Confieso que empecé a leer a Fermina Ponce (Bogotá, 1972), @ferminaponce, una noche en la que estaba somnolienta, lo cual acostumbro, a manera de prueba, a hacer con libros de poesía. Si no comprendo nada del poema que leo, lo abandono. Si comprendo algo y me gusta, sigo leyendo hasta dormirme con el susurro de las palabras entrelazadas… Y sí, me dormí así: “cierra los ojos/ vuélcalos hacia la última caricia/ remóntalos al aliento entre la grieta de la puerta”. La poesía de Fermina es una poesía pura, sin retórica innecesaria, breve, directa al corazón, o al espíritu, o a la cabeza o a los sentidos…. Porque cada poema va dirigido a alguna precisa dirección de lo que somos.

El poema que da nombre al libro “Se llamará piedra” (2021) está engendrado con dolor. Ya en su obra anterior, “Poemas sin nombre”, nos confiesa la dificultad de elegir un nombre para el libro y para los poemas. Y en este nuevo poemario nos convence: “el nombre sangra/ se dispone a parir otro nombre/henchido de ropa vieja / las manos llenas de barro se llama la piedra”.

“Se llamará piedra”, editado por @SudaquiaEditores, forma parte de la colección “El gato cimarrón”. Un muy bien trabajo el que está haciendo Sudaquia, casa editorial que busca ser el punto de encuentro de la literatura latinoamericana dentro de los EEUU. Sus libros se consiguen por Amazon y, éste de Fermina, publicado en junio, es una bella edición que contiene un viaje fantástico por su vida, y como ella misma lo define, es su obsesión de madrugada, su espíritu al despertarse, y también su redención. Redención que gracias a dios no es exclusiva de ella, sino que sentimos que extiende esa redención a quienes la leemos. 

Y como yo lo quería en físico, se lo pedí directamente a la autora, y cuando llegó a mi casa, yo no-quería-abrirlo. Al respecto me confiesa Fermina: “Hay algo que sólo conocen los lectores que han recibido el libro directamente de mí. Todos esos libros, sean comprados o de regalo, llegan empacados en papel blanco de envolver con una cuerda que le da dos o tres vueltas al libro y un sello de lacre con la inicial de mi apellido “P”. La reacción que recibo de esos lectores es linda, ninguno quiere abrir el paquete para no dañarlo. Quizás yo quiero que no lo abran y quiero que disfruten la sensación que les produce antes de entrar a las páginas del libro mismo”.

Fermina es comunicadora social, periodista con un Máster en Gerencia de la comunicación organizacional de la Universidad de La Sabana, Colombia y un Máster en escritura creativa en español de la Universidad de Salamanca, España. Sus poemarios, Al desnudo (2016) y Mar de (L)una (2017) —Editorial Oveja Negra—tuvieron mención de honor a mejor libro de poesía un solo autor ILBA 2018 (International Latino Books Awards) e ILBA 2019 sucesivamente. Su poemario Poemas SIN NOMBRE —de la misma editorial—fue presentado en la FilBo 2019. 

A principios de 2020 recibió el nombramiento de Diputada Poeta Laureada de Aurora, Illinois, ciudad en la que reside. Fue nominada por el Consulado Colombiano en Chicago al “Premio Los 22 más” en 2017, en la categoría de cultura, por su contribución cultural en el área de Chicago. 

Leer “Se llamará piedra” es adentrarnos en esos temas universales que caracterizan la poesía de Fermina, el primero de los cuales es la esencia de la escritura. La escritura puede ser dolorosa y a veces no se encuentran las palabras; ese no hallar el poema, tan común en los buenos escritores, nos lo deja entrever Fermina en “Sin poema”: “no encuentro ese poema/lo sentí regresar a la infancia de Borges /sin su alma presa, tan cóncava (…) No lo han visto en el jardín Eclipse Rosa/ Tampoco en el cristal que guarda mi pasado/ni en el jardín que se llenó de maleza/No encuentro ese poema/el espejo absorbe mis palabras”. O en “Certeza “: “la palabra es el mar y la poesía el ancla/ en tú, él, yo, nosotros/ (todos)/ Dios tan lleno de matices/ los nombres, /ninguno aferrado al verso”.

