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La distancia entre los dos países es cada vez mayor, a 10 meses del fin de la administración de Petro, cuyo discurso buscaría efectos concretos en Colombia.
A juzgar por la vertiginosa forma en que se vienen deteriorando las relaciones entre Bogotá y Washington, resulta casi inevitable preguntarse si sobrevivirán en los escasos 10 meses de mandato que le quedan al presidente Gustavo Petro, pues cada vez son más frecuentes y subidos de tono los encontrones con su homólogo estadounidense, Donald Trump. Y si la diplomacia real no se impone a la irresponsable, dilatada y peligrosa costumbre de llevar los asuntos del Estado por el volcánico ambiente de las redes sociales, el vínculo entre los dos países quedará, como todo allí, chamuscado.
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Aunque la diplomacia pareciera que tampoco tiene mucho margen de acción al considerar que, por el lado de Colombia, la canciller Rosa Villavicencio es una activista más que defiende el pensamiento del presidente Petro (no le queda de otra) y no tiene ningún margen de negociación directa pues renunció a la visa estadounidense; y por el de Estados Unidos, el secretario de Estado Marco Rubio profesa a rajatabla el ideario de su jefe (tampoco puede hacer nada al respecto). En las actuales circunstancias, los dos mandatarios actúan sobre las relaciones entre ambos países como quienes tiran de una cuerda por sus extremos en un nudo constrictor (o de molinero): queda muy apretado y es difícil de soltar.
El más reciente tirón se produjo este domingo cuando el presidente Trump dijo que Colombia “está fuera de control”, y añadió que “ahora tienen al peor presidente que han tenido. Es un lunático. Tiene problemas, problemas mentales”. Más temprano, en su red social Truth, trató a Petro de “líder del narcotráfico que incentiva la producción masiva de drogas”, dijo que es “poco reconocido y muy impopular”, y además aseguró que es un “bocazas [persona que habla más de lo que aconseja la discreción] sobre Estados Unidos”. Y, para rematar, le lanzó una advertencia: si no cierra los “campos de exterminio [de producción de droga] […], Estados Unidos se los cerrará, y no lo hará de una forma amable”. Petro, por su parte, casi con las mismas palabras que ha usado Nicolás Maduro, dijo en X: “Trump está engañado por sus logias y asesores”.
Si la razón, la sensatez y el sentido común pudieran tomar partido, no tendrían de dónde escoger. Petro y Trump son dos líderes populistas impulsivos situados en las antípodas del espectro ideológico, uno con la quimera de ejercer, sin dientes, un liderazgo mundial que no consigue; y el otro ejecutando ese liderazgo con dos poderosas mandíbulas, la arancelaria y la militar, con las que viene apretando dos escenarios concretos: el de Gaza, en donde impuso un endeble acuerdo de paz que hasta ahora solo permitió la liberación de los secuestrados por Hamás, y el del Caribe, en donde está imponiendo su ley con el bombardeo de lanchas presuntamente del narcotráfico, aunque su principal objetivo es el régimen de Maduro.
A Trump, muy dado a las exageraciones —por ejemplo, calificar de “campos de exterminio” las áreas sembradas en Colombia con cultivos de uso ilícito— le queda difícil probar, como debe, eso de que el presidente Petro es “líder del narcotráfico”. Es una acusación muy grave. En cambio, la afirmación de que el jefe de Estado colombiano “incentiva la producción masiva de drogas” podría entenderse no por su acción, sino por su omisión. El incremento del área sembrada y el aumento de la capacidad de producción de coca se ha atribuido al debilitamiento de las Fuerzas Armadas y a la contemporización del mandatario con grupos armados ilegales y jefes mafiosos en la búsqueda de su “paz total”.
Pero las palabras de Trump, por altisonantes que sean, no se pueden dejar pasar. A finales del mes pasado, anunció que las operaciones navales contra el narcotráfico habían dejado de ser necesarias en el mar, y advirtió que ahora la atención se centraría en los cárteles que operan por tierra. En este contexto resulta particularmente preocupante la afirmación de que Estados Unidos “cerrará” (“y no de una forma amable”) esos “campos de exterminio” en Colombia (refiriéndose a las 260.000 hectáreas de coca, un incremento por el que Estados Unidos descertificó al Gobierno colombiano) que Petro no ha cerrado.
Ante semejante riesgo, el jefe de Estado colombiano sigue insistiendo en su tesis de que en Colombia no hay narcotraficantes, sino campesinos necesitados, y que en las lanchas bombardeadas viajan humildes pescadores. Aún está por verse qué peso específico tendrán en las maltrechas relaciones entre los dos países frases suyas como: “Yo soy socialista, creo en la ayuda y el bien común y en los bienes comunes de la humanidad, el mayor de todos: la vida, puesta en peligro por su petróleo”; “Si yo no soy negociante, pues mucho menos narcotraficante, en mi corazón no hay codicias”; “Un mafioso es un ser humano que condensa lo mejor del capitalismo: la codicia, y yo soy lo contrario, un amante de la vida y por tanto un guerrero milenario de la vida”.
Por estas afirmaciones —sumadas a aseveraciones como que Trump es un “grosero e ignorante con Colombia”, por lo cual debe leer ‘Cien años de soledad’ para que aprenda “algo de la soledad”— surge la pregunta de si en realidad el presidente Petro dimensiona la gravedad de la crisis y si cree que el mandatario estadounidense lo lee o presta atención a sus palabras. Trump sigue avanzando y también anunció que se pondrá fin a todos los pagos y subsidios de Estados Unidos a Colombia, y que impondrá aranceles al país, sin que hasta este lunes se sepa de medidas o estrategias operativas y financieras que tomará el Gobierno Nacional para sustituir la ayuda que acaba de perder. Trump habla y actúa; Petro habla y… habla.
De ahí que se fortalezcan dos tesis para entender la actitud del presidente Petro: 1) tiene las relaciones con Estados Unidos a un paso de la situación final que estaría persiguiendo de tiempo atrás: la ruptura (alineándose aún más con el régimen de Maduro en Venezuela); y 2) su repetido discurso anti-Trump, antiimperialista, provida, anticodicia y antipetróleo (adobado con la permanente evocación de la obra de García Márquez) no buscaría tener tanto eco en el contexto internacional como dentro de Colombia, en donde es indispensable encender sus huestes con miras, primero, a la consulta de la cual saldrá el candidato del Pacto Histórico, y después a las elecciones presidenciales del año entrante.
Dadas estas circunstancias, la crisis con Estados Unidos, que comenzó a consolidarse apenas Trump llegó a la Casa Blanca a principios de este año, está como incendio nutrido por dos ventarrones, uno del norte y otro del sur. La diplomacia alineada a los pareceres de ambos jefes de Estado luce incapaz de extinguir la conflagración y lejos de superar el efectismo de las redes sociales. A Trump le quedan tres años largos de Gobierno para imponer su política internacional, y a Petro, menos de uno y con la firme intención de que su proyecto político continúe. Quizá sin considerar lo indispensables que son las relaciones para ambos países, los dos hacen sus cuentas.
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