Aunque pequeños, los cuatro niños que pasaron 40 días en la selva tenían conocimientos básicos que les permitieron sobrevivir en la espesura, tal y como lo reveló su abuelo, Narciso Mucutuy, pues a muy temprana edad a los niños de las comunidades indígenas los ponen en contacto con la naturaleza agreste, pero para ellos sagrada, de sus territorios.

(Vea también: “Es mentira”: abuelo de niños rescatados, por historia de que la madre resistió con ellos)

“Nosotros los indígenas desde los tres años ya empezamos a enseñar poquito a poquito, cuando ya tienen cinco años nosotros los sacamos a la selva, los llevamos en un potrillo, acá se dice lancha. Los llevamos por el río enseñándolos a pescar, por el monte enseñamos a comer frutas, qué fruta se come, qué fruta no se come, hay frutas venenosas”, explicó Narciso a la revista Semana, precisamente sobre los conocimientos que tenía Lesly, la mayor de los cuatro hermanos y que cuidó de ellos durante su travesía en la selva.

Ella, según cuentan quienes participaron en la búsqueda, fue quien guió a los niños y los alimentó en la selva con los frutos que conocía. El abuelo de la niña contó que, los primeros días, los niños pudieron alimentarse con un fiambre que llevaban para el viaje, pero cuando este terminó “comenzaron a andar buscando pepas, o sea frutas silvestres”.

Dos ellas son el juan soco y el milpesos, dos frutos muy comunes en la selva amazónica que hacen parte de la dieta de las comunidades indígenas, pues son cultivadas en las chagras, que son un espacio de tierra dispuesto para cultivar muy cerca de sus asentamientos.

El juan soco tiene una cáscara similar a la de una maracuyá pero, a diferencia de esta, su pulpa y semillas son dulces, con una textura similar a la de un chicle.

Del milpesos, por su parte, se extrae una especie de leche que se utiliza para la preparación de bebidas. Los indígenas lo maduran en agua tibia para luego preparar jugos. De ella también se puede extraer aceite.

En la entrevista con Semana, el abuelo de los menores también hizo referencia a la piña, una fruta que los niños aprenden a identificar a muy temprana edad para poderla consumir. “Les enseñamos cuándo se saca la piña; cuándo está madura, cuándo está verde, cuándo es astillosa, cuándo puede chuparse, todo eso les enseñamos”, contó el abuelo, que desmintió que la madre de los niños pasó algunos días con ellos.

Esta fruta, a diferencia de la que se consume diariamente en el campo y las ciudades, es más pequeña, tiene una coloración más clara y su sabor suele ser muy dulce.

Además de los frutos que los niños pudieron identificar en la selva, otro alimento que les permitió resistir 40 días a la deriva fue la fariña, un alimento esencial en la dieta de las comunidades indígenas de la Amazonía.

La fariña es una harina que se obtiene de la yuca brava amarilla, que también se cultiva en las chagras. Por su componente venenoso, la yuca brava requiere de un proceso especial para poder comerse, por eso, inicialmente debe remojarse en agua para que suelte los componentes venenosos, luego se ralla y la pulpa resultante se pasa por un colador.

La pulpa que queda después de este proceso se retuerce para terminarle de extraer el líquido, lo que deja como resultado una harina húmeda. Esta finalmente se tamiza, se cocina al fuego para terminar de extraerle los líquidos y obtener, finalmente, los granos secos que son consumidos. La fariña también se utiliza para hacer casabe, una especie de arepa que se consume, prácticamente, con todo.

Este proceso era imposible de hacer por los niños; sin embargo, líderes indígenas que participaron en la búsqueda contaron que este alimento fue incluido en los kits de supervivencia que las Fuerzas Militares le dejaron a los menores en la selva.

(Lea también: Niñas rescatadas dedican alentador dibujo a Wilson, el perro que ayudó a buscarlas)

Aunque lograron alimentarse en su travesía, los niños fueron diagnosticados por los médicos que los atienden en el Hospital Militar con un cuadro de desnutrición y deshidratación.