“El arte es arte, la naturaleza es naturaleza, no se puede mejorar…; lo que cuenta es el alma del individuo”. (Emily Carr, 1912)

Emily Carr (1871-1945) fue una pintora y escritora nacida en la costa oeste canadiense para quien su inspiración, a pesar de sus múltiples viajes alrededor del mundo y de los territorios indígenas de su British Columbia, fue el entorno costero de esta provincia. Es una de esas pocas artistas integrales de nuestra “era moderna”, al igual que Van Gogh, cuyas pinturas y letras son tesoros inconmensurables. El llamado “Grupo de los 7”, uno de los grupos de arte más famoso y reputado en Canadá, la ha denominado “The Mother of the Modern Arts”.

Emily no es muy conocida en Hispanoamérica. Pero deberíamos conocerla más y por eso la traigo a colación, a ver si alguna editorial se anima a traducir al español a una de las grandes de Norteamérica – Norteamérica no es solo Estados Unidos – o a ver si algún museo nacional osa traer algunas de sus pinturas icónicas. Descubrí a Carr en el Royal British Columbia Museum (RBCM), después de ver a lo largo y ancho de varias ciudades de Canadá, diferentes referencias a su genio y figura. Un bellísimo libro ilustrado, “Sister and I, from Victoria to London” me llamó la atención y terminamos comprando con mi hija dos libros, uno para ella y otro para mí. Se trata de un manuscrito encontrado en un baúl que la autora legó a su amiga Ira Dilworth para ser publicado después de su muerte.

Es un libro manuscrito, en una preciosa letra mayúscula en donde nos narra con hermosas pinturas y gráficas a color, el viaje que, a sus 38 años realizó con su hermana Alice, de 40, hasta Londres, en 1910, un diario ilustrado de 92 páginas calificado como un “funny book”.

En 1937 sufrió un infarto y dedicó gran parte de su tiempo a escribir. Su primer libro, “Klee Wyck” (1941), recibió el Premio del Gobernador General de literatura en 1942. También en vida publicó “The Book of Small” (1942) y “The House of All Shorts”. Y de forma póstuma fueron publicados “Growing Pains”, “The heart of a Peacock” y “Pause: a sketchbook”. Siempre enfermiza, en sus días largos de retiro, en medio de sus múltiples viajes para recuperar su salud pintaba y pintaba… y cuando le quedó mas difícil pintar y el efecto emocional de su enfermedad se hizo más profundo, comenzó a escribir tardíamente. La fama, pues, le llegó después de sus 57 años, como pintora y escritora.

Fue una mujer sinigual para su época, que trabajaba para auto sustentarse y nunca intervino emocionalmente un hombre para obstaculizar o realizar sus sueños. Emily estudió por primera vez en la Escuela de Diseño de California en San Francisco de 1890 a 1893. En 1899 viajó a los territorios de los pueblos de las Primeras Naciones, en Ucluelet, en la costa oeste de la isla de Vancouver. Emily empezó a estudiar en Londres en 1899 y en St. Ives. en Cornualles. Regresó a Canadá cinco años después, primero a Victoria y luego a Vancouver, siempre con la idea de enseñar las mejores técnicas aprendidas en sus viajes. En 1907 viajó en barco a Alaska y decidió representar las artes monumentales de las Primeras Naciones de la Costa Oeste.

Con su hermana Alice viajó de Victoria a Londres con destino final Francia, que es justamente la travesía de la que trata este hermoso libro editado por el Museo a todo color y en forma completa y cuyos manuscritos habían permanecido sin publicar. En su constante hambre de aprendizaje, y en busca de una visión siempre expansiva del arte, conoció en Francia el trabajo de los Fauves, artistas franceses apodados las “bestias salvajes” por su atrevido uso de colores brillantes.

Emily Carr inicialmente se apoyó en su hermana Alice quien le servía como traductora, pues el francés se le dificultaba. En 1911, se mudó al pequeño pueblo medieval de Crécy-en-Brie para estudiar con el fauvista “Harry Phelan” Gibb, un artista inglés expatriado a quien conoció en París. Gibb y su esposa Harriet/Bridget, quienes la acogieron con paciencia para enseñarle el nuevo idioma y con quienes Emily se mudó a Bretaña, donde residió en un bucólico hotel frente al mar en el pueblo de Saint Efflam, cerca del pueblo de Plestin-les-Grèves, con su magnífica playa de arena que se extiende por las mareas, hacia el Canal de la Mancha. Con ellos aprendió “pinceladas amplias, sueltas y formas planas y abstractas” apuntando todo el tiempo a capturar la vitalidad del espacio y la forma, en lugar de una representación estrictamente realista.

Posteriormente estudiaría, también en Bretaña, pero en el sur, con la artista neozelandesa Frances Mary Hodgkins, en la ciudad costera de Concarneau. Con Hodgkins, Carr trabajó con acuarelas al aire libre, dibujando las calles y los edificios, las trabajadoras de las tiendas y los artesanos en la parte medieval amurallada de la ciudad frente a su hotel. También pintó los distintivos veleros en el puerto y escenas de la vida del mercado, con lo que enriqueció enormemente sus técnicas pictóricas.

En la travesía del libro “My sister and I” nos sumergimos en su viaje en el Canadian Pacific Railroad desde Victoria, en el verano de 1910, con múltiples e inesperadas paradas, cuya crónica narra divertidamente con dibujos, entre caricaturescos y costumbristas, de por medio. Finalmente abordan un transatlántico hasta Liverpool. Desde allí las hermanas se embarcan para Francia. La intención de Emily era sumergirse en el nuevo arte modernista: “Todos decían que París era la cima del arte y yo quería recibir la mejor enseñanza que conocía”. En Francia, en los talleres de París y en el campo trabajando al aire libre hizo una transición completa del arte figurativo que practicaba y enseñaba al arte modernista.

En 1912, ya de regreso en Canadá, Carr realizó un viaje de seis semanas a quince pueblos de las Primeras Naciones a lo largo de la costa de la Columbia Británica. Sus pinturas fueron exhibidas en Vancouver, pero retornó a Victoria en donde vivió alquilando habitaciones, cultivando frutas, criando perros y, más tarde, fabricando cerámica y alfombras decoradas con diseños nativos para vender a los turistas

Solo hasta 1927, Carr fue invitada a participar en la Exposición de Arte de la Costa Oeste Canadiense en Ottawa, con 31 pinturas, cerámica y alfombras. Su exposición fue todo un éxito, conectó con varios grupos artísticos de Toronto y, pese a sus enfermedades cardíacas, pintó temas indígenas de forma prolífica hasta 1931, incursionando en figuras que se convertirían en las protagonistas de sus pinturas, como los árboles y bosques de la Columbia Británica y los cielos costeros.

Sus grandes pinceladas – bien parecidas a las de Van Gogh, pero con temáticas bien distintas – son la gran característica de su arte. Sus críticos han dicho que quería hacer todo “a lo grande” y que nunca estuvo lo suficientemente satisfecha consigo misma, siempre tuvo la sombra del sentimiento del fracaso rondándola – lo cual se advierte en su escritura – al capturar, no tanto los detalles geográficos específicos, sino lo que experimentó como la esencia de lo que tenía ante ella. Su objetivo era capturar la vitalidad del paisaje y retratar lo que sentía internamente. Y ello lo podemos apreciar en el proyecto del RBCM https://artsandculture.google.com/partner/royal-bc-museum?hl=en

El precioso libro es una obra de arte literario, una crónica divertida de algo que solo conoceremos si viajamos o si nos lo dan a conocer por estos lares. Vale la pena mirar hacia otros escenarios y enriquecerse con ellos.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.