“¡Que importa que mi cuerpo se marchite, si conocí un amor! Y qué importa que los años pasen, todos iguales. Yo tuve una hermosa aventura, una vez… Tan solo con un recuerdo se puede soportar una larga vida de tedio” – La última niebla

 Leamos esta escena en palabras escritas en 1935, en un remoto país del sur de América del Sur:

En medio de la noche, aparece la sombra de un desconocido. La sombra de un hombre que parece sobrenatural, un hombre que desprende un envolvente calor, rápido, violento, definitivo, un ser que ella comprende que lo estaba esperando y al que va a seguir sea como sea a donde sea: “Le echo los brazos el cuello y el entonces me besa, sin que por entre sus pestañas y las pupilas luminosas cesen de mirarme… Lo sigo, me siento en su dominio, entregada a su voluntad…. Casi sin tocarme, me desata los cabellos y empieza a quitarme los vestidos. Me someto a su deseo callada y con el corazón palpitante. Una secreta aprensión me estremece cuando mis ropas refrenan la impaciencia de sus dedos. Ardo en deseos de que me descubra cuanto antes su mirada. La belleza de mi cuerpo ansía, por fin, su parte de homenaje…” – La última niebla.

La escritora, Maria Luisa Bombal, fue una chilena educada en París (su padre murió cuando ella tenía 8 años y su madre fue Blanca Antjes Precht, de ascendencia europea), una osada mujer que, en su vida personal, vivió el éxtasis y el abandono, pasó por un matrimonio fallido, fue arrancada de su hábitat parisino e intelectual por su propia familia para evitar que cayera en profesiones non sanctas para la época, y fue capaz no solo de escribir, sino también de publicar, una extraordinaria novela breve, cuyo comienzo es de un erotismo inmenso, y cuyo desarrollo es de una rebeldía inusitada frente a una sociedad patriarcal, conservadora, pero a su vez, hipócrita, que carcomía y sigue carcomiendo a las mujeres. Una novela que debió haber sido censurada, pero no lo fue. La censurada, veremos, fue la vida de su autora.

En Europa, Maria Luisa recibió una sofisticada educación e ingresó en 1928 a la Facultad de Letras de La Sorbonne, carrera que culminó en 1931. En París tuvo la oportunidad de codearse con el microcosmos intelectual que la hizo interesarse, en especial, por el mundo del arte dramático. Se unió a una compañía de teatro y al enterarse su madre, la envió de vuelta a Chile, en donde habría de conocer al hombre que marcaría su vida personal y literaria para siempre: Eulogio Sánchez. Después de una intensa relación amorosa, en el que Eulogio termina abandonándola, en 1933, Pablo Neruda, por entonces cónsul en Buenos Aires (Argentina), la invitó y vivió bajo su protección dos años en los que conoció a escritores como Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Silvina Ocampo y Manuel Mujica Láinez y colaboró intensamente en la revista Sur. Allí, en Buenos Aires, escribió “La última niebla”.

Nos cuenta Lucía Guerra, de la Universidad de California, la prologuista del libro, que, en 1934, “tratando de escapar del estigma que sufría a las mujeres solteras, se casó con el pintor argentino Jorge Larco en un acuerdo que le daba a ella la categoría de mujer casada y a él lo protegía de su homosexualidad. Sin embargo, el matrimonio no duró mucho y varios meses después se separaron. Regreso a Chile con una seria depresión y el 27 de enero de 1941, desde la puerta del Hotel Crillon vio salir a Eulogio de un edificio, corrió tras él, lo alcanzó y le disparo tres tiros que si bien no lo mataron, le significarían dos meses de cárcel y el repudio de la sociedad en Chile y Argentina.”. A estas alturas ya había escrito su segunda novela “La Amortajada” (1941), que junto con “La última niebla” ganarían el Premio Municipal de Novela en Chile.

Su única alternativa, pues, fue irse a vivir a Nueva York, en donde en 1944 conoció al conde francés de Saint-Falle, con quien se casó unos meses después. En Estados Unidos trabajó para la UNESCO, a pesar de lo cual nunca se sintió cómoda, siempre se sintió en una cultura ajena y su talento creativo sé trunco. En 1969, después de la muerte de su esposo, vivió durante un tiempo en Argentina y en agosto de 1973 volvió definitivamente a Chile.

Moriría el 6 de mayo de 1980, en soledad, en una sala común de un hospital público y nunca superaría el estado de depresión que la acompañaría desde su llegada a Chile en donde el premio nacional de literatura le fue esquivo siempre con el argumento de su breve obra y de su demasiado acotado prestigio internacional. Solo después de su muerte, su valía literaria sería evidenciada, y ella leída desde las perspectivas del realismo mágico y en clave de género, lo que ha dado una vigencia excepcional a sus obras.

