En Colombia, durante más de 50 años, se vivió uno de los conflictos armados más crudos y dolorosos que ha presenciado la humanidad. Secuestros, reclutamientos forzados, asesinatos y tomas guerrilleras fueron los “buenos días” que recibieron los colombianos, durante décadas.

Las palabras paz y reconciliación se habían convertido en el chiste amargo de un país que era protagonista ante el mundo por su guerra y violencia. Por eso, imaginar a un desmovilizado que había estado por años en las filas de las Farc en pleno año 2021 vendiendo café, a pocas cuadras del Parque Nacional, con el eslogan ‘un tinto por la paz’, hubiera provocado miles de carcajadas sin gracia y llenas de sarcasmo.

“No hay camino para la paz. La paz es el camino”, dice Hugo Rodríguez, firmante del acuerdo de paz entre las Farc y el gobierno de Colombia. Él, junto a otros desmovilizados, era partícipe de un mercado que se organizó con el fin de conmemorar los 5 años de la firma del primer acuerdo de paz, el cual se había dado el 26 de septiembre de 2016, en Cartagena.

Estaba sentado en la parte de atrás, casi como si dejara que aquellos curiosos que se iban acercando a la feria se intrigaran primero con los que estaban vendiendo en la parte del frente, para que luego él con su característico acento costeño le diera el toque especial: “¡Siga, siga! ¡Por preguntar no se le cobra!”, gritaba. Tenía una camisa gris y un par de jeans rasgados, su cabello era negro y corto, más o menos peinado al estilo militar, su piel era una mezcla entre blanca y morena; sus antebrazos estaban adornados con uno que otro tatuaje. Su producto era el ‘café con sabor a esperanza’. Venía desde el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación de La Elvira, vereda de Buenos Aires, al norte del departamento del Cauca.

Hugo Rodríguez nació en Chimila, César, Colombia; entró en la insurgencia a principios de los años 2000. Contaba que cuando vio a su mamá, después de haber estado en las filas de las Farc, no tenía palabras para expresar todo lo que sentía, no sabía si pedirle perdón o simplemente guardar silencio. Cuando se fue, sus sobrinos eran apenas unos bebés, casi que ni los recordaba. Sin embargo, ese día, ahí estaban dos de ellos, una mujer y un hombre. Él, apasionado por el fútbol e hincha del Junior de Barranquilla, es uno de los colaboradores en todo el proceso del ‘café con sabor a esperanza’. Y ella es una mujer joven, con una sonrisa despampanante, esas que se contagian con una facilidad indescriptible.

El proyecto del ‘café con sabor a esperanza’ empezó en el año 2017. En principio, con las ayudas destinadas al acuerdo de paz, pero luego aquellos firmantes que continuaban en La Elvira se dieron cuenta de que dicho emprendimiento podía ser algo rentable y decidieron continuar con el cultivo y con el procesamiento del café.

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Hoy en día, hay 134 personas afiliadas al proyecto, pero no todo ha sido fácil en este proceso de reincorporación. Al preguntarle a Hugo Rodríguez por uno de los retos del acuerdo de paz fue enfático en decir: “Las viviendas no fueron construidas como estaba planteado y nos tocó a nosotros, para llegar a los espacios de las zonas veredales”.

Andrés Eduardo Echeverría Ramírez, subdirector territorial de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), fue enfático en decir que la paz es con hechos, esto después de preguntarle acerca de las críticas que ha recibido el gobierno al no cumplirles a los firmantes de paz con las ayudas esperadas. “Estamos hablando de 3.250 de proyectos productivos, los cuales benefician cerca de 7.100 personas. Desde el 2018, alrededor de 7.172 personas han accedido a una formación académica y 3.648 ya son bachilleres, un 99% de la población ha estado o está afiliada al sistema general de seguridad social en salud, un 85% al sistema de protección a la vejez y se ha hecho un acompañamiento integral a 11.400 personas, aproximadamente”.

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Paula Abreu / Universidad de la Sabana

Sin embargo, luego de hacer un resumen de los logros y esfuerzos por parte del Gobierno Nacional y de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), Andrés Eduardo Echeverría Ramírez agregó que la disposición es de ambos lados, y aunque comprende que la construcción de confianza tome un tiempo en desarrollarse, debe haber determinación. “Yo puedo abrir cupos en formación académica, cupos en formación para el trabajo, pero al final depende de la voluntad de la persona para sacar adelante y aprovechar estos ejercicios, estas garantías en materia de reincorporación. Para poder construir su proyecto de vida en la legalidad”, dijo de manera concluyente.

Son aproximadamente las 5:30 de la tarde, hay un grupo de amigos a las afueras de la Casa Cultural La Roja, ubicada en Bogotá, la cual fue inaugurada el 20 de agosto de 2021 y que reúne diversos emprendimientos de firmantes de paz. La casa no es muy grande, pero logra transmitir un ambiente cálido, como aquellos lugares que tienen una mística atrapante, que a son de palabras entusiastas, murmullos y ojos curiosos, construyen una magia electrizante.

Gabriela Sánchez, trabajadora de la casa y estudiante de administración pública, corría de allá para acá, pues ese día estaba sola y justo había varios clientes a la espera. Limpiaba, recogía, organizaba y atendía. Ella ha vivido el proceso de paz de cerca. Su tía es firmante. —Ella era universitaria cuando se fue. Me acuerdo de mandarle cartas porque no la veía muy seguido. Recuerdo que la primera vez que la vi, después de muchos años, fue en la televisión, en una entrevista —dijo sin vacilaciones. Gabriela contó que, aunque han sido objeto de hostigamientos, por parte de diversas personas, incluso de una señora mayor de edad, vecina del lugar, la clave está en no responder con odio, sino con amor. Aseguró que, si bien “el gobierno ha dilatado los procesos”, ha visto cómo a su tía le ha tocado muy duro, para sacar los proyectos adelante; afirmó que el proceso de paz es posible si se dejan a un lado las estigmatizaciones y recordando que “todos somos colombianos y somos familia”.

Paula Abreu / Universidad de la Sabana
Paula Abreu / Universidad de la Sabana

El mercado por la paz aún seguía, la música se mezclaba con las conversaciones, las risas estruendosas, los gritos de aquellos que todavía estaban vendiendo sus productos. Todos bajo el mismo techo de La Casa de La Paz, ubicada en la carrera 13 # 36-37, Bogotá. Felix Antonio Muñoz Lascarro, más conocido como Pastor Alape, por quien hasta hace unos años el gobierno estadounidense ofrecía 2,5 millones de dólares a la persona que diera información que permitiera su captura, ahora se encontraba en el antejardín de la casa, en tertulia con varias personas a su alrededor. Su voz era pausada, tenía el cabello rizado, algunas canas se asomaban lentamente y sus manos temblaban. Las palabras que utilizaba eran con tal cautela, que parecía que estuviera diciendo un discurso frente a miles.

A las afueras había más o menos 5 camionetas blindadas de color blanco. A un metro de distancia, aproximadamente, estaba un hombre que analizaba quién se acercaba a Pastor… Seguramente su guardaespaldas…

“Pastor Alape fue militante de las Juventudes Comunistas antes de ingresar a las Farc-Ep, en los años 80 del siglo pasado”, diría una de las noticias que escribió la BBC Mundo, hace unos años, acerca de él. Cuando se conoció que haría parte de los diálogos de La Habana, “se decía que era el Secretariado de las Farc el que estaba negociando, lo cual mostraba la seriedad y la importancia que habían adquirido los diálogos”. Así lo aseguraba, hace 4 años, más o menos, la Fundación Paz y Reconciliación. De ahí el valor que este hombre estuviera, 5 años después de la firma, respondiendo con tal tranquilidad y calma, como si recreara una escena digna de Hollywood.

“Es un esfuerzo en este nuevo escenario de la acción, en dirección hacia poder sumar tanto las iniciativas, como los compromisos del país, para poder lograr que el acuerdo de paz pueda influir positivamente en la construcción de la sociedad”, responde con una diplomacia sepulcral a la pregunta de cómo vivió los diálogos de paz, siendo él uno de los protagonistas.

“Hay que hacer mucha pedagogía para que se entienda que el acuerdo de paz no es un instrumento para polarizar, sino un instrumento para reconciliarnos, para rencontrarnos, para poder abrir senderos hacia la construcción de políticas públicas que garanticen derechos a los ciudadanos”, dice Pastor Alape, respondiendo a cuál sería una solución para derrumbar la estigmatización contra los acuerdos de paz.

Lo impensado hasta hace unos años se estaba dando en la Calle 10 # 5 -32, más exactamente en el Teatro Colón, pleno centro de Bogotá. Los colombianos serían testigos de uno de los momentos más anhelados y esperados en la historia reciente: La firma del acuerdo de paz. Y aunque después de haber tenido traspiés en la firma definitiva del acuerdo, como el ‘No’ del plebiscito; Juan Manuel Santos Calderón, entonces presidente de Colombia, mencionaría en las frases iniciales de su discurso: “Los colombianos no nos dejamos abatir por la adversidad y reaccionamos con fortaleza, coraje y fraternidad frente a los obstáculos”; un pequeño resumen de cómo se desarrollaron los acuerdos.

Mientras en el primer y segundo piso de la casa estaba el mercado, en el tercer piso se llevaba a cabo el foro ‘La paz es el camino’, el cual buscaba responder algunas inquietudes, luego de los cinco años de la firma del acuerdo. Después de finalizado el conversatorio, la gente se iba alejando del lugar, la mayoría se dirigía de nuevo a donde estaba el mercado, la música, la comida y la cerveza.

Sin embargo, Daniel Cano, líder de relacionamiento estratégico del Instituto Kroc, se quedaría unos segundos más y respondería la controvertida pregunta de cuál ha sido el papel del gobierno de Iván Duque. “Este gobierno ha priorizado unos temas del acuerdo. Fundamentalmente el tema de la reincorporación en los cuales se ha hecho unos esfuerzos significativos, incluso cosas que no estaban acordadas.

Por ejemplo, se ha extendido el apoyo económico a la reincorporación que estaba pensado para dos años, ya vamos para cinco años, se ha tratado de mantener los espacios territoriales. Se ha priorizado el tema de los programas de desarrollo con enfoque territorial y ahí se han hecho unas grandes inversiones”, detalló Cano, quien integra el Instituto Kroc, de la Escuela Keough de Asuntos Globales de la Universidad de Notre Dame (EE. UU.).

Más o menos, a las 7:00 p m., ya en el primer piso, el mercado estaba en su punto más álgido, el espacio para caminar era casi inexistente. Pasan bandejas con empanadas, había arequipes exhibidos, botas, sábanas y café. Mientras Daviel Oyola, firmante de paz, contaba que venía desde Marquetalia para ser partícipe del encuentro, mencionaba cómo eran tratados, con indiferencia, por parte del gobierno, y hablaba de cómo en algunas ocasiones no habían podido entregar sus pedidos de café, por falta de recursos… Pastor Alape entraría al lugar donde se estaba llevando a cabo el mercado…

“¡Camarada, por acá! ¡Le tengo café, sábanas!”, gritaban desde todo lado. Todos buscaban por su atención, mientras él solo extendía su mano para saludar a quien iba viendo. Uno de los que más algarabía hacía era Hugo… Él, su acento costeño y el encanto con el que expresaba que no se arrepentía de haber firmado los acuerdos, después de tantas luchas.

Por: Paula Andrea Abreu Briceño

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.