“Nos aferramos a todo, y solo apresamos viento” –   Montaigne

Durante la pandemia, y ahora en postpandemia, muchas personas se han dedicado a demonizar consciente o inconscientemente, con razón o sin razón, el fenómeno (¿?) de la soledad, sin tener en cuenta que la experiencia de estar a solas con uno mismo impone y fascina, quizás por ser la más intensa y profundamente humana.

“Elogio de la soledad – Una conmovedora reflexión sobre la vida en soledad en un mundo hiperconectado”, Ediciones Urano, 2021, de Stephen Batchelor, es una joya artística y literaria que nos trae una reivindicación de la soledad.

Muchas personas que tuvimos largos periodos de soledad física, me incluyo, experimentamos ansiedad y angustia, y bien sea por desespero, trabajo, catarsis o necesidad, buscábamos conexiones virtuales e inclusive, a veces y contra legem, presenciales; con tal de “no perder el contacto con el mundo”.

Al leer el libro de Batchelor, que está armado como un collage de 32 capítulos, de modo que pueden leerse independientemente, nos encontramos con una especie de novela, ensayo, reflexión filosófica, ahondamiento espiritual, a través del cual concluimos que el sentido de la existencia está, no en optar entre una vida exclusiva de soledad y una vida de relación con otros, sino de acoger ambas con los brazos abiertos y encontrar un equilibrio saludable entre ambas. Y como decía el filósofo norteamericano R.W Emerson en su ensayo “Confianza en uno mismo”: “el hombre de verdad grande es aquel que, en medio de la multitud, conserva con perfecta dulzura la independencia de la soledad.”

En el libro, Batchelor intenta resolver la paradoja humana, esa que le dice a uno que la plenitud humana, el despertar, se basa en la integración de la sabiduría, es decir el estar solos, y la compasión, es decir el estar con los demás. La soledad como una forma de estar en el mundo y que, por eso mismo, hay que cultivar. La soledad es un arte que hay que refinar y consolidar mediante el entrenamiento mental.

Los opuestos existenciales son los que permiten apreciar. Apreciamos la luz porque hay oscuridad, el calor porque hace frío. Así, apreciamos la vida en colectivo en la medida en que valoremos y cultivemos la cara blanca de la soledad. Batchelor reconoce el aislamiento y la alienación como las caras oscuras y trágicas de la soledad;  la soledad es un ámbito de autonomía, maravilla, contemplación, imaginación, inspiración y afecto. Podría haber analizado la soledad desde el punto de vista sicológico, pero en este libro el autor la analiza como una práctica y una forma de vida, tal y como la entendieron Buda, Montaigne, Aldous Huxley, Thomas de Quincy, Shakespeare, la pintora Agnès Martin, el escultor Antony Gormley, el gran Vermeer, de todos los cuales nos habla breve, pero profundamente en el libro.

En palabras de su autor, la soledad procura el tiempo y el espacio imprescindibles para desarrollar la calma interior y la autonomía necesarias para afrontar la realidad de manera creativa y eficaz. “La soledad no es un lujo reservado para un puñado de ociosos privilegiados. Es una dimensión ineludible de la condición humana.”

El libro nos motiva a practicar una soledad contemplativa a través de actividades artísticas – la escritura, la pintura – o sencillamente de la meditación, para poder acceder a un espacio lúcido de libertad, asombro e inspiración, el Nirvana. “Experimentar el Nirvana es liberarse de las ataduras y opiniones que te impiden actuar imaginativamente de manera original ante las circunstancias que te salen al paso. El Nirvana no es el final del camino, sino su punto de inflexión.”

La ataraxia, o imperturbabilidad del ánimo, es la clase de soledad que persiguen los artistas desvelados por Batchelor en su libro; esa soledad que implica el desprendimiento de las nociones y las opiniones.

Para estar verdaderamente solos, debemos instalarnos en un estado de claridad mental que no será turbado ni por pensamientos obsesivos ni por emociones conflictivas. Al recorrer la vida de Montaigne – lo cual hace a lo largo del libro incluyendo fragmentos de sus “Ensayos” -, nos describe su tipo de soledad: “Igual que podemos escondernos y sentirnos a salvo dentro de una cueva oscura y silenciosa, podemos retirarnos a esos lugares recónditos de nuestro interior que nos brindan un refugio semejante, donde poder cultivar nuestra vida secreta, a solas y en paz.” En su ensayo “De la presunción” Montaigne nos dice: “la gente mira siempre lo que tiene delante; yo vuelvo a mi mirada hacia dentro. La planto allí, allí la albergo. Todo el mundo mira adelante. Yo miro dentro. Solo trato conmigo mismo. Pienso en mí mismo incesantemente, me miro, me saboreo”.