En esta ocasión, @Seix_Barral nos trae una preciosa edición de toda la obra narrativa de María Luisa Bombal (Valparaíso, 1910 – Santiago de Chile, 1980), cuyo título corresponde a los dos principales relatos– por extensión, pues la calidad literaria de la escritora es asombrosa, y cuyo nombre es “La última niebla/la amortajada” (2021).

Carlos Fuentes, nos cuenta Lucía en el prólogo, declaró: “María Luisa Bombal es la madre de todos nosotros… Por ser ella la primera que inscribe un discurso de la sexualidad femenina. Sin embargo, es importante mencionar que, pese al contenido feminista de su literatura, ella fue cautiva también de los conceptos patriarcales de su época y su creencia de que la mujer solo había nacido para amar y ser amada truncó su carrera como escritora. Esta contradicción fundamental hace que su narrativa oscile constantemente entre la transgresión y el consenso convencional…”

Y si bien me quisiera referir a todos sus relatos, reseñaré brevemente solamente uno de ellos. En su relato “La última niebla”, publicado en 1935, inspirado en su relación con el aristocrático mujeriego chileno, Eulogio Sánchez, que le “rayó” la vida – todos tenemos seres que se han aparecido en nuestras vidas para impactarlas profundamente, por primera vez, una mujer escribiente destruye el mito patriarcal de la mujer pasiva para el placer. En la última niebla la protagonista es agente activo y sujeto del deseo y es la novela en donde, por primera vez, una autora chilena describe un orgasmo femenino – que no es el aparte que encontramos arriba de esta reseña… deben seguirla leyendo para toparse con tan deliciosa descripción.

En la novela de Bombal confluyen cuatro tópicos de la literatura: la mujer que necesita ser salvada, el hombre como maestro, en este caso maestro del amor sexual; el tópico del desconocido que se aparece para satisfacer a una mujer, con el que aun siguen soñando tantas mujeres en sus fantasías sexuales y el amor post mortem.

En la narración, uno de los temas maravillosos es el descubrimiento del cuerpo femenino. En un locus amoenus en un lago de la finca, nos dice: “…no me sabía tan blanca y tan hermosa. El agua alarga mis formas, que toman proporciones reales. Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro. Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas sobre el agua. Me voy enterrando hasta la rodilla en una espesa arena de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y penetran. Como con brazos de seda, las plantas acuáticas me enlazan el torso con sus largas raíces. Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento fresco del agua.”

No podemos entrar acá a contar la trama de la novela, solo podemos esbozar que la protagonista debe tolerar un matrimonio arreglado con su primo Daniel, después de lo cual se van a vivir a una hacienda cercana al pueblo. De vez en cuando reciben visitas familiares, una de las cuales es la de Felipe y Regina, el hermano de Daniel y su esposa, quienes llegan con un amigo, a todas luces amante de Regina.

La monotonía del matrimonio de Daniel, que la ahoga a ella, es interrumpida una noche después de esa visita. En medio del hastío del lugar, en una salida nocturna que justamente hace para desahogarse, es sorprendida en medio de la niebla por un extraño personaje, un desconocido que cambiará para siempre su vida.

En medio de ese matrimonio, que advertimos dura más de diez años, ella no se siente capaz de huir o de morir, porque “un destino implacable me ha robado hasta el derecho de buscar la muerte, me ha ido acorralando lentamente, insensiblemente, a una vejez sin fervores, sin recuerdos… sin pasado.”

En la parte final del libro, un acontecimiento relacionado con Regina, Felipe y su amante, y la búsqueda incesante de ese desconocido, nos deja perplejos.

La neblina concluimos, es la verdadera protagonista, “la niebla se estrecha, cada día más, contra la casa. Anoche soñé que, por entre las rendijas de las puertas y ventanas, se infiltraba lentamente en la casa, en mi cuarto, y esfumaba el color de las paredes, los contornos de los muebles, y se entrelazaba en mis cabellos, y se me adhería al cuerpo y lo deshacía todo, todo… Solo, en medio del desastre, quedaba intacto el rostro de Regina, con su mirada de fuego y sus labios llenos de secretos.” …” La niebla, con su barrera de humo, prohíbe toda visión directa de los seres de las cosas, incita a aislarse dentro de sí mismo. Se me figura estar corriendo por calles vacías.”

Al final, en medio de un amor fantasmagórico, y una vida asediada por el tedio, ella nos da la clave: “¡Que importa que mi cuerpo se marchite, si conocí un amor! Y qué importa que los años pasen, todos iguales. Yo tuve una hermosa aventura, una vez… Tan solo con un recuerdo se puede soportar una larga vida de tedio” – La última niebla.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.