“Padre, deme 2 panes, porque yo ahora como por 2”, le dijo una mujer morena a Carlos Arturo Quintero Gómez, obispo de la Diócesis de Armenia, mientras se quitaba una bolsa negra y una botella de límpido de encima para mostrar su abdomen abultado por un embarazo incipiente. Ella estaba sentada sobre un muro de concreto, en la entrada de La Aldea. Tendría unos veintitantos y en su cabello rubio aparecían insolentes las raíces de lo que antes fue negro, sus hombros desnudos exhibían sus huesos. La mujer luchaba por mantenerse firme, pero solo para ella el hormigón se movía bajo sus pies como en un terremoto. A su lado, otra mujer disolvía en agua el polvo blanco que estaba sobre una cuchara: preparaba la dosis que le exigían sus venas. Frente a ellas, un hombre estaba de pie a la espera de su porción, “¿Café con leche, Maravilla?, lo saludó el obispo”.

Eran más de las 11:30 a. m. Dejaron allí a la mujer embarazada y sus amigos y los 3 cruzaron la carretera: Marcial Apablazá Yáñez, Mariana Cárdenas Martínez y el obispo, para empezar con la ruta fraterna. En toda la entrada hacia ‘La Playita’, justo al lado de un conjunto de torres residenciales, se acercaron otras 4 personas. Recibieron el pan que llevaba el obispo, el café que cargaba en una greca a su espalda Marcial y que Mariana servía en vasos plásticos. “Dios lo bendiga, padre” o “que Dios los bendiga a todos”, repetían mientras mordían el pan. (Le puede interesar: Mujer se estrelló en su moto contra una palmera y murió, en Armenia)

Los 3 misioneros bajaron unos metros por las ruinas de unas escaleras corroídas por el pasto y el barro. Se detuvieron al lado izquierdo del camino, en cuyo lado había un enorme muro de tierra. A la derecha, hacían lugar algunas casas de madera que permanecían cerradas en el exterior, tenían cadenas, parecían abandonadas.

Desde algún punto, que hasta ese momento resultaba desconocido, rápidamente subieron hombres y mujeres en los que se podía suponer edades entre los 20 y 30 años -en su mayoría-. No miraban de frente, sus ojos parecían incapacitados para enfocarse en otra persona. Los movimientos eran similares: las piernas medio dobladas, los brazos abiertos para mantenerse parados. Sus cuerpos revelaban el mapa permanente de la adicción: uñas comidas, cuerpos huesudos con heridas -algunas sin sanar- en los brazos, el cuello, las piernas y los pies. Trapos sucios y húmedos cubrían sus pieles resentidas, maltratadas. Los envolvía el desamparo, eran huérfanos de todo. (Vea también: Liberaron a presunto asesino de una mujer dentro de un bus de servicio público)

Un puñado de más de 20 personas subió, de turno en turno, para recibir el pan y el café. Uno que otro pidió más pan al obispo, alimento al que correspondían con una bocanada de bendiciones. Mariana los saludaba, casi a todos por sus motes: Supermao, Maravilla, Fer. Ellos le devolvían el saludo y unos sostuvieron una sencilla conversación.

Después de comer, un hombre y una mujer se sentaron sobre la tierra, en un rincón a inyectarse. “Muchachos, les traigo jeringas para la venta”, gritó otro con el vaso de café en una mano. con la otra elevó 3 jeringas usadas. Al instante, 2 chicas, probablemente cercanas a la mayoría de edad, bajaron. De entrada, desafinaron con el paisaje: iban maquilladas, usaban jeans y blusas cortas completamente limpias, llevaban sus teléfonos en las pretinas del pantalón. Miraron de frente al obispo y sus acompañantes, se rieron y siguieron con paso firme hacia su destino. Una de ellas recibió café de manos de Mariana.

En la zona no manda el dios ni la ley que gobierna en el resto de Armenia. La dinámica es distinta y solo funciona allí. El “jíbaro”, soberano absoluto, decide quién entra, quién sale y qué sucede en los límites de su territorio, alguien llevó su información sobre la presencia del obispo, Mariana y Marcial y él decidió que podían pasar: Tras 15 minutos, uno de los muchachos de la zona, les indicó a los visitantes que podían continuar el paso. Él los acompañó, abrió el camino.

Marcial, una vez más se puso a su espalda la greca, y descendió junto con el obispo y Mariana hasta el final del camino que llevaba a una pequeña playa, rodeada por el monte y una quebrada opaca y turbia de la que desprendía un hedor que llegaba hasta la carretera inicial. “Con esa agua preparan lo que se inyectan, por eso también se enferman tanto”, contó Mariana.

En ‘La Playita’ estaban sentadas sobre la tierra húmeda unas 15 personas: hombres y mujeres, que se preparaban la heroína, se inyectaban o sufrían el efecto de la droga. Unos pocos se abalanzaron hacia el obispo: “padre, padre, regáleme 2 panes, tengo mucha hambre y sigo muy enferma”, le chilló una muchacha trigueña. Acomodadas en un rincón estaban las 2 chicas que minutos antes habían pasado. Una de ellas tecleaba en su celular. La otra disponía la dosis y alistaba la jeringa, charlaban en voz baja.

“Recuerden que allá siempre los esperamos”, repetían una y otra vez Marcial o el obispo a quienes se les iban acercando, se referían a la casa Tejiendo Sueños de Esperanza. Atravesaron la playita, los 3 misioneros y el acompañante, y cruzaron los escombros de un puente de cemento que comunicaba con La Aldea y pasaba sobre la quebrada. Objetos abandonados, basuras, plásticos y esterillas armaban la escenografía.