Tomas de Quincy habló también de ese mundo interior, ese mundo de secreta conciencia de uno mismo, en el que cada cual vive una segunda vida, a solas dentro de si, paralela a su otra existencia, que vive en común con los demás.

Batchelor también ahonda en las experiencias artísticas de la soledad, equivalentes a las prácticas meditativas. De la pintora Agnès Martin nos dice que sus obras son arte cultivado con la dedicación obsesiva del asceta, expresiones de emociones abstractas puras, tales como la inocencia, la perfección, la benevolencia, la felicidad y el amor. Agnès creía que uno tiene que desprenderse de todo cuanto interfiere en la inspiración y la visión que le son primordiales. «Las mejores cosas de la vida te pasan cuando estás sola», decía.

El libro tiene al menos dos capítulos completos sobre la pintura de Vermeer, en la convicción de que el arte es un vehículo de revelación de la verdad. Vermeer lograba detener la vida en sus momentos esenciales, sin que la pintura perdiera nada de su vitalidad y su magnificencia. “Las cosas más prosaicas parecen imbuidas de una intensidad y una significación sobrenaturales. Incluso sus colores más oscuros y saturados irradian luminosidad.”

A lo largo del libro nos describe los diferentes tipos de meditación que ha practicado y los variados lugares en los que lo ha hecho, desde el Monasterio de Bedse en la India -también llamado el Monasterio del Pico del Diablo, en el que logró “encontrar un espacio como metáfora del vacío requisito indispensable para que se abran los caminos libres de todo estorbo que permita el florecimiento humano.”- hasta salones de meditación en grandes ciudades.  Nos lleva de la “Guía de las obras del Bodhisatva” de Sāntideva a la práctica de la atención plena como método para lograr la impermanencia y el desprendimiento.

Ahonda en la práctica del Zen que consiste en hacer las paces con la cuestión de quién y qué eres. Nos sorprende con su meditación favorita: la meditación jhãna que, a menudo, se traduce como “absorción”. Se trata de una meditación en cuatro fases de recogimiento que comienzan con un estado de concentración, éxtasis y bienestar, acompañado de reflexión y análisis, y culmina con un estado de quietud y bienestar caracterizado por la lucidez y la ecuanimidad que se conserva aún después de practicarla.

En todo caso, nos hace descubrir que la meditación no basta, que es indispensable una dimensión ética. No puede entrenarse y desarrollar la musculatura espiritual, sin que ello se traduzca necesariamente en un florecimiento como persona. “La meditación tiene sentido en la medida en que contribuye a que te conviertas en el tipo de persona que aspiras ser. Y puesto que tener una visión ética de las cosas forma parte integrante de la existencia en su totalidad, esa visión conforma, impregna y determina la práctica contemplativa.”

Capítulo aparte constituyen las experiencias del autor con sustancias sicoactivas, criticando la actitud represiva de las sociedades modernas, cuando el problema reside, no solo en la propia naturaleza de esta sustancia sino en nuestra confusión individual y colectiva respecto de cómo usarlas. “Mientras las religiones sigan negándose a respaldar cualquier enfoque que no sea la abstinencia, serán incapaces de procurar una educación adecuada y matizar respecto al uso y abuso de estas sustancias.”

De hecho, nos revela cómo fue, gracias al Cannabis, que empezó a sentir una profunda curiosidad por su interioridad y sus posibilidades, lo cual logró desde una perspectiva más rica y fascinante que la del estado de conciencia normal. “Al consumir cannabis siendo monje, aprendí que, para conseguirlo, en mi caso, primero fue necesario que adquiriera cierto dominio de mí mismo mediante la práctica sistemática de una disciplina contemplativa enraizada en una visión ética y filosófica de la existencia.” Nos describe sus tomas de ayahuasca como rituales purificadores.

Al tocar este tema, el autor no podía dejar de mencionar a Aldous Huxley en su ensayo de 1954, “Las puertas de la percepción”, en el que narra su experiencia con la mezcalina – y en donde Huxley reconoce que “parece sumamente improbable que la humanidad en su conjunto sea capaz en algún momento de prescindir de los paraísos artificiales”.

Les dejo una frase final: “Para ser plenamente humanos necesitamos relacionarnos no solo con otras personas, sino con el mundo no humano, con estos abismos íntimos y con algo más grande. (…) Aquí la paradoja de la soledad. Si te observas a ti mismo largo y tendido, en soledad, de pronto comprendes que lo que tienes ante ti es un reflejo de la humanidad entera.”

Un libro más que necesario en esta época de incertidumbre.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.