Tampoco se puede decir que Uribe es el que ha gobernado en el primer año del mandato de Duque. Eso sería inapropiado y desconsiderado con el presidente.

Pero una relación como la que hay entre el líder del Centro Democrático y Duque ya la había explicado teóricamente, en un viejo borrador de hace más de 30 años, el profesor Rodrigo Losada Lora, Ph. D. en ciencia política e investigador docente de la Universidad Javeriana, en el que explicó los conceptos de ‘influencia’ y ‘poder’*.

En esa explicación, Losada Lora entiende el fenómeno de la influencia como la interacción entre dos actores, que él denomina teóricamente como ‘A’ y ‘B’ (que, en el caso de la realidad actual, podrían asimilarse a Uribe [A] y Duque [B]). Por medio de esa interacción —escribió el profesor—, “A induce a B a sentir, pensar o comportarse de una manera que, en otras circunstancias, B no adoptaría”.

“El ejercicio de la influencia supone, entonces, tanto la manifestación de una preferencia, como una relación causal […] —precisó el docente—. Es decir, A manifiesta a B, en una forma más o menos clara, más o menos críptica, sus deseos sobre el modo de sentir, pensar o actuar de éste”. Así, conocidas las preferencias de ‘A’, entonces ‘B’ decide ajustarse a ellas.

Losada Lora sostuvo, además, que “el peso causal de A es tal que B no habría adoptado esa manera de sentir, pensar o actuar […] de no ser por las exigencias de A”. Sin embargo, anticipando que la influencia no solo se da en un solo sentido, consideró otro caso especial de influencia: cuando ‘A’ no manifiesta a ‘B’ sus preferencias, pero, en todo caso, ‘B’ modifica su comportamiento en función de ‘A’, “en virtud de lo que A es, hace, se presume que desea, o establece como condición impersonal”. A este tipo de influencia, Losada Lora lo llamó “defluencia”.

Estas consideraciones que parecen muy abstractas van quedando claras en la realidad de la relación Uribe-Duque desde el momento en que la poderosa imagen del expresidente comenzó a pesar sobre Duque cuando fue elegido candidato del uribismo. Su nombre de aspirante a la presidencia siempre estuvo acompañado del estribillo que respondía a la pregunta ¿por quién votar?: “Por el que diga Uribe”. Y el que dijo Uribe fue Duque.

Así, el mandato de Duque empezó marcado por la duda de si quien iba a gobernar era él o Uribe. Los dos siempre han negado una relación de subordinación y se han esforzado por mostrar una aparente distancia para favorecer la gobernabilidad de Duque. Aunque hay hechos que en este primer año de Duque dejan ver que la sombra del expresidente Uribe se proyecta sobre la Casa de Nariño con nitidez, sin que él se la pase metido en la sede del Gobierno.

Primero se vieron apenas las orejas

Para empezar, el día de la posesión de Duque, hace exactamente un año, en una tarde arremolinada por fuertes vientos, su discurso conciliador fue ‘corregido’ o ‘balanceado’ para alinearlo con el carácter del uribismo con una perorata del presidente del Senado, Ernesto Macías, contra el gobierno de Juan Manuel Santos. Planeado o no, y pese a que el expresidente Uribe guardó absoluto silencio, pareció que Macías hubiera leído un texto dictado por el líder del Centro Democrático.

En su forma de gobierno, Duque implementó los denominados talleres Construyendo país, que le recordaron a Colombia los consejos comunitarios que hacía Uribe todos los fines de semana en distintas partes del país. Y, en la misma línea, puso en su cuenta de Twitter una foto que evoca la postura del expresidente:

Pulzo

Ya corridas varias semanas de Duque en el poder, llamó la atención que, más allá de que Uribe sea el jefe único del partido de Gobierno, a finales del año pasado desarrollara la estrategia de reunirse con los jefes de otros partidos, incluso con el de La U (el muy santista Aurelio Iragorri), y se moviera en las comisiones terceras del Congreso, escenario natural del debate económico, aunque él no pertenece a ninguna de ellas, para discutir la reforma tributaria que impulsaba Duque.

Otras de las razones del activismo de Uribe en ese momento tuvieron que ver con que quiso rescatar la imagen de Duque (y la suya propia) gravemente afectada en las encuestas, entre otras cosas, por la idea de extender el IVA a todos los productos de la canasta familiar, lo mismo que aclimatar las tensas relaciones entre Duque y su partido Centro Democrático.

En el ámbito económico, vale la pena recordar que en el Plan de Desarrollo se incluyó un párrafo que reconoce la labor patriótica de Uribe para lograr la pacificación y erradica la palabra ‘paz’ del documento.

En defensa propia

Aunque luce muy improbable, el fantasma de una volteada de Duque como la de Santos mantiene alerta a Uribe y prefiere tomar medidas. El vínculo entre él y Duque lo esbozó la senadora uribista María del Rosario Guerra con una afirmación que permite hacerse una idea: “La relación entre los dos está mejor que nunca, incluso en ocasiones hablan dos o tres veces al día”.

Pero la manifestación de la influencia que explicó Losada Lora (“A manifiesta a B, en una forma más o menos clara, más o menos críptica, sus deseos sobre el modo de sentir, pensar o actuar de éste [B]”) quedó revelada cuando Uribe le dijo a su bancada: “Esperemos que Duque enderece. Si no lo hace, nos va a ir muy mal”. El país pudo quedarse sin conocer esa expresión, de no haber sido por una periodista que la grabó furtivamente y la difundió después.

Claro que Duque no es el único integrante del Gobierno con el que Uribe tiene contacto frecuente. El expresidente dijo que habla todos los días con el ministro de Defensa, Guillermo Botero (¡todos los días!). Aunque Botero aseguró en Blu Radio que eso es un “eufemismo”.

A propósito del Ministerio de Defensa, Duque firmó a finales de 2018 el decreto que faculta a esa cartera para reglamentar los lineamientos y directrices para conceder los permisos de porte de armas. En este caso, la figura de Uribe también se dibujó detrás de dos maneras: publicó en Twitter, y así se enteró el país, 48 horas antes de que Duque lo anunciara, una copia del documento.

Precisamente, el columnista de Semana Alfonso Cuéllar escribió: “Hoy, para conocer dónde están las prioridades de Duque, hay que seguir la cuenta de Twitter de Uribe. Las diferencias entre los dos líderes no aparecen”.

Esa misma revista dijo conocer que la nueva cúpula militar tocó las puertas de Uribe para que el parágrafo que faculta al Ministerio de Defensa para reglamentar los lineamientos y directrices para conceder los permisos de porte de armas entrara al articulado del decreto.

En el campo de la defensa, también hay que recordar que el plan de seguridad 2018-2022 parece un clon del programa de la Seguridad Democrática de Uribe: incluye cooperantes, flexibiliza el porte de armas para los civiles.

Objeciones, Venezuela y… Arias

Aunque Uribe ha asumido posiciones que lo distancian de Duque, como cuando se opuso a la extensión del IVA a la canasta familiar, y aunque se ha llegado a decir que los purasangre del uribismo le han hecho más daño al Gobierno de Duque que la misma oposición, Duque ha seguido buena parte del ideario Uribe y de la derecha del país, con posturas como el endurecimiento con el Eln, la férrea defensa de las Fuerzas Armadas, la mano dura en materia penal, cero tolerancia frente a la droga, el regreso a la aspersión aérea con glifosato, la flexibilidad frente al ‘fraking’ y el acercamiento con Estados Unidos.

Pero hay otros dos temas de la entraña de Uribe en los que Duque empeñó buena parte de su primer año de gobierno, y que le acarrearon altísimos costos políticos. El primero, las objeciones que hizo a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que Uribe quiere acabar a toda costa; y el segundo, la radicalización en el discurso sobre Venezuela.

En sus objeciones a la JEP, Duque gastó seis meses, al cabo de los cuales perdió esa batalla, pero con un agregado adicional: consiguió poner en contra de su gobierno a todos los partidos que han cerrado filas para defender los acuerdos con las Farc y esa jurisdicción.

En el caso de Venezuela, no solo se volvió a hablar de guerra y de cerco diplomático, al mejor estilo de Uribe en su gobierno, sino que Duque también invirtió recursos y esfuerzos en una cruzada contra Nicolás Maduro, de quien dijo que era cuestión de horas que cayera. Hoy todavía le recuerdan a Duque esa cuenta regresiva que pasó de las horas a los días, las semanas, los meses…

Iván Duque / Nicolás Maduro

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Más recientemente, el tratamiento que el gobierno de Duque le dio al caso de Andrés Felipe Arias, exministro predilecto de la entraña de Uribe (condenado por la Corte Suprema de Justicia a 17 años de prisión por irregularidades en el programa Agro Ingreso Seguro, AIS, pero se fugó a Estados Unidos, en donde fue detenido) refleja la influencia que ejerce el expresidente en la actual administración.

A finales del año pasado, el embajador de Colombia en Washington, Francisco Santos, le pidió a un juez federal de ese país que dejara salir de prisión a Arias para la época de Navidad, deslegitimando el pedido de extradición de la Corte y ejecutando acciones que nada tienen que ver con sus funciones diplomáticas.

Finalmente, extraditado por Estados Unidos, Arias llegó a Colombia bajo el más estricto secreto y, desobedeciendo la orden de un juez que lo mandó a La Picota, fue trasladado a una guarnición militar. El cuidado que ha tenido el gobierno de Duque de no exponerlo en público solo es comparable con lo que significa Arias para Uribe: una cuestión de honor.

Y para ponerle la cereza al ponqué del primer año de Duque, la prestigiosa publicación The Economist se preguntó: “¿Puede el presidente de Colombia Iván Duque encontrar sus pies?”, en un reciente artículo cuyo planteamiento central es que el mandatario debe salir de la sombra de Uribe, a quien la revista cataloga como un expresidente “amargado”.

Esa sombra es la proyección de la figura de Uribe sobre la actual administración. No a manera de órdenes directas y abiertas (de eso no hay evidencias), pero sí en las formas en que explicó, en un borrador ya viejo y amarillento, el profesor Losada Lora: “A induce a B a sentir, pensar o comportarse de una manera […]”, o ‘B’ modifica su comportamiento en función de ‘A’, “en virtud de lo que A es, hace, se presume que desea […]”. Así de simple.

*Rodrigo Losada Lora: ‘Los conceptos de influencia y poder’. Con la colaboración de Margarita Valencia Vargas. Notas procedentes del proyecto de investigación ‘Realidades de la concentración / dispersión del poder político en Colombia, 1966-1978’.