El 9 de abril no solo se conmemoraron 71 años del asesinato del caudillo Liberal Jorge Eliecer Gaitan y se dio espacio para erigir el día de la memoria y solidaridad con las víctimas, fue la fecha en que los colombianos constituimos el día para resaltar al mundo que somos incapaces de superar un conflicto que nos ha acompañado por años.

En cada acción, cada paso que damos, profundizamos una lucha y enfrentamiento que navega entre las polarizaciónes de la extrema izquierda y la recalcitrante derecha; somos incapaces de encontrar el centro o respetar las diferencias.

Colombia es una nación que a lo largo de su historia se ha movido entre dos corrientes supremamente marcadas y arraigadas en el imaginario del ecosistema social.

De santaderistas y bolivarianos en el siglo XIX, pasamos a liberales y conservadores en el siglo XX, para llegar hoy a los estereotipos de izquierda y derecha en el siglo XXI. De los conflictos propios de la conquista y posterior independencia dimos paso a los problemas propios del establecimiento de un gobierno, el fijar las fronteras y establecimiento de un territorio-nación. La guerra de los mil días, el conflicto partidicio y desarrollo fallido de una sociedad equitativa dieron paso a la confrontación guerrillera; fenómeno ideológico que se desdibujó con los años y encontró brazo económico en el narcotráfico.

Descomposición social que trajo consigo el paramilitarismo y desencadenó en una necesidad de hacer un alto en el camino, repensarnos como colombianos y buscar un futuro diferente.

Discrepancias ideológicas en cabeza de caudillos políticos que desde sus discursos impactan el imaginario del pueblo, esos ciudadanos que sumidos en desigualdades sociales y conflictos económicos responden con violencia –de palabras, hechos y acciones– a cada situación que se presenta en la agenda diaria de la nación.

El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán fue propicio para que el pueblo enardecido saliera a la calle a cobrar justicia con sus manos y desencadenara los hechos del Bogotazo; inestabilidad social y de gobierno en las calles que trajo años después el golpe militar de Rojas Pinilla. Sed de poder que “al recobrar la estabilidad política” trajo el frente nacional, nexos de la clase política con los grupos al margen de la ley y los dineros del narcotráfico.

Conflicto económico, político y social radicalizado que traen a la memoria la toma de la embajada dominicana, el magnicidio del palacio de justicia y posterior proceso de paz con el M19 en el gobierno de Virgilio Barco Vargas.

Reconciliación de un grupo al margen de la ley con la población y un sistema que les pidió reincorporarse a la vida política asumiendo unos compromisos con la justicia. Realidad social que trajo consigo una esperanza de paz que se esfumó con la violencia desatada por el narcotráfico e ídolos de barro representados en Pablo Escobar Gaviria, Gonzalo Rodríguez Gacha y los Rodríguez Orejuela.

Ejes de corrupción y la descomposición social que permeó nuevamente las diferentes esferas del poder económico, político y social; violencia que una vez más a las calles –en esta oportunidad con armas, carro bombas, sicarios, panfletos, sufragios y demás estrategias– conllevando al asesinato de Luís Carlos Galán Sarmiento, Guillermo Cano y un sinnúmero de colombianos que sumieron en el temor, terror y desesperanza al entramado social.

Sociedad que se cansó y en las urnas impuso una septima papeleta, constituyente que refundó las bases políticas y sociales del País. Entorno que confrontó al narcotráfico y desde las fuerzas del estado neutralizó a los ejes del mal, sin recomponer el impacto social de una cultura del dinero fácil, el poder acceder a lo que se quiere sin el mayor esfuerzo, así como hacer parte de un negocio ilegal y bastante fructífero que reencontró en los grupos guerrilleros un actor principal.

Realidad social colombiana que consolidó una profunda división ideológica que trajo consigo el fenómeno del paramilitarismo, reencarnación de una justicia a propia mano que revitalizó y revictimizó el conflicto en nuevos actores.

Ecosistema social que buscó soluciones desde distintas ópticas, un proceso de paz fallido e imperfecto en el gobierno de Andrés Pastrana Arango; una confrontación directa, efectiva para algunos y sin éxito para otros, en la administración de Álvaro Uribe Vélez; y una jugada de poker en la presidencia de Juan Manuel Santos Calderón que inicia un proceso de paz el 4 de septiembre de 2012, llega a un acuerdo y lo firma el 26 de septiembre de 2016, pero se encuentra con el NO de un plebiscito el 2 de octubre de 2016.

Máxima polarización de una confrontación social que nos sume en el profundo desacuerdo de un perdon y olvido, justicia y reparación, reconciliación, pero bajo los márgenes de unas reglas, reconocimiento y arrepentimiento por parte de los actores del conflicto.

Desacuerdo de sectores sociales que dejan las armas y trasladan la confrontación a las redes sociales, escenario de conversación, implicación e interacción en donde a través de la palabra dividimos y agudisamos la violencia de una sociedad incapaz de reconocerse, repensarse y demostrar que ha aprendido de su historia. El proceso de paz con las FARC más que traer reconciliación, radicalizó las posturas y desacuerdos entre los actores sociales de un país que no encuentra cómo dejar atrás la intimidación de décadas.

Somos incapaces de pasar la página, vernos como una sociedad unida que construye soluciones y fija un horizonte que le permite avanzar y alejarse del conflicto. Como País, como sociedad, requerimos centrar nuestra atención en la educación, la generación de empleo y el fijar políticas que permitan progresar a los sectores menos favorecidos; establecer tácticas de acción económicas, políticas y sociales lejos del terror, un color político y la ideología de un caudillo.

Mientras sigamos enfrascados entre las amenazas al Presidente y los sectores opositores, las objeciones a la JEP, las protestas llevadas a la violencia social por parte de grupos minoritarios, las manifestaciones universitarias infiltradas por grupos al margen de la ley, fake news y falsos positivos, entre otros, seremos testigos de una nueva versión de la polarización que muestra nuestros niveles de sesgo e irracionalidad.

Problema complejo que nos lleva a una diatriba que nos pone en el camino de no aprender de nuestra historia y continuar la ruta que nos conduce a revivir y revictimizar la violencia en nuevos actores, o refundarnos como sociedad y construir el escenario de un estado social de derecho que se fundamenta en el ejercicio democrático del respeto por las diferencias; incorporar nuevos elementos a ese ADN que nos identifica como sociedad.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.