En los poemas de Fermina podemos encontrar no solo las palabras que no llegan sino las que inundan (en “Incitación al silencio” nos dice: “fluyo bajo la pluma de quien me ama” o en “Dueto disonante” escribe “las manos del escritor reposan/ yo escribo sin querer”), o aquellas que esforzadamente llegan cuando la escritora se ha cansado de escribir (en “Me cansé de escribir” se queja: “quiero andar sin rumbo y sentarme en el mercado de las especias, me cansé de escribir poemas”). 

El erotismo atraviesa varios de sus poemas, despertando nuestros sentidos mientras los leemos. Son breves corrientazos en el cuerpo y en el alma. Por ejemplo, en “Tornasol” nos grita “mi locura te llama en un sexo tímido/ por segunda vez, /te invito a quedarte/ a tomarme despacio /volverte a ir”. En “Tormenta II” nos susurra: “mi llovizna te inunda en la distancia/ en un lugar que no tiene espacio para cuerpo/ solo para gemidos/en nuestro idioma/cuando te pienso.” Y en “Imagen “nos dice: “soy tu lectura noctámbula, la curvatura de la palabra corregida. No quiero despertar hasta el cansancio, quiero pulsarme en las flores mientras me habitas”.

Y el erotismo llega a su máximo grado en dos preciosos poemas: “El tono bajo de tu voz” (“persigo el sosiego en este espacio de caricias la pregunta inquisidora tus razones y mi lengua te descubre…”), y en el emocionante “Respiro” (“Y me hinco sin defensa/ cuando te amo/ ser de mi luna ensimismada/respiro la divinidad de la noche en medio de un rosario de besos…”)

En el poema “Romance de las tres hierbas” le hace un hermoso homenaje a Federico García Lorca: “En las manos que se pierden, cantaba la luna encinta, el plenilunio se amarra, como el tomillo y su espina/ ¡Y que me traigan las hierbas, /mi gitana de hierbabuena!/ ¡Y bailen con el romero, mi gitana de hierbabuena!”, como también se lo hace a Edgar Allan Poe (con 2 poemas dedicados a los gatos) y a Nicanor Parra, el anti poeta chileno, un poema precioso cuyo nombre es “anti despedida desde mi aurora”.

Y ella, Fermina, en su condición de inmigrante, no podía dejar de escribirle un poema a los inmigrantes cuyo título es “En la frontera” y cuyo comienzo estremece: “En la frontera existe el insomnio de las diferencias/ la muerte sin sentido”, y termina: “Un camino insospechable/ exilio a grito herido /llanto del verbo /allá en la frontera”. Y en “Hoy” cierra con broche de oro: “Todos exiliados de nuestra antigua realidad.”

La naturaleza hace parte importante de sus poemas. En “Oración “nos dice: fui fruta de algodón en lo que duró la ventisca/sabor a guanábana/color de pomarrosa/fui guayaba entreabierta mientras duraron las semillas/ fui olor fresco entre mis manos/fui oración/ y fui paz”. Las plantas tienen un lugar especial en su poema “Luisa“ (“¿y el aroma?/ huelen al amor recién hecho, con los dedos al aire/¿es María la hierba?/ No, la hierba es María-Luisa”) 

Y en esa misma onda de experimentar con formas y sonidos de la naturaleza, encontramos una breve pero deliciosa experimentación con algunos haikus que, francamente, son magistrales. 

También incluye una parte final que se denomina “Poemas de esta pandemia”. En ellos y en otros varios poemas de sus libros, nos habla libremente de esos estados emocionales y mentales que nos agobian, y lo hace sin tapujos, con la entraña: “estar en vilo es tener el corazón de pluma/y no de plomo-oro”, o de la lentitud del tiempo: “una hora lenta otra hora lenta y así, hasta hacernos correr en círculos” o de la Libertad coartada en “De caucho y loto” (“No quiero una jaula ni las raíces cortadas… No quiero nada excepto mi libertad”).

Leer a Fermina es, a la vez, bálsamo y abismo, es adentrarnos en ese yo entrevesado a través de sus delicadas palabras, que nos hacen estremecer, como les decía al principio, el cuerpo, el corazón y el alma.  

 

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