Hace once años que los niños, niñas y jóvenes de la comunidad indígena de Sabaleta pueden estudiar su bachillerato sin salir de su territorio. La Institución Educativa Indígena Katío Chamí les brindó esa y otras posibilidades, como la de aprender sobre su cosmovisión, sus prácticas agropecuarias y la organización comunitaria.

Además, les evitó a las familias y a los estudiantes otros problemas: pagar arriendo, comida y pasajes hasta El Carmen de Atrato. Y si la institución hubiera existido desde hace 15 o 20 años, les hubiera evitado el complicado trayecto hasta El Carmen, pues Sabaleta actualmente queda a una hora en carro del pueblo, pero para entonces, cuando no habían hecho inversiones en la Transversal Medellín-Quibdó, quedaba a dos días de camino, con riesgo de quedarse atrapados en un derrumbe.

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El colegio es el resultado de la lucha de las comunidades, que a punta de paros y mingas lograron que el Estado lo construyera. Pero en adelante han tenido que hacer gestiones y dar discusiones para enseñar en buenas condiciones. Rodríguez es consciente de que estas limitaciones afectan la calidad de la educación y de que, de hecho, afectaron gravemente el aprendizaje de los estudiantes durante la pandemia. En la comunidad intentaron trabajar con guías, pero no funcionó.

Por eso, como lo dice la profesora Jessica Rivas Cuesta, “muchos estudiantes están con ese vacío de la pandemia y nos tocó transferirlos de grado, así que tenemos estudiantes a los que ese vacío les quedó”. Y aún así, todos presentaron las Pruebas Saber 11, también llamadas Pruebas Icfes.

El resultado del colegio: 155 puntos sobre los 500 puntos máximos que se pueden alcanzar en el examen. Sabaleta quedó en el puesto 146 de 150 del Chocó, que es el departamento que ocupa el último lugar a nivel nacional. De hecho, Sabaleta también quedó entre los últimos 20 lugares del ‘ranking’ nacional. Para la comunidad, sin embargo, esto no significa que la calidad del colegio sea mala. 

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En primer lugar, la prueba se hace en español, mientras que los estudiantes indígenas aprenden los primeros años de su vida en chamí. Dalila Muñoz Wourabe, estudiante grado octavo, explica el problema. Ella es de madre indígena y padre paisa, entonces aprendió el español desde muy niña. “Yo estudié en el colegio de paisas, estuve con ellos estudiando y ahí aprendí mucho el español y lo hablo así como lo entiendo, pero para los que aprendieron primero el emberá… Las pruebas Icfes vinieron en español. A ellos se les hizo complicado porque algunas palabras no las entendían y respondieron mal”, explica. De hecho, durante las entrevistas que Consonante hizo con algunos estudiantes, ella sirvió como traductora de algunas palabras.

La rectora Fainory pone un ejemplo: “Pongamos a un niño de una institución educativa de afuera a que lea, piense y escriba en inglés. ¿Cuánto tiempo se demora? Llega a 11 y no lo logra”.

Para esto, el Icfes está evaluando la posibilidad de hacer traducciones, pero Natalia González, directora técnica de evaluación, dice que no es tan sencillo. “Hay que hacer un análisis riguroso sobre qué tantas barreras puedo estar incluyendo en la prueba cuando tiene diferentes versiones idiomáticas”, dice la directora.

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Sin embargo, también asegura que tienen la promesa de “comenzar a investigar, porque tenemos que tener cuidado con cualquier cambio que se le haga a la prueba, porque con algo tan sencillo como una traducción se pierda parte de la esencia de la prueba”.

Pero no es solo eso. Para las comunidades indígenas también sería clave que el examen evalúe sus conocimientos sobre su comunidad, su territorio y sus saberes ancestrales, porque su visión de la educación es distinta: hace parte de la colectividad y busca el bienestar del pueblo y su pervivencia. El pedido de la comunidad de Sabaleta es que el Estado apoye su visión educativa y la tenga en cuenta a la hora de evaluarlos.