Escuché el término “gobelino” por primera vez en mi niñez cuando, con mi madre y hermanas, entrábamos a las casas tradicionales del municipio del Antiguo Caldas, donde residía con mi familia.

Era tal el gusto decorativo que sugerían las paredes de madera de los corredores y salas -donde se colocaban esas telas gruesas en las paredes estucadas con cal blanquecina- que siempre tuve la sensación de haber entrado a pequeños palacios.

Para mí esos tapices eran obras de arte que me transportaban a los relatos de fantasía que había leído en los libros de la biblioteca de mi primer plantel educativo. También fue en esos años 60 que mi padre compraba los fascículos maravillosos de la colección que más se consultaba en aquella época.

(Vea también: Venden lechona y bailan en la ciclovía para poder representar a Colombia en Europa)

Era algo así como la internet de entonces. Se llamaba Enciclopedia estudiantil superior. En uno de ellos me topé con un capítulo que tenía como título ‘El museo de los gobelinos de París’. Por fortuna lo conservo, junto con otros ejemplares de revistas similares.

En la página 10 de aquel interesante documento, ilustrado bellamente, esto se lee sobre el origen de los gobelinos: “En el año 1447, un tintorero que se llamaba Jean Gobelin abrió una tintorería en las afueras de París, en el antiguo barrio de Saint – Marcel. De esta forma, sin pretenderlo, el modesto artesano parisiense entregó su nombre a la historia, porque “gobelinos” se llamaron (se llaman aún) los tapices más famosos de Francia. Es más, gobelinos se ha convertido casi en sinónimo de tapiz”(1).

Esa explicación sencilla e ilustrativa -como correspondía a los contenidos que se ofrecían en esa enciclopedia- calmó mi curiosidad, en un momento signado por los deseos de conocerlo todo, dentro de los bríos de la niñez.

En mi época de adolescencia retornamos a Filandia, el pueblo donde había nacido, y allí volví a ver los gobelinos al interior de las casas de bahareque.

Con orgullo se contaba que ellos hacían parte de las adquisiciones obtenidas por las familias, desde la época de sus antecesores. Gran parte de esos objetos de ornato eran valiosos bienes de prestigio que marcaban cierta distinción en sus poseedores.

(Vea también: Exposición de Van Gogh vuelve a Bogotá; conozca los precios de boletas, fechas y cómo será)

Muebles, imágenes religiosas, vitelas extranjeras, porcelanas y gobelinos llegaron en las mercaderías de los arrieros. Antes habían arribado por barco, desde Europa, a los puertos marítimos.Y luego, transportados vía fluvial, en ascenso por el MagdalenaHasta que entraron a los pueblos de la montaña, a lomo de mula.

Muchas abuelas los guardaron, bien doblados, en sus baúles de viaje, cuando las familias decidieron emigrar en las gestas de colonización. Ya establecidos en sus viviendas permanentes, las paredes de los núcleos familiares se adornaron con esos tapetes hermosos, transmitiendo una memoria gráfica difícil de olvidar. 

Arte característico de viviendas antiguas y negocios de esparcimiento

Tal vez muchos de ellos se remontan a la antigüedad de los primeros gobelinos, que los reyes de Francia estimularon en su producción desde el siglo XVII, como lo reseña la historia de existencia de los primeros talleres de tejido, también consignada en aquella enciclopedia de mis años de párvulo:

“…Lo curioso es que el tintorero Gobelin dio su nombre a los tapices casi sin querer y murió bastante antes de que se adoptara esa denominación. Empezaron a recibir ese nombre en 1662, cuando el Rey Sol, Luis XIV, fundó la “Manufactura Real de los Gobelinos”. Recibió ese nombre porque, en un principio, se instaló en el antiguo taller de Gobelin”.

Esta iniciativa de un súbdito del rey, llamado Jean – Baptiste Colbert, tuvo como su primer director a Charles Le Brun, el pintor de Luis XIV, y “a medida que pasó el tiempo, el núcleo inicial se expandió: se reunieron o trasladaron talleres de sastrería o de tapices, trabajadores del mosaico, del mueble, decoradores, etc., de forma que, poco a poco, fue creándose un inmenso complejo industrial, dirigido, en la mayoría de los casos, por artistas de fama excepcional”. 

Son muchos los motivos pictóricos reproducidos en los gobelinos. Los apreciaba con detalle, cuando me permitían entrar al interior de las habitaciones y a las salas de muchas familias amigas. Ellos dejan ver rasgos diversos, relacionados con rostros y cuerpos de seres humanos, denotando la tendencia del manierismo.

Se reflejan costumbres, animales y estilos clásicos y barrocos. Los que más llamaron mi atención fueron los pasajes de escenas árabes y de cortesanos, que se parecen a los tapetes persas y turcos, los que también entraron en las mercancías transportadas por los arrieros.

En las últimas décadas, visitando el interior de las casas de mi pueblo natal, me sorprendió encontrar motivos de gobelinos -tal vez de producción nacional- que reproducen las escenas de animales jugando cartas y en competencias de billar.

Es este, podemos afirmar, el sentido de significado vernáculo que las poblaciones nuestras han impreso a la imagen del gobelino, apartándose de la tendencia gráfica de sus inicios en el Viejo Continente. Es además muy parecida a otra modalidad decorativa, que es común encontrarla en los ambientes de bares, cantinas y cafés del Eje Cafetero. 

¿Quién pintó el cuadro de los perros jugando póker?

El origen de estas imágenes, frecuentes en los negocios de billares, especialmente, está relacionado con el motivo pictórico creado por un norteamericano, llamado Cassius Marcellus Coolidge, quien nació en Nueva York en 1844.

Este artista dejó para la posteridad una serie de imágenes que representan perros en actitud humana, sentados alrededor de una mesa, en juego de póker. 

Es un motivo reproducido en el mundo entero y, por supuesto, dentro de la iconografía popular del Paisaje Cultural Cafetero. Lo que se constituye en el aporte vernáculo, incorporado al gobelino tejido de producción continental, y convertido en una de las más llamativas gráficas comerciales.

En esa tónica, descubrí que el ámbito de mensaje del gobelino se ha trasladado masivamente a esos lugares de esparcimiento, aunque también es acogido con cariño en los hogares, por la representación animal con espíritu humano.

Es ello una especie de conexión simbólica que la antropología también denomina “relación de zoociedad”. Las casas de Filandia, desde las más humildes hasta las más elegantes en su decoración interior, tienen presente en el gobelino una marca de apropiación artística bien interesante.

Lee También

Tres muy bellos fueron a mí heredados por la familia de una matrona de la Calle del Tiempo Detenido, la señora Edelmira Brito, quien los conservó celosamente dentro de su hermosa casa de dos pisos, durante una centuria. Uno de ellos representa faisanes y pavos reales y en el otro figura un conjunto de gatos jugando cartas, conservando este último gobelino el estilo del pintor Coolidge.

El gobelino, una expresión artística, tejida en mezcla de algodón y poliéster, y representativa de la historia remota de Europa. Un bien material que viajó y se afirmó en el sentimiento y el gusto decorativo de las casas más antiguas del territorio cafetero. Otro factor de identidad del PCC de Colombia, cuya simbología encierra mucha heredad universal. 

  1. Enciclopedia estudiantil superior Fascículo 114. Editorial Codex. Buenos Aires. 1964.