Gómez asegura en su columna de El Tiempo que para acabar con el Esmad no es necesaria una discusión en ninguna mesa de diálogo.

Se entiende ninguna mesa como las que se puedan organizar en medio de las actuales protestas para superar la crisis, o, como lo recuerda Luis Carlos Vélez en su columna de El Espectador, en una de diálogos con un grupo guerrillero. De hecho, las Farc intentaron incluir fallidamente en las tratativas de paz con el Gobierno la propuesta de eliminar el Esmad, escribe Vélez, y califica esa intención de “desconcertante”.

Para Gómez, no hay que llegar tan lejos. Ese cuerpo especial de la Policía desaparecerá por sí solo cuando…:

  • … los infiltrados en grupos de manifestantes no protagonicen actos violentos.
  • … no destruyan bienes públicos y propiedad privada.
  • … oscuros grupúsculos desechen la idea de inutilizar los sistemas de transporte masivo.
  • … siete días de protestas no reduzcan la actividad comercial del país en un 40 % y no se echen a la caneca 350.000 millones de pesos en ventas.
  • … el derecho a la protesta no se convierta en la obligación de soportar violencia, atentados a los aparatos productivos y bloqueos continuados.

Advierte, además, que si no hubiera Esmad, que se considera una unidad especializada en el acompañamiento, manejo y control de protestas, ocurrirían hechos como los del paro de 1977, cuando los desmanes fueron enfrentados con policía convencional y armas de fuego, lo que dejó un saldo de 33 muertos; o el de la protesta estudiantil en 1954 contra el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, que fue controlada por el Batallón Colombia (varios de cuyos integrantes acababan de llegar de la guerra de Corea), que dejó 12 muertos.

Recomienda, eso sí, “revisar y modificar los implementos del Esmad, desechando aquellos con mayor riesgo de letalidad […]” y aplicar “ejemplar sanción a los policías de estos escuadrones que no apliquen los protocolos de operación”. De hecho una ONG le atribuye al Esmad la muerte de 34 personas en los 20 años que tiene de existencia ese escuadrón.

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Sin embargo, para Vicky Dávila resulta “imposible” acabar con el Esmad. “Qué habría sido del país ante el ataque de los vándalos si no existiera el Esmad”, se preguntó en su columna de Semana. “Que corrijan lo que tengan que corregir. No a los abusos de autoridad, no a los anarquistas que quisieran tener todas las garantías para que reine el caos. Primero hay que combatir a los delincuentes, no nos equivoquemos”.

Y aunque Francisco Lloreda no menciona al Esmad directamente en su columna de El País, de Cali, sí hace un esbozo filosófico de las razones de la existencia de ese escuadrón, lo que, tácitamente, sitúa la desaparición de este cuerpo policial en el terreno de lo imposible.

“Los derechos de reunión y de manifestación —que están en nuestra Constitución— son de la esencia de los derechos civiles y políticos en un sistema democrático”, recuerda Lloreda en su columna. “Están asociados a las opciones de disentir y expresarse, sobre diferentes aspectos de la vida en sociedad. Son una de las conquistas de la filosofía liberal tras siglos de absolutismo, que privilegia las libertades individuales, con diferentes posturas frente a sus prerrogativas y límites”.

Pero alerta sobre el hecho de que estos, como otros derechos, no son ilimitados. “Si lo fuesen, si cada uno hiciese lo que le place sin importar cómo afecta a los demás, sería el caos. La supervivencia misma de la especie estaría comprometida pues medianamente convivimos gracias a acuerdos tácitos y expresos. […] Transitamos de unas marchas pacíficas a un vandalismo criminal. De un ejercicio legítimo y legal de libertad a uno ilegítimo e ilegal de la misma. Con efectos que cada quien evaluará pero que en el balance nadie debería festejar; vidas sacrificadas, lesiones irreparables, heridos, y un país en ascuas”.

Lloreda concluye que el ejercicio de los derechos asociados a la libertad, como la protesta social, implica deberes. “Incluso en países garantistas como el nuestro, donde los derechos de los terceros no manifestantes han perdido su valor social y legal. Si estos importaran, no se permitiría marchar por ciertas vías incluidos los corredores de transporte masivo, no se vulneraría el derecho de los niños a estudiar y quien quisiera podría ir a trabajar”.

“La libertad no es absoluta, tiene límites”, insiste. “Límites que solo los valores y el orden, pueden garantizar. Un orden basado en la ley, en el respeto a los demás. […] Es hora de entender que la libertad y el orden van de la mano, que sin orden no hay libertad, hay caos y anarquía. […] Es hora de darle importancia al orden. Los derechos son posibles si van acompañados de deberes”.