Por: María Paula Charry Mejía    

Al ingresar Xocolat and More, una pastelería donde todos sus productos son elaborados sin azúcar, sin gluten y algunos son veganos, me topé con una mujer muy particular. Me atrevería a llamarla “la mujer de las mil manos”, no porque tuviera una extraña condición o se pareciera al Dios Shiva del hinduismo, sino porque podía hacer muchas cosas a la vez, y todo con una gran sonrisa. Tomaba los pedidos, respondía a una llamada telefónica, saludaba a los clientes con gran carisma y surtía los postres que se vendían como pan caliente.

Es una mujer muy bella. Las facciones de su cara son proporcionales entre sí, parece que la distancia entre sus ojos, nariz y boca fue medida con una regla. Sus ojos son medianos y de color castaño oscuro, su nariz es pequeña y respingada y sus labios tienen el arco superior marcado como si estuviesen delineados con un lápiz labial. Es de tez blanca, su piel se ve firme y sin ningún tipo de imperfección o marca; su sonrisa llama la atención por lo radiante de sus dientes blancos que parecen de comercial de crema dental.

No es muy alta, pero tampoco muy baja, diría que su estatura es promedio para el perfil colombiano. Es de contextura delgada y tonificada, lo que podría revelar que se cuida con el ejercicio y la alimentación. Es de suponerse, ya que es la dueña de uno de los negocios de repostería saludable más importantes de Colombia. En su cabeza hay muy poco cabello, consecuencia de varias sesiones de quimioterapia, pero lo luce con actitud y seguridad. No necesita de peluca o adorno alguno para verse fabulosa.

Cuando la vi llamó mi atención que a pesar de ser la dueña del establecimiento llevaba ropa casual y cómoda, que le daba el aspecto de una mujer relajada y sencilla: unos jeans básicos de tono azul claro, tenis blancos y un delantal con el logo y nombre de la pastelería bordados. El maquillaje que llevaba era sencillo, pero glamuroso. Las cejas muy bien delineadas, un rubor entre rosado y melocotón y un labial tono palo de rosa.

Esta mujer es Jenny Camacho, una chef venezolana a quien la crisis de su país la trajo a Colombia a probar suerte. Sin embargo, este no es un destino al azar, pues tiene la fortuna de estar casada con un colombiano, razón que la motivó a parar aquí.

Donde sucede la magia

Haciendo un gesto con las manos y sonriéndome me indica que la siga a la cocina “donde sucede la magia”. Al entrar puedo notar que es un lugar amplio y extremadamente limpio, no hay ni una sola partícula de polvo, los alimentos están perfectamente empaquetados en bolsas Ziploc y etiquetados con sus respectivos nombres y fechas de vencimiento. Al parecer, para ella el asunto de la calidad es cosa seria.

En la cocina se encuentran cuatro cocineros, ninguno corre, pero todos caminan a paso acelerado, llevan ollas y bandejas de lado a lado. Uno está batiendo lo que parece la mezcla de un pastel, otros dos decoran con chips de chocolate unas galletas, que por cierto huelen delicioso, tanto que se puede sentir el olor desde afuera, y el último revisa la temperatura del horno. Todo lo hacen con una canción electrónica de fondo, porque en esta cocina se trabaja con música alegre.

Están tan concentrados en lo que hacen que no notan la presencia de Jenny ni mucho menos la mía. Jenny saluda con voz fuerte y ellos responden con respeto, pero con una sonrisa, como si se tratara de una vieja amiga. Aunque tienen una pequeña conversación nunca dejan de hacer su labor.

“Esta cocina funciona como un relojito, porque si no fuera así nos enloqueceríamos todos”, dice Jenny. Me entrega una redecilla para sostener mi cabello, me dice que usarla es una regla. Me siento como una cocinera más del lugar.

“Jenny es una mujer luchadora, emprendedora, guerrera, buena jefa, simplemente increíble. Ella entiende la situación del venezolano, entiende la situación del cliente que padece de alguna enfermedad, ella se adapta a cualquier cliente y siempre le da lo mejor”, dice Francisco Jiménez, un empleado de Xocolat and More.

Una noticia con sabor amargo

En noviembre del 2017 Jenny empezó a sentir una “bolita” en uno de sus senos e hizo lo que muchas personas hacen cuando se sienten enfermas: “consultar al doctor Google”; pensó que se podía tratar de una fibrosis por lo que no se preocupó.

En enero de 2018 empezó a sentir un fuerte dolor en el brazo izquierdo y adicionalmente notó que la “bolita” era más grande, por lo que decidió acudir a un doctor. Este le solicitó que se realizara una mamografía.

La noticia con la que se topó cambió su vida: tenía cáncer de mama. “Me destrocé, simplemente no lo podía creer, porque yo era una persona muy saludable y siempre me cuidé. No podía entender cómo yo podía estar enferma, es lo que uno siempre se pregunta ¿Por qué a mí?”, dice Jenny.

Hay algo que me impacta y es que ella me cuenta esto no con lágrimas, sino con una sonrisa de oreja a oreja y una voz serena y tranquila, porque al parecer de esta experiencia sacó el máximo provecho. “Si no me hubiera dado cáncer no sería quien soy ahora, no valoraría tanto la vida y no viviría el día a día como si fuera el último”, afirma Jenny.

“Cuando nos enteramos del cáncer claramente fue una sorpresa, pero yo le dije: te voy a apoyar en todo. Esto no es una enfermedad, es una oportunidad de seguir demostrando lo fuerte que es y así como la ven ahí feliz y trabajando, así ha estado siempre. Ella salía de las quimioterapias a la pastelería. En las noches tenía algunos dolores, pero en la mañana salía con toda la actitud”, dice Leonardo Caicedo, esposo de Jenny.

De amargo a dulce

Jenny es una persona muy generosa, luego de que termina de revisar unos asuntos en la cocina dice a uno de sus empleados: “ten una cortesía con ella”, me invita a un café y a un postre.

Pruebo el cheesecake de arándanos, porque, aunque soy fan del chocolate, lo soy aún más de los postres con fruta. ¡Me parece absolutamente delicioso! De los mejores que he probado, suave, pero con un punto crocante y dulce. Por su parte, el café no tenía nada que envidiarle, tenía un agradable olor y la leche de almendras le daba una textura espumosa inigualable. Mientras comía, pude notar que mucha gente se acercaba a saludarla como si se tratase de una celebridad.

Al enterarse de que tenía cáncer, Jenny se volvió una “influencer” en Instagram, donde su mensaje es: “se puede ser y vivir feliz teniendo cáncer”. Allí todos los días comparte su proceso de sanación, las quimioterapias, su alimentación, cómo mantenerse activo y cómo auto examinarse para la prevención. Incluso, a través de esta plataforma donó una peluca a una de sus seguidoras con cáncer.

Hoy en día Jenny tiene una gran felicidad y es que hace un mes se enteró de que se curó del cáncer, ¿Cómo lo hizo?: “con buena alimentación, actividad física moderada, buena actitud, amor propio, apoyo de mi familia y Dios”, dijo Jenny.

Sus redes sociales no paran de crecer en seguidores y en sus dos sedes no cabe una persona más. Es un claro ejemplo de que sí se puede salir adelante a pesar de los inconvenientes, porque como lo ha demostrado Jenny, con la ayuda de Dios, ni la crisis político-económica de su país, ni el cáncer pudieron contra ella.