Por eso, cuando Iván Duque asegura que solo “le rendimos cuentas al pueblo colombiano, y así lo seguiremos haciendo”, “me recuerda […] una célebre frase del Chavo: ‘¡Al cabo que no me importa!’”, escribe Gómez en su columna de El Tiempo.

Para Gómez, el listado de razones por las que, a lo largo de décadas, los mandatarios criollos se han hincado son varias: “Arrodillados con la firma del TLC, arrodillados en las doctrinas de nuestros militares, arrodillados para extraditar sin verdadera reciprocidad, arrodillados a la hora de implorar no ser descertificados, arrodillados frente al destino del canal de Panamá, arrodillados en la sumatoria de hectáreas de coca, arrodillados en la ajena guerra de Corea y arrodillados en el momento de ‘recordar’, como hizo Duque, que la lucha por la independencia de España contó con el apoyo de los padres fundadores de Estados Unidos”.

“Tan ofensiva es la necedad del Trump cuasipandillero, que reprende y calumnia a su leal satélite regional [Colombia], como artificial la amarrada de pantalones de Duque”, agrega Gómez, y remata su columna: “Le asiste al presidente Duque, como a la mayoría de sus antecesores, el derecho de hacer con sus rodillas lo que le plazca. ¡Pero que no nos haga creer que está de pie!”.

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A la curiosa relación que están construyendo Trump y Duque, que repite, a la luz de lo que plantea Gómez, la tendencia de sumisión de los presidentes colombianos a Estados Unidos, también se refiere Paola Ochoa, en su columna del mismo diario. Para ella, esta vez, la clave son las drogas, por las cuales “la relación con los gringos está empeorando a la velocidad del rayo”.

Esta columnista explica que a Trump, en plena campaña de reelección, le están cobrando la falta de resultados en materia de narcóticos. “Un hecho que mató a 70.237 personas en Estados Unidos en el último año”, dice, pero aclara que “solo 13.947 de esas muertes están relacionadas con el consumo directo de cocaína”.

Así que “aunque la cocaína pura solo representa menos del 5 por ciento de las muertes por sobredosis en Estados Unidos, lo más fácil para Trump es echarle la culpa a Colombia”, continúa Ochoa, y remarca que el problema real de Estados Unidos son el opio y la heroína, con los que las farmacéuticas elaboran opioides, opiáceos, analgésicos y anestésicos, “un conjunto de drogas mucho más adictivas que la cocaína”.

“Pero Trump no se va a suicidar políticamente declarándoles la guerra a las farmacéuticas gringas […]. Por eso la coge contra el bobo del paseo, es decir, contra Colombia, cuya mala reputación y baja autoestima no le permiten responderle con un mínimo de valentía”, critica Ochoa, y recalca que “la debilidad del presidente Duque será trascendental para que todo termine con una lacónica frase: ‘Sí, señor Trump, por aquí todo lo que usted mande’”.

Una postura menos dura con el presidente Duque la plantea Luis Carvajal Basto en El Espectador, al afirmar que “quienes reclaman mayor vehemencia en las respuestas del gobierno colombiano deben considerar que Trump representa a su gobierno pero difícilmente a la sociedad norteamericana, como se pudo observar en las pasadas legislativas en las que el partido que representa perdió la cámara y ahora afronta el rigor de los contrapesos propios de un sistema político que intenta protegerse”.

Por eso, considera que “hizo bien el gobierno colombiano al no entrar en una discusión árida e inútil con un gobierno al que no va a convencer: no vota en sus elecciones”.