He tenido el pelo de todos los colores y me gusta que me lo jalen de abajo hacia arriba, los juegos de rol, ser víctima de un hombre que sepa mandar, calentarlos y salir corriendo, calentarlos y que me follen como me gusta.

¿Y cómo me gusta? Duro. Me gustan los polvos largos y cortitos (no taan cortitos), me gusta que tengan el pito grande, porque el tamaño importa tanto como la maña, y que por nada del mundo se les pare blandito ni que tenga que pajearse en frente mío para mantener la erección, me gusta que me asfixien y que me den besos, toneladas de besos.

He explorado varias formas de sexo, una vez traté con el BDSM pero no funcionó, porque aunque me gustan los juegos siempre quiero terminar con un polvo tradicional en donde se le pare duro y termine en mi coño, o en mis tetas o en mi boca. Nunca en el pelo, eso es un pecado tan grave como al que se le para blandito. Y en la mayoría de experiencias en esta corriente pervertida terminaban en un gran juego en el que sentía que me “calentaban los huevos” y se iban.

Me gusta en 4, es una de mis posiciones favoritas porque me pueden jalar el pelo y darme ‘spanks’, me gusta el sexo anal que nada tiene que ver con el blanqueamiento del orto o con la depilación, no es un acto de amor y cuando se hace bien en vez de doler se multiplica la intensidad de los orgasmos.

Prefiero que el sexo oral lo dé yo, me gusta ahogarme con un pito que me llegue hasta la garganta, me gustan los besos largos que me calientan. Tengo claro que el amor y el sexo no van de la mano, pero también que cuando se siente algo más aparte de las ganas por el otro 50% el sexo puede ser mucho más intenso y que la segunda vez es mejor que la primera casi siempre.

Me incomodan las relaciones donde el sexo es un premio por el buen comportamiento, o que sea una moneda de cambio. No juzgo el negocio explícito, pero sí las relaciones en las que el sexo no se usa para divertirse o para tener hijos. Odio las historias en las que el sexo se ha vuelto un intercambio de poder,  una venganza o una “pruebita de amor”. El sexo, para mí, está diseñado para divertirse, para engullirse al otro, para no ser políticamente correcto y perder la vergüenza y el pudor. El sexo en mi vida es el lugar de la autenticidad.

Creo en el feminismo que no odia a los hombres, en el que los piropos no son abusos, en el que las relaciones sean contratos de los participantes, en el que el abuso es que uno de los dos no respete el NO. Creo que hay injusticias, abusos de poder y abusos sexuales y estoy en contra de todo lo que pasa sin el consentimiento del otro.

No creo que las víctimas se queden calladas porque quieran y creo que hablar y denunciar es de las cosas más difíciles de hacer. No creo en el feminismo de las axilas sin depilar, ni en el que los hombres son victimarios por dejar pasar a las mujeres adelante.

 Si quiere saber más siga leyendo, por aquí voy a estar un ratito más.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.