
De la sostenibilidad a la antifragilidad
La reflexión que se presenta a continuación procede de los aprendizajes tejidos en el Encuentro Educación STEM para Futuros Sostenibles Más Allá de la Escuela, organizado por la Escuela de Ingeniería, Ciencia y Tecnología de la Universidad del Rosario y el Colegio CIEDI, reconocido como colegio líder en educación STEM en Colombia. Este espacio de diálogo y aprendizaje permitió repensar el sentido de la sostenibilidad en la educación, dejando ver la necesidad de ir más allá de la simple capacidad de resistir los cambios.
Durante años, el concepto de sostenibilidad ha guiado el rumbo de nuestras instituciones educativas. Se nos ha dicho que debemos construir sistemas estables, duraderos y autosuficientes. Pero en un mundo que cambia de forma impredecible, la resistencia ya no basta. Lo que necesitamos ahora no son instituciones sostenibles, sino instituciones antifrágiles.
La sostenibilidad busca mantener el equilibrio, resistir las sacudidas del entorno y preservar lo que ya existe. Sin embargo, la antifragilidad —un concepto introducido por Nassim Nicholas Taleb— va más allá: no solo soporta el caos, sino que se alimenta de él para crecer y fortalecerse. ¿Qué significa esto para la educación? Significa que, ante la disrupción, las instituciones educativas no solo deben “volver a la normalidad”, sino aprovechar la oportunidad para transformarse.
De robles a hidras: sostenibilidad vs. antifragilidad
Imaginemos dos tipos de instituciones educativas. La primera es como un roble: fuerte, resistente e imponente. Cuando llega una tormenta, el roble se sacude, pero permanece en pie. La segunda es como una hidra: cada vez que pierde una de sus cabezas, le crecen dos nuevas, más fuertes y preparadas.
El roble simboliza la sostenibilidad. Su meta es no romperse. La hidra, en cambio, encarna la antifragilidad, una capacidad de transformación que permite no solo resistir los embates, sino aprovecharlos para evolucionar.
Aplicado a las instituciones de educación, este cambio de paradigma implica pasar de estructuras estáticas y previsibles a modelos dinámicos y adaptativos. No se trata solo de resistir, sino de crecer a partir de la incertidumbre.
¿Cómo luce una institución educativa antifrágil?
Pasar de la sostenibilidad a la antifragilidad requiere una transformación profunda. A continuación, se presentan algunos de los elementos clave que caracterizan a una institución educativa antifrágil:
- Flexibilidad curricular dinámica: las instituciones antifrágiles no tienen currículos rígidos ni lineales. En cambio, adoptan currículos modulares y adaptativos que se ajustan a las necesidades cambiantes del entorno.
- Cultura de la experimentación y el error: en lugar de evitar el error, las instituciones antifrágiles lo abrazan como parte del aprendizaje. No ven el fracaso como un obstáculo, sino como una oportunidad para la mejora continua.
- Redes de colaboración abiertas y diversas: la clave está en las alianzas estratégicas con otras instituciones, familias, gobiernos y empresas. Estas redes permiten responder rápidamente a los cambios del entorno.
- Docencia para la incertidumbre: los docentes ya no solo enseñan contenido; deben ser agentes de cambio y guías en la incertidumbre.
- Diversificación de recursos y modelos de sostenibilidad económica: las instituciones que dependen exclusivamente de la matrícula o los subsidios del gobierno son frágiles. Las instituciones antifrágiles crean nuevas fuentes de ingresos.
- Pensamiento crítico y creativo en el estudiantado: las instituciones antifrágiles priorizan el pensamiento crítico, la creatividad y la resolución de problemas.
No basta con ser sostenibles, debemos ser antifrágiles
El mundo ya no nos pide que seamos resistentes. Nos pide que seamos antifrágiles. Las instituciones de educación no pueden seguir actuando como torres de marfil, esperando a que las crisis terminen. Necesitamos construir sistemas que se transformen con cada crisis. La verdadera educación no se basa en la simple preservación de lo existente, sino en la creación de nuevas posibilidades ante la incertidumbre.
Ser sostenibles implica resistir, pero ser antifrágiles implica crecer con cada sacudida. Es entender que cada cambio, cada error y cada imprevisto es una oportunidad para reinventarse y construir una educación más inclusiva, equitativa y conectada con la realidad. La formación de estudiantes con esta mentalidad no solo les permitirá adaptarse a un mundo cambiante, sino liderarlo.
Hoy, más que nunca, nuestras instituciones educativas deben pasar de ser robles a ser hidras del aprendizaje. Necesitamos que, con cada crisis, les crezcan dos cabezas nuevas: más fuertes, más sabias y más comprometidas con el futuro de la educación. Porque la educación no se trata de resistir al cambio, se trata de protagonizarlo.
¡El futuro de la educación no se define por la resistencia al cambio, sino por la capacidad de crecer con él!
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