personajes que existieron en la realidad y personajes ficcionales.

Los libros publicados son, en su orden:

“Inés y la alegría” El Ejército de la Unión Nacional Española y la invasión del valle de Arán. (2010, Tusquets)

“El lector de Julio Verne”. La guerrilla de Cencerro y el Trienio del Terror. (2012, Tusquets)

“Las tres bodas de Manolita”. El cura de Porlier, el Patronato de Redención de Penas y el nacimiento de la resistencia clandestina contra el franquismo. (2014, Tusquets)

“Los pacientes del doctor García”. El fin de la esperanza y la red de evasión de jerarcas nazis dirigida por Clara Stauffer. (2017, Tusquets)

Y yo me leí el último que Almudena alcanzó a publicar (empecé de atrás para adelante): “La madre de Frankenstein”. Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica. (2020, Tusquets).

“La madres…” es una novela de la posguerra española, en donde se describe en detalle, a través del microcosmos que es el manicomio femenino de Ciempozuelos – cerca a Madrid, España -, una de las peores décadas del siglo XX – los 50. Cifras y números: en el libro se describen los dos últimos años de vida (1954-1956) de una de las internas, Aurora Rodríguez Carballeira (Ferrol, La Coruña, 1879 – Ciempozuelos, Madrid, 1956) condenada a 26 años de prisión por haber asesinado a su hija Hildegart Rodríguez Carballeira de 4 tiros mientras dormía. Una historia, por supuesto, de la vida real. ​La hermana de Aurora, Josefa, tuvo un hijo con el que la superdotada tía inició su proyecto educativo y se inició como educadora obsesiva. El sobrino de Aurora, Pepito Arriola, fue educado en sus primeros años por ella hasta que se convirtió en un niño prodigio, momento en que la madre decidió asumir la administración de sus talentos musicales y se lo llevó a Madrid, lo cual ofendió para siempre a Aurora, que lo consideraba “su obra”.

La novela describe la situación de la mujer en la posguerra – unas “imbéciles legales”, que si estorbaban o intentaban independizarse o vivir, eran enviadas por su marido y familias a manicomios, y describe la situación de la siquiatría en España como justificante de un régimen atroz. La historia es contada a tres voces, la de Aurora, una cultísima, feminista e inteligente parricida paranoica – todo a la vez, pero también una mujer de extrema inteligencia y cultura. Y, por supuesto, la del siquiatra Germán Velázquez (inspirado en el doctor Carlos Castilla del Pino) quien llega de Suiza a España a poner en práctica un tratamiento experimental para la esquizofrenia, la clorpromazina, y logra que lo autoricen para hacerlo en el manicomio femenino de Ciempozuelos (hecho no real pues el medicamento arribó a España años después); y la de María Castejón, personaje ficcional, un homenaje a la Fortunata de Pérez Galdós, una auxiliar de enfermería que desarrolla unos vínculos muy profundos, tanto con la paciente – quien en su infancia le enseñó a leer y a escribir, como con el doctor Velásquez.

Hay un total de 117 personajes en la novela, siete de ellos reales, de los cuales llaman la atención dos siquiatras: Antonio Vallejo Najera (el “Menguele español”), defensor de la eugenesia y creador de la teoría del “gen rojo”, según la cual el marxismo estaba ligado a la “imbecilidad” y a la “debilidad moral”, y por ende había que erradicarlo, y Juan José López Ibor, conocido por aplicar la terapia de electroshocks y lobotomías como cura para la homosexualidad. Ambos siquiatras no podían verse ni en pintura, pero en ambos personajes encontró el franquismo fundamentos para sus atrocidades. Y ambos procuraron excluir a siquiatras que pensaran diferente, como el Dr. Carlos Castilla del Pino; Germán Velázquez en la obra.

Las reflexiones sobre la eugenesia como corriente filosófica social que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención manipulada y métodos selectivos sobre humanos, atraviesan toda la obra. Aurora había nacido para mejorar la humanidad, y como no lo pudo hacer a través de ella misma, dada su falta de educación formal, se propuso hacerlo, primero con su sobrino, y luego fabricando una hija. Escogió para el efecto a un semental, a alguien que no pudiera reclamar la paternidad de la niña: un cura castrense leridano llamado Alberto Pallás.

La niña, Hildegart, (Madrid, 1914-1933), fue una niña genio. Fabricada y construida profusamente por su madre, aprendió a leer a los dos años, a escribir y tocar piano a los tres años, a mecanografiar y hablar latín y griego a los cuatro; llegaría a hablar y escribir más de seis idiomas, se licenció en derecho como la abogada más joven de España, con un puntaje aventajado, mientras estudiaba al tiempo Medicina y Filosofía y Letras. Su madre la afilió al partido Socialista de España, PSOE, en el cual militó durante un tiempo, hasta que finalmente se decepcionó de las divergencias entre sus teorizaciones y sus prácticas, llegándose a enamorar, eso sí, de un diputado socialista, relación que fue un golpe mortal para su madre Aurora, quien sintió que se le iba de entre las manos, que la perdía.

Hildegart alcanzó a publicar quince libros de interesantísimos temas – incluida la sexualidad, de la que por entonces ni se hablaba – alabados por grandes figuras, con quienes intercambiaba correspondencia, como Havelock Ellis, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, Sigmund Freud y H. G. Wells. Este último le ofrece a Hildegart irse a Londres como su asistente, lo que constituye el punto de inflexión que determina a su madre a tomar la decisión final. Una decisión de la que jamás llegará a arrepentirse como no podría arrepentirse un arquitecto de volar un edificio que adivina que se va a derrumbar, o un escultor que destruye su escultura, porque descubre que le ha quedado inevitablemente mal esculpida.

La historia es fascinante, y contada por Almudena, que, por demás, nos deleita con un final fantástico, es realmente apasionante. Te extrañaremos, Grande de España. Que las letras siempre estén contigo a donde quiera que vayas.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.