author
Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     May 2, 2025 - 5:01 pm

La libertad de expresión ha estado amenazada desde los albores de la civilización. Las primeras formas documentadas se pueden encontrar en Sumeria, en donde fueron desenterradas varias tablillas portátiles pulverizadas o quemadas correspondientes a un periodo de guerras (entre 4.100 y 3.300 a. de C.), una prueba de que los contendores no solo buscaban aniquilar a su enemigo, sino su cultura también. Esa conducta humana ha evolucionado hasta llegar a niveles de sofisticación como la censura. Pero también el grado de censura se ha convertido en el fiel de la balanza que indica cuándo un gobierno es más una democracia plena o un sistema totalitario ya formado o en ciernes.

(Le interesa: Libertad de prensa en Colombia: un periodista asesinado cada tres meses y medio dice todo)

Para el escritor, periodista y académico español Álex Grijelmo, “la historia de la censura no deja apenas una época sin manchar”. Por eso, es infinita la lista de pensadores que se han referido al tema y que tienen un atronador eco este sábado 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa: “En un Estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres” (Suetonio, historiador romano); “La prensa es el dedo indicador de la ruta del progreso” (Víctor Hugo, poeta y dramaturgo francés); “Si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y silenciosos, y nos pueden guiar como ovejas al matadero” (George Washington, primer presidente de EE. UU.).

Por ser una práctica inveterada, pareciera que la censura constