[…] Quería encontrar a alguna persona con la cual desfogar lo que sentía. Necesitaba hablar con alguien sobre la desazón que tenía por el incorrecto uso de un término. 

De repente, apareció Alfabeto, un antiguo amigo suyo. Se sentó a su lado en la misma banca, y él dio comienzo a su plática.

─ Alfabeto, ¿te has fijado en la cantidad de pedigüeños que ahora abundan en nuestro país? Hay muchísima gente que aspira a que le regalen todo; pareciera que se hubiesen criado recibiendo obsequios todos los días.

─ ¿Por qué dices eso, Regalín?

─ ¡¿Cómo que por qué?! ¿No has escuchado a tu alrededor a tantos compatriotas pidiendo regalado todo lo que ellos requieren? ¡Hasta los nombres de las personas los piden regalados!

─ Explícate, no te entiendo ─ dijo Alfabeto.

─ Escucha: a mucha gente se le dio por torcer el sentido del verbo regalar. Ahora conjugan ese infinitivo en todas las ocasiones, sin que sea correcta su aplicación. «Regáleme, regáleme, regáleme…», parece un pregón de personas en inopia total. 

En ese preciso momento, un jovencito que montaba en bicicleta se acercó a los dos caballeros, y dirigiéndose a Regalín, dijo:

─ Señor, ¿me regala la hora, por favor?

Alfabeto miró rápidamente a Regalín; luego, pasó la mirada sobre el rostro del muchacho.

─ ¡Fíjate, fíjate! ¡Lo acabas de escuchar, Alfabeto! Este muchacho quiere ¡que yo le regale la hora! Sinceramente, yo apenas puedo suministrársela, indicársela o informársela. Pero no tengo potestad para regalar el tiempo.

─ Ya comprendo, tienes mucha razón. Se volvió una fea costumbre entre mucha gente el utilizar ese verbo transitivo en situaciones que no lo admiten. Yo tenía ganas de que abordáramos este tema.

─ Pues hablemos. Ahora quieren que uno regale todo, hasta las cosas más inverosímiles. Ayer, una funcionaria de la Gobernación, donde yo adelantaba una diligencia, me pidió que le regalara mi nombre ─contó Regalín─. Yo la increpé diciéndole: Si le regalo mi nombre, ¿cómo tendré que llamarme en lo sucesivo? Por lo menos fue inteligente y entendió el mensaje, se puso colorada; pero a renglón seguido me pidió que le regalara mi cédula. Volví a la carga, y le contesté que si le regalaba mi cédula yo me quedaría sin documento legal para identificarme; que yo solamente estaba dispuesto a proporcionarle, informarle, indicarle o darle el número de ese documento, pero que no se lo regalaría por ninguna razón. Pero la señorita, muy oronda, después de rellenar otros espacios de un formulario que diligenciaba con mis datos, reiteró su solicitud de regalo. Me dijo: «Señor, regáleme su teléfono». Entonces, no aguanté más, Alfabeto. Le dije que qué era ese atrevimiento, ¡por Dios! Que ni siquiera yo la conocía, pero ya me estaba pidiendo que le regalara mi teléfono. ¡Si yo lo necesito para hablar por él con mis amigos y parientes! Como notarás, se volvieron muy pedigüeños muchos de nuestros conciudadanos. 

─ A mí también me han hecho esas pasmosas solicitudes a quemarropa. Hace no más de diez minutos estaba yo conversando con un amigo, y al momento de despedirnos me dijo: «Regálame tu celular». Tuve que decirle que por qué razón yo habría de regalarle mi teléfono móvil, si esta es mi herramienta de trabajo de todos los días. Entonces, cayó en la cuenta y replicó que lo que quería era que le regalara el número de mi celular. Entonces, volví a corregirlo diciéndole que tampoco eso haría, que cuando menos yo le podría suministrar el número; porque si le regalaba mi número de teléfono todas las personas que me llaman a mí a esa línea quedarían despistadas al percatarse de que quien les contesta no soy yo. De ese tenor están las cosas con la semántica del español, Regalín.  

─ No hay razón para hablar de regalo en esos y tantos otros casos. No acabaríamos de hablar de lo que sucede en supermercados y tiendas. En esos lugares sí que abundan los gorrones. Todo lo quieren regalado. Desde los huevos hasta la carne. Y lo risible es que después preguntan: «¿Cuánto le debo?». 

En ese instante, una viejecita que pasaba junto a los dos, se arrimó para decirles:

─ ¿Me regalan la hora, señores?

Los dos se miraron al mismo tiempo. Regalín contestó:

─ No, señora, no podemos regalarle la hora, pero sí le informamos que es muy tarde para llegar a su casa. Está a tiempo para consultar en un diccionario el significado del verbo regalar. ¡Corra, apúrese! 

Los dos amantes del idioma se marcharon, luego de regalarle unas monedas a un pordiosero que caminaba por un sendero del parque. Pero antes convinieron que regalar es un verbo que también funciona bien en las metáforas, por eso lo usan los poetas para decir, por ejemplo: «Regálame una mirada para alentar mi alma».

Significados precisos del verbo regalar

1. Dar a alguien, sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo.

2. Halagar, acariciar o hacer expresiones de afecto y benevolencia.

3. Recrear, alegrar. (Alegrarse por una buena noticia).

4. Tratarse bien procurando tener las comodidades posibles. (Regalarse una buena casa).

Fuente: Diccionario de la Real Academia Española.

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