Calvario ciudadano, latente en la crisis económica, los índices de desempleo, la desatención estatal, la violencia, la inseguridad y demás acontecimientos que se atizan con nuevos confinamientos y restricciones generales, va al vaivén de las diatribas ideológicas que abren el partidor electoral de 2022.

Bomba de tiempo a punto de estallar con la anuencia del gobierno nacional y las administraciones locales, que hacen gala de la negligencia gestora para atender las necesidades de la población, se complejiza con la actitud comportamental de las personas que no se corresponde con lo que ya se veía venir antes de Semana Santa; infantil indisciplina que ya tiene su coletazo en las cifras de contagio, el número de ciudadanos fallecidos y las medidas que, por impopulares que sean, se deben tomar para atajar el caos que está por llegar.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, adagio popular que se adapta perfectamente a la desconexión del presidente, gobernadores y alcaldes, con lo que a diario se ve en las calles de cada una de las poblaciones colombianas; ente oficial, enceguecido por la reactivación económica, es incapaz de comprender que laxitud en la autoridad, para hacer cumplir las normas, es lo que los pone a lidiar, a diario, con la Covid–19 por la irresponsabilidad, ignorancia y relajamiento de la gente. Lo ocurrido en los últimos días era más que previsible, poco y nada se aprendió de las celebraciones decembrinas, 2021 no es un año para andar de paseo; cierre que se da en Medellín del 8 al 11 o Bogotá del 10 al 12 de abril es el que se debió aplicar, a nivel nacional, durante la Semana Santa, pero pudo más el miedo a los conglomerados empresariales y el sector turístico que coaccionan a la luz de la quiebra y el desempleo.

Nuevo escollo del Coronavirus, que pone de relieve las medidas restrictivas, concentra la mirada en las divergencias políticas, económicas y sociales que se tejen sobre la decisión práctica de encerrar a la población en sus hogares, movilidad limitada a consecuencia del comportamiento de aquellos colombianos incapaces de dimensionar el grave colapso que generan por su arrogante necesidad de viajar, y hacer lo que les viene en gana, sin guardar las medidas de bioseguridad. Fiestas clandestinas, aglomeraciones, rechazo al uso permanente del tapabocas en la calle, son una preocupante señal de que no se han incorporado los hábitos de prevención a las rutinas diarias en la nueva normalidad. Desobediencia civil que atomiza la reactivación segura, entorno que requiere de la mano firme y gestión previa de los gobernantes para prevenir lo que se avizora en cada acontecimiento festivo.

Ausencia de cultura ciudadana evidencia la imperiosa necesidad de retomar medidas, que no debieron dejarse de lado, hasta que Colombia supere el 50% de la vacunación. Déjà vu que llama a meter en cintura a los gremios de la producción, acabar con las excepciones, y aplicar los esquemas de horarios y días para el sector productivo; incentivar el trabajo remoto, disminuir el número de ciudadanos en la calle y optimizar el uso del transporte público. Pasar de los anuncios en TV, el show de victimización, los lloriqueos complejos, las disculpas o reparto de culpas a asumir la realidad que supera la ficción que quieren imponer, en el imaginario colectivo, quienes desde el reinado de la simpatía, y la verborrea insidiosa propia del populismo, se niegan asumir la responsabilidad que les asiste en la implementación de políticas públicas que hagan frente a la financiación social, solidaria y sostenible que la Casa de Nariño quiere sufragar con una reforma tributaria.

Hueco fiscal inmenso que se acrecienta como efecto de una mala administración, por parte del gobierno, frente a la pandemia. Búsqueda necesaria e indiscutible de recursos que no debe recaer en la, ya bastante golpeada, clase media colombiana; propuesta de IVA a la canasta básica familiar es un flaco favor que hace el Ministro de Hacienda y Crédito Público a la incoherencia de un presidente que día a día aumenta las tensiones y la desigualdad social. Grave error es hacer uso del tercer pico de la pandemia, y las nuevas restricciones generales, como cortina de humo para desviar la atención de un pueblo sumido en el hambre, muchos con una sola comida al día, al que desde los globos que eleva la presidencia para medir el ambiente, se le avecina una escalada de alzas por el impacto que tendría el tributo en los insumos básicos para la producción de alimentos.

Antes que aumentar impuestos Colombia necesita de una esfera ejecutiva con competencias para administrar bien lo que se tiene, austeridad burocrática ajustada a la coyuntura económica del momento. Camionetas blindadas, campañas para mejorar presencia e imagen en redes sociales, primas y salarios de los parlamentarios, aviones nuevos, clientelismo, son gastos que suman más de mil millones de pesos y no son congruentes con un pueblo sumido en hambre; erario mal gastado que ahora trae una vacuna tributaria para atender el santo contagio y reaviva el inconformismo social que ya programa su próxima protesta, llevada a la calle, con el paro nacional convocado para el próximo 28 de abril. Fraccionamiento democrático a consecuencia de un incendio fiscal que eclipsa la preocupante noticia de desabastecimiento de insumos para cumplir con la segunda dosis de la inoculación nacional.

Afán de mostrar cifras exitosas del “mejor plan de vacunación en el mundo” abre brecha en la seriedad, reglas claras y seguridad jurídica que deben acompañar al estado, figura de autoridad con brazo débil para imponer ley y orden a un colectivo desbordado en su comportamiento. Colapso del sistema de salud, que ya se vive en varias regiones del país, aleja la luz al final del túnel para volver a la normalidad. Cultura del castigo, en la que los toque de queda no pasan de ser buenas intensiones que fenecen ante el descuido ciudadano, demuestra que las implicaciones económicas de las medidas no pueden estar por encima del elevado número de personas que en este momento están a la espera de una cama de UCI en busca de una última oportunidad de vida.

“Vacunación+iva” es urgente, pero requiere de medidas efectivas y coherentes por parte del gobierno, priorización del gasto público acompañado de una campaña de concientización de la población. Colombia no resiste nuevos confinamientos estrictos, pero sí necesita de políticas que no dejen llegar a los límites que ahora se atraviesan. En el mediano plazo hay que educar al ciudadano frente a la inoculación, primera dosis no da la inmunidad que se logra quince días después de la segunda aplicación, falta mucho terreno para llegar a la comunidad de rebaño. Enfermos Covid, que tanto preocupan por estos días, son jóvenes que retaron la suerte y ahora pagan las consecuencias, “figuritas públicas” de las redes sociales e ‘influencers’, idiotas imprudentes, que sabiendo que se está en crisis se van a pasear, se van a rumbear y ahora quienes pagan las consecuencias son los que sudan sangre, matándose día a día, para ganar el sustento diario.

Vehemencia que se tienen para cuestionar el comportamiento ciudadano debe ser diametralmente consecuente para pedir información y transparencia en el proceso de vacunación, pues el silencio absoluto de los gobernantes deja serias dudas. Es importante trabajar duro en la causa más que en el efecto, los empresarios deben tomar más conciencia de la situación e implementar el teletrabajo con los empleados que pueden trabajar desde casa. En vez de darle toda la responsabilidad a los mandatarios cada uno debe asumir la cuota de responsabilidad que le asiste, si se quiere evitar una calamidad general, hay que darle la seriedad que la situación amerita; hay que dejar de lado el ego, pensar en los demás, y entender que ya habrá otro momento para paseos, cumpleaños o fiestas.

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