Hasta muy cerca del llamativo y colorido río de Caño Cristales (Meta) llegaron dos delfines rosados (Inia geoffrensis) que fueron identificados como los machos GYO 40641 y 181013. Lo hicieron a través del río Guayabero, en la cuenca alta del Guaviare y, como cuenta Fernando Trujillo, biólogo marino y director científico de la Fundación Omacha, es la distribución más al occidente que se conoce de esta especie en Colombia.

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Mientras tanto, a más de 700 kilómetros al sur, otros individuos de esta especie usaban los Lagos de Tarapoto, en Puerto Nariño (Amazonas) como “sala cuna”. Y, a la vez, otros cuantos delfines, a 1.200 kilómetros al nororiente, en el río Arauca, que marca la frontera con Venezuela, cruzaban las aguas de ambos países en busca de alimento y refugio.

Estos datos son parte del primer mapa que se construyó en el país para identificar los hábitats y las áreas centrales de la actividad del delfín del río y que fue publicado a finales de junio en la revista académica Landscape Ecology. Para lograrlo, 11 científicos adscritos a distintas entidades y organizaciones en el país “siguieron” a 17 delfines rosados por las cuencas de los ríos Orinoco y Amazonas, desde octubre de 2017 hasta mayo de 2021.

El seguimiento, en términos técnicos, se hizo a través de satélites que iban ofreciendo en tiempo real la ubicación y los desplazamientos de las ocho hembras y nueve machos que, en su aleta, tenían instalados los transmisores. Gracias a estos datos, por ejemplo, los investigadores lograron estimar que el tamaño del área en el que un delfín habita y desarrolla sus actividades de alimentación y refugio, entre otras, oscila entre los seis y los 116 km2, con una media de 40 km2.

 

También lograron clasificar los espacios en los que estos mamíferos acuáticos desarrollan sus actividades: río principal, confluencias, tributarios, canales, islas, bahías y lagunas. Lo hicieron, según Federico Mosquera, biólogo e investigador de la Fundación Omacha, porque “contrario a lo que se cree, los ríos no son uniformes. Son un mosaico de diferentes paisajes, y las especies, incluidas los delfines de río, tienen preferencias dentro de esas posibilidades”.

Esas preferencias se corroboran al saber que en los casi tres años de seguimiento los principales tipos de hábitats utilizados fueron el río principal, con el 57 % de los registros; seguido por los canales y los tributarios, con el 10 y 9 %, respectivamente. Las bahías y lagunas (7 %), confluencias (6 %) e islas (5 %) cierran la lista, sin que eso les reste importancia a los usos que los delfines hacen de estas.

Por ejemplo, a pesar de estar entre las menos usadas, las lagunas y confluencias son lugares importantísimos para las hembras. Esto se puede observar en el complejo de humedales Lagos de Tarapoto, ubicados en Puerto Nariño (Amazonas) (mapa 1), donde una hembra (representada por los puntos rojos) hace un uso intensivo de este espacio. Según Mosquera, esto se debe “a la limitación que tiene el individuo para moverse. ¿Cuál es la limitación? El cuidado parental. La hembra no se puede mover al ritmo del grupo familiar porque tiene una cría pequeña o porque la está lactando. Entonces buscan establecerse en zonas fijas (como el lago) donde hay una provisión relativamente buena de alimentos, además de un refugio seguro. Allí también les enseñan a pescar, entre otras cosas”. Por eso, a este ecosistema se le conoce como la “sala cuna” de los delfines rosados.

Identificar este tipo de usos, así como el de las otras regiones en el país, sirve para dos cosas que están íntimamente ligadas, dice Mosquera: conservar los delfines y los hábitats. “Como no en todas las regiones están los mismos ecosistemas ni los delfines los usan de la misma manera, hay que ver cuáles conservar y qué medidas particulares se deben tomar”. Y es que así como varían los ecosistemas también lo hacen las amenazas que hay en cada región particular.

Trujillo, que lleva más de 30 años estudiando los delfines, recuerda cómo en 1992 las poblaciones de delfines en el río Arauca eran más grandes y saludables que las que ha encontrado en los últimos tiempos.

“En estos siete años hemos rescatado 21 delfines, porque se quedan atrapados en los ríos por cuenta del cambio climático”, comenta el director científico de Omacha. Mientras tanto, en el Orinoco, el problema viene por la sobrepesca y la contaminación por mercurio que llega desde el arco minero de Venezuela”, apunta Trujillo.

Por eso, Mosquera señala que si bien puede haber medidas integrales, las disposiciones particulares son fundamentales. “En el río principal, por ejemplo, se puede regular la velocidad de los botes para evitar las colisiones, mientras que en las lagunas u otros espacios la medida puede ser el no uso de redes de monofilamento para la pesca y así evitar el enmallamiento de las hembras”, explica.

Pero así como la investigación sirvió para apuntar a los lugares que deben ser protegidos, también fue útil para comprobar la eficacia de los que ya están siendo conservados, comenta Saulo Usma, coordinador de Agua Dulce de WWF Colombia, quien también participó en el estudio.

“Tres de las áreas identificadas en el trabajo son sitios Ramsar (humedales designados como de importancia internacional y que comprometen al Gobierno a mantener sus características ecológicas). Estos son el río Bita -el sitio Ramsar más grande del país-, la Estrella Fluvial de Inírida (mapa 5) y Lagos de Tarapoto que, entre los tres, suman más de 1’100.000 hectáreas”.

Conservación nacional e internacional

Los tres expertos consultados coinciden en que es necesario ampliar los ecosistemas protegidos bajo diversos mecanismos, aun cuando Colombia es referente a escala regional en esta materia. Mientras esas declaratorias llegan, el Ministerio de Ambiente lanzó el martes 26 de julio el Plan de Acción Nacional para la Conservación de los Mamíferos Acuáticos de Colombia 2022-2035, que contó con la participación de la Fundación Omacha y WWF Colombia, entre otras organizaciones.

Según Trujillo, este plan contempla acciones específicas para la conservación de las 42 especies de mamíferos acuáticos que viven en el Pacífico y Caribe colombiano, entre las que se encuentra el delfín rosado, caracterizado por la UICN como “en peligro”, “la penúltima categoría antes de la extinción”, y vulnerable para el país.

Sin embargo, uno de los grandes retos tiene que ver con la protección regional: un nivel en el que hay poca integración, lamentan los tres investigadores. Por eso, en el marco de la Comisión Ballenera Internacional (IWC, por su sigla en inglés), Brasil, Ecuador, Perú y Colombia vienen trabajando en un Plan de Manejo y Conservación que sea vinculante para los cuatro países.

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Trujillo, que fue nombrado por estos países como el coordinador de la iniciativa, resalta que la importancia de este plan radica en que, bajo estos planes, son los Estados quienes deben implementar las acciones para conservar a estos mamíferos, además de presentar avances anualmente ante la IWC.

“En enero del próximo año vamos a tener una reunión entre los países para abordar las cosas difíciles”, dice Trujillo, haciendo referencia a la deforestación, la minería ilegal y la contaminación por mercurio, tres de las grandes amenazas que enfrentan los delfines rosados en Suramérica.