Para Ávila, esa estrategia de defensa del uribismo “ha sido la de siempre”, basada en cuatro pilares:
- Victimizar al expresidente Álvaro Uribe, es decir, que lo persiguen con “milimétrica estrategia” sus enemigos.
- Culpar a las Farc (“guerrilla que ya no existe”), a la “nueva generación de las Farc” y a sus aliados.
- Mantener vivo políticamente a Uribe, una tarea encargada al Gobierno de Iván Duque y al Centro Democrático, que harán de la defensa judicial del expresidente su agenda política.
- Agitar las calles para que eso los potencie en las elecciones de 2022.
Si bien Ávila admite en su columna del diario español que esa estrategia “fue exitosa” por años, asegura que ahora “ha comenzado a ser sinónimo de fracaso”, y para probarlo cita los resultados de la más reciente encuesta de Datexco, según la cual la imagen positiva de Uribe es de 29 % y la negativa supera el 60 %, “lo que muestra la baja efectividad de su estrategia”.
Uno de los argumentos de Ávila para sostener su tesis de que la estrategia de defensa de Uribe ha fracasado llama la atención porque está relacionado con dos hechos importantes: primero, que las Farc ya no existen como guerrilla, por lo que “la estrategia del miedo ya no […] funciona” pues “la población ya no les cree […]. Incluso, en los discursos del uribismo pareciera que añoran la existencia de las FARC, es como si quisieran que revivieran para tener efectividad en su discurso”.
Y segundo, que el discurso del uribismo se quedó enfocado en el pasado: “Es algo así como si Uribe le estuviera hablando a la sociedad de hace 15 o 20 años, pero no a la sociedad actual”, estima Ávila.
Pero Ávila no está solo en esta idea. Con él coincide Thierry Ways, en El Tiempo, que le reconoce a Uribe que cuando llegó a la presidencia en 2002, “el país se asomaba al abismo, nadie se sentía seguro y veníamos de la peor crisis financiera en muchos años”, y la generación que había salido de la universidad justo antes de 2000, “solo pensaba en emigrar”. Y agrega: “Entonces, casi milagrosamente […] el país enderezó el rumbo, arrinconó a la guerrilla, desmovilizó a los paramilitares y volvió a crecer. Sin el militarismo de la era Uribe habría sido imposible llevar a las Farc a una mesa de negociación”.
Hecha esa salvedad, Ways advierte: “Pero eso fue hace casi 20 años. Nuevas generaciones, que, en buena medida gracias a Uribe, conocerán el conflicto por los libros de historia, están asumiendo el control del ‘Zeitgeist’: del ‘espíritu de la era’”, dice empleando esta expresión alemana para referirse a esa idea que en la obra de Shakespeare también se conoció como el ‘espíritu del tiempo’, alusivo a las condiciones intelectuales y culturales de una época determinada.
“Sus preocupaciones [las de las nuevas generaciones] son otras, y el partido del expresidente no ha sabido conectarse con ellas”, continúa Ways. “El cambio climático es quizá la más mencionada, pero detrás de eso hay hondas inquietudes sobre la calidad de la educación y el empleo, sobre todo después de la pandemia. La cabeza de playa de ese cambio cultural fueron los ‘millennials’, pero los ‘millennials’ pronto cumplirán 40 años. Detrás de ellos vienen varias cohortes de jóvenes aún más alejados de las preocupaciones de comienzos de siglo. El uribismo supo ganar las últimas elecciones, pero, a menos que encuentre la forma de atraer a ese electorado joven, no volverá a ganarlas en el futuro”.
Angélica Mayolo, en El Nuevo Siglo, destaca precisamente que “Colombia es un país relativamente joven”, pues el 34 % de la población tiene menos de 29 años. Y, citando cifras del Dane, habla de lo que plantea Ways, en el sentido de lo que deben ser hoy las preocupaciones de los jóvenes: “En los últimos meses, el 51.7 % de la población más joven ha tenido en la suspensión de actividades académicas por la pandemia su mayor dificultad”.
“Esto es particularmente complejo, si se suma que, según la Asociación Colombiana de Universidades, entre el 20 % y el 30 % de la población estudiantil no podrá cursar sus semestres en esta segunda parte del año”, agrega Mayolo. “En el caso de la educación básica primaria y secundaria, el panorama sigue siendo desafiante, particularmente en zonas donde ha sido más intenso el conflicto armado, en donde 40 de cada 100 niños y jóvenes no logran concluir sus estudios de primaria y bachillerato”.
También toca otro aspecto que está en el centro de los desasosiegos de la juventud, el trabajo. “En el plano laboral, el panorama es aún más difícil. Si consideramos que 62 de cada 100 jóvenes no logran ingresar a la educación superior, tenemos entonces a toda una generación que no logra desarrollar un elemento clave para la movilidad social como lo es la educación universitaria, en nivel profesional, técnico o tecnológico”.
Y termina su columna con una reflexión que bien deberían tener en cuenta todos los políticos: “Colombia tiene en su juventud a su mayor potencial. Es tiempo de repensarnos ese potencial que tienen nuestros jóvenes, para construir políticas públicas apropiadas y efectivas que reduzcan el desempleo y los riesgos que nuestras nuevas generaciones enfrentan”.
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