Pese a que en Colombia a través de la Constitución de 1991 se garantizó la libertad de cultos y el derecho de toda persona a practicar libremente su religión, y que la ley 133 de 1994 dio los lineamientos del derecho de libertad religiosa, el 92% de la población nacional dice profesar la religión católica.

Colombia, país católico, apostólico y romano por excelencia, se congregó en estos días Santos alrededor de la iglesia, sus tradiciones y reflexiones entorno a los versículos bíblicos.

Palabra sagrada que nos invita a amarnos a nosotros mismos, identificarnos y aceptarnos, respetarnos como seres humanos, reconocernos como parte fundamental de una familia; ser un actor ético del componente social que respeta los derechos, libertades y diferencias propias y del otro.

Decálogo de la Iglesia católica que se plasma en los 10 mandamientos, desconocidos por varios, y que nos lleva a reflexionar sobre factores políticos, económicos y sociales que hacen parte de nuestro entorno.

La mirada sobre nosotros mismos y nuestra sociedad nos lleva a confrontar los planteamientos que tenemos como parte de la comunidad católica y los hechos del día a día de nuestra agenda informativa. El entramado social actual de los colombianos nos llama a cuestionarnos, revisar en dónde estamos fallando y buscar cómo recomponer el camino que hoy nos muestra hemos perdido el rumbo.

El primer punto está en el ámbito familiar, ese núcleo de hogar que fundamenta los principios básicos del ser humano; el seno que brinda normas, límites, deberes, derechos y demás elementos de nuestra esencia del componente social.

Espacio de relación intimo y personal que se apodera de soledad y autonomía, delegación de crianza que dejamos en manos de otros por la excusa del límite del tiempo que no nos permite separarnos de las labores diarias del trabajo, la tecnología concentrada en el smartphone y los medios audiovisuales.

La juventud apuesta por estar sola, se tiene una noción de hogares unipersonales; la concepción tradicional de familia –papá, mamá e hijos– ha cambiado, según Profamilia se debe hablar de 20 tipos de nociones familiares. Escenario en el que no solo baja la tasa de nacimientos sino la concepción de formación de nuevas generaciones. Seres solitarios que se alejan de padres, madres y abuelos, dejan de lado la sabiduría de los años, convirtiendo en un panorama poco alentador el envejecer para ser cuidado, resguardado y protegido por los familiares.

Como sociedad tenemos una deuda, carecemos de políticas para atender a esta parte de la población nacional, el 41% de los adultos mayores padecen de depresión, tres de cada 10 se quejan de estar en completo abandono, y cerca del 12% de las personas mayores han sufrido algún tipo de maltrato; las condiciones para prestarles atención de manera integral son deficitarias.

De antaño parece ser la concepción de núcleos familiares sólidos con valores arraigados. Hacemos parte de un entramado social en el que la violencia es parte de nuestra esencia, la vida del otro poco y nada importa. Para citar un ejemplo basta recordar el caso del niño de 13 años que en el mes de marzo asesinó a dos personas e hirió a otra en Medellín –ajusta 12 muertes según la Fiscalía– y fue declarado “inimputable” por no tener los 14 años fijados en la ley.

Escandaloso hecho que fija fuertes interrogantes sobre los papeles que cumplen padre y madre, el ordenamiento jurídico nacional y la estructura de nuestra sociedad; lo que la familia no hace en la casa, es muy difícil que lo haga otro o el propio Estado.

Pequeños casos como el citado en territorio antioqueño dan luces de focos de descomposición social desde los que se alimentan las bandas criminales y grupos al margen de la ley. Contexto de conflicto que da relevancia a las masacres, tomas guerrilleras, atentados terroristas y demás flagelos que han acompañado por años a los colombianos.

Los mismos que llevan a resaltar que se perdió la seguridad democrática tan pregonada por el partido del actual Presidente –uno de los tres huevitos de Uribe– y que deja a nuestro país sumido en 3291 homicidios en el año, a corte del 10 de abril, disputa que se lleva consigo a líderes sociales, indígenas y ciudadanos del común.

Conflicto social que se desprende de las desigualdades propiciadas por la clase política tradicional, y la moderna que llega y se contamina del actuar propio del escenario de la rama partidicia del país. Intereses personales que priman sobre los generales y que se aprovechan de una posición de privilegio para desfalcar las arcas del erario público o sacar ventaja de las obras públicas.

No hay que hacer mucho esfuerzo para recordar el caso Nule y los hermanos Moreno Rojas en Bogotá, el proceso Odebrecht a nivel nacional o internacional, por solo mencionar unos hechos. Niveles de corrupción que impactan a los políticos, los mismos que se han negado a dar vía libre al “Estatuto Anticorrupción”, medidas administrativas dirigidas a prevenir y combatir este flagelo.

Injusticia política, económica y social que envuelve en mentiras, o verdades a medias que son aún más graves, los hechos de la agenda nacional; falsos testimonios, falsos señalamientos, que traen consigo diversidad de situaciones como los falsos positivos por traer uno a la memoria.

Testimonio del todo vale, todo se puede, en la carrera de lograr las metas que se trazan desde una política personal o de colectivo. Codicia por lograr los bienes ajenos y estar en superioridad de condiciones a los demás sin importar lo que toque hacer en el camino para conseguirlo.

Rápidas evidencias de la necesidad de un cambio y conversión en la Semana Mayor, el repensar una sociedad desde lo personal, lo particular, para iniciar un proceso de reconversión que se propague a cada instancia de nuestra vida en comunidad. Es hora de dejar los delirios de persecución, esos mismos que nos invaden en los sectores políticos incapaces de aceptar la derrota y el fundamento de los argumentos; los mismos que no nos permiten aceptar las diferencias y se transforman en persecuciones xenófobas.

Llegó el momento de mirar atrás, aprender de nuestras bases como sociedad, retornar a nuestros principios católicos que fundamentan en la familia los pilares de una formación como actores sociales.

Ejemplo que nos da la sociedad francesa que en estos días que pese las divisiones de las clases sociales, los orígenes étnicos y las ideologías políticas a propiciado un monumento de comunión nacional alrededor de la reconstrucción de la catedral de Notre Dame de París, tesoro de fe que los congrega como comunidad de principios y bases de la justicia y el bien común.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.