Por ejemplo, las dos tuvimos una operación ginecológica y la primera pregunta para mi médico fue ¿cuándo puedo tener sexo?, la de mi mejor amiga, ¿cuándo me puedo depilar?

La vida nos ha cambiado un montón desde que nos conocimos: pasamos los 30, estamos divorciadas, hemos podido hacer cuadros comparativos que no dejan muy bien parados a los amantes comunes y nos dio por tener mascotas en vez de hijos. Pero las dos coincidimos en algo desde siempre: el sexo con otros no es necesariamente para tener orgasmos.

Claro, es mejor venirse en un revolcón buenísimo, en un milagroso buen sexo oral o con un pito adentro a tener que venirse sola. Pero esa no es mi motivación para quitarme la ropa con otro. Soy amante de los besos, me gusta tocar y que me toquen, el sudor, el olor a sexo, poder mirar a los ojos y sentirme complacida porque ‘ese’ era el que yo quería y así lo quería (debajo, encima, de ladito, en 4… siempre adentro). Para ella el sexo es más un milagro que una necesidad; en mi casa se folla a las 9 pm con o sin pareja.

Y pareciera que las mujeres que somos más calentonas no tuviéramos opción de escoger, que por el simple hecho de manifestar los deseos y las ganas de un buen polvo estuviéramos obligadas a dejarnos hablar sucio de cualquier pelafustán o a dárselo a cualquier machito que alardea de ser un semental hasta que conoce a una mujer que le gusta el sexo y se cohíbe.

He escuchado, y estoy totalmente de acuerdo, que a todos los hombres les gusta más el sexo que (ponga aquí su pasión) hasta que conocen una mujer que sabe lo que quiere y las veces que lo quiere.

Los malos polvos son crímenes convertidos en paisajes, a los humanos no les parece dramático una experiencia desagradable en la cama. Para mí se vuelve un ritual rezar antes de follar por primera vez, no puedo andar por la vida dejando los polvos al azar, me amarga que les quede grande el discurso que dieron para que esa cosa llegara a ese punto.

Me fastidia que “nunca les había pasado eso” o “ me siento intimidado por tu experiencia o tu belleza o tu inteligencia, o…” o “no sé qué pasó”. Todos tenemos malos días, fallas épicas en el desempeño, pero son estos gurús sexuales, los que dicen saberlo todo, son los que más decepciones traen a la cama, al baño de un bar o a ese lugar exótico con el que querías alardear con las amigas en la temida ‘Ladies night’.

La moda de las mujeres de andar calientes en redes, de jactarse de su alto deseo sexual las convierte en seres indeseables y aburridos también, sobre todo porque esas palabras están pegadas con babas, porque calientan y no dan la talla, porque son líneas de una película porno amateur, porque son esas que usamos en el colegio mi amiga y yo para ser interesantes y después no salir con nada.

Mi amiga y yo conocimos a este chico en la universidad y quedamos flechadas. Era guapísimo, inteligente, tenía buena ortografía y un toque misterioso que hacía que todas nuestras conversaciones terminaran en él. A ella le gustó primero y tuvieron un breve romance. Me contó que era muy bueno con los besos y hábil con las manos, aunque el tamaño de su pito era un poco más pequeño que el del promedio. Ella decidió ponerle un poco de corazón y él decidió volver con la novia que tenía.

Después de muchos años de coqueteo seductor infructuoso de mi parte, ese día llegó a mi casa con su cara perfecta y con la calentura necesaria para que yo pensara que por fin iba a disfrutar de lo que me había hablado mi amiga. Con los años he aprendido qué me gusta del sexo y cómo. Aunque me gustan las caricias y las manoseadas juguetonas, me parece una falla que sean eternas.

Después de una hora de besos y ejercicios manuales recreativos, yo estaba totalmente excitada, ya no quería sus manos en mi coño, me estorbaba la ropa de los dos. Lo empujé a un lado de la cama y me quité la ropa con torpeza y mucha calentura, tenía la cabeza hirviendo y estaba temblando. Él se paró y empezó a quitarse la ropa. ¡Qué cuerpo! ya quería que volviera para terminar ese jueguito con una embestida que me dejara inmóvil y adolorida.

Pero el karma me tenía preparada una venganza en nombre de todos los hombres a los que he calentado, apenas se quitó lo que le quedaba de ropa, se volteó y tenía enfrente mío el temido micropene, un ombliguito que apenas se asomaba por encima de una gónadas que se veían enormes. La calentura se transformó en frustración y ese pito nunca se puso duro, no entró a ninguna parte y lo único que salió bien fue que cerrara la puerta detrás de él.

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Mi sexo por Ana Deuna

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.