Se escucharon en la ruta gritos de éxtasis, de alegría, de miedo en medio del monte. “Cálmese, cálmese”, se decía a sí mismo un hombre de mediana estatura, mientras se daba golpes en el pecho, seguidos por alaridos, jadeos, brincos y forcejeos.

Más adelante, cambiaba un tanto el panorama, ya no había monte sino unas pocas casas, algunas en obra negra, otras en madera, de lado a lado de la manzana. En los pasillos externos, sofás abandonados y destruidos servían a otros que también hacían parte de aquel territorio.

Así culminó la ruta. Llegaron al otro lado. Uno más recibió pan y café. Marcial, ayúdeme con una cita, quiero internarme”, dijo quien los acompañó a cruzar ‘La Playita’. Pidió una foto a los misioneros y les dijo que serviría para el antes y el después de la rehabilitación. Prometió a Marcial ir a las 2 p. m. a la sede de la Diócesis para hablar con él.

Esa es “La Playita”, una ruta en la que la heroína es destino.

La Diócesis de Armenia

Tejiendo Sueños de Esperanza es un programa de la Diócesis que brinda atención a chicos en situación de vulnerabilidad: habitanza en calle, trabajo infantil, explotación sexual y riesgo sicosocial.

“Regularmente nos articulamos para realizar rutas fraternas porque en este último -Tejiendo Sueños de Esperanza- los perfiles son: niños, niñas y adolescentes que están en situación de calle. Entonces las 2 pastorales se articulan para hacer rutas fraternas, proceso de enganche y establecimiento de vínculos y demás”, explicó Mariana Cárdenas Martínez, sicóloga y directora del programa. Y agregó: “Hacemos trabajo en la calle y en la casa Tejiendo Sueños de Esperanza. En la calle nos desplazamos a todos los puntos álgidos de la ciudad -los que regularmente se denominan ollas-. En estos puntos nosotros vamos y compartimos un café con pan o un yogurt como medio de enganche. No por asistencialismo sino como recursos para invitarlos a la casa Tejiendo Sueños de Esperanza”.

En la casa en mención tienen un espacio para el juego, la oración, la música y el teatro. Los chicos gozan de estos espacios y viven talleres en pro de su crecimiento personal. Transversal a estos procesos, tienen acompañamiento desde el área de sicología, trabajo social, médico y espiritual.

Hacen presencia en escenarios de Armenia como: Miraflores bajo y Salazar bajo -sector de la carrilera y la cueva del humo-; La Aldea, el sector de la 20 y centro, el parque Sucre y los puentes de La Cejita. Durante la semana visitan los miércoles, jueves y sábados los lugares mencionados.

 “El compartir café con pan puede ser visto como un medio de asistencialismo, pero nosotros lo llevamos mucho más allá, por medio de compartir esos alimentos pretendemos establecer un vínculo con la persona para invitarla a los programas que tiene la Pastoral Social. Lo que buscamos también es reducir daños y riesgos porque en el compartir se inicia una ruta de atención: verificamos derechos civiles -si alguien no está afiliado a la EPS o no tiene documento de identidad, iniciamos el trámite-, gestionamos citas médicas, hacemos acompañamiento a procesos de desintoxicación y posterior deshabituación con la clínica El Prado y el hospital mental, entonces la ruta fraterna y el compartir se convierte en el inicio de un proceso a largo plazo”, explicó Cárdenas Martínez.

La población en la que intervienen es amplia, no obstante, para ellos no son cifras, les interesan las personas y lograr procesos con ellas. El obispo se pronunció sobre el tema: “Nosotros hablamos de personas en situación de calle porque nos interesa mucho la dignidad desde el evangelio. El reconocimiento que vamos teniendo con estas personas es muy importante porque abrimos espacios de confianza y empatía que permitan el acercamiento de las personas, por eso preguntan: ‘Marcial, ¿cuándo puedo ir al hospital? ¿Cuándo puedo regresar a la casa?’. Ellos viven esa historia de dolor y sufrimiento con el clamor de querer salir de ahí. Se nota en estos escenarios la ausencia del estado y de políticas que puedan coadyuvar en la promoción de la dignidad humana”.

La invitación es para que conozcan los programas de la Diócesis de Armenia y la Pastoral Social. Las personas interesadas podrán sumarse como voluntarios, donantes y benefactores. “Voluntarios donando tiempo, talento y trabajo al servicio de los niños, niñas y adolescentes. Como donantes, donando mercados, juegos, instrumentos musicales, kit de aseo y como benefactores ayudándonos económicamente al sostenimiento del programa”.

Por su parte, monseñor Quintero Gómez señaló: “Si comerciantes, empresarios, organismo gubernamentales y no gubernamentales nos uniéramos y articulamos procesos de atención y asistencia social podríamos sacar este departamento adelante. Máxime cuando con admiración escuchamos sobre la gestión de un billón de pesos para grandes inversiones que se están ejecutado o ejecutarán, qué maravilla esas gestiones loables, pero qué lindo que también pudiéramos hablar de una gran inversión social para erradicar la pobreza. De nada sirven las vías alternas, la mejora de nuestra ciudad, la arquitectura, belleza y estética si hay unas pobrezas que causan distintas violencias”.

Marcial Apablazá Yáñez, encargado del programa de Habitanza de Calle sumó respecto al tema: “Hay otros elementos que nos inquietan. La ciudad no cuenta con un centro de mitigación que es un poco lo que hacemos acogiendo a personas en situación de calle y compartir con ellos, escucharlos, atenderlos. Se extraña un centro de atención integral en el centro de Armenia para descongestionar la habitanza en calle. Sería muy importante contar con ese servicio, creo que la política pública podría planificar esto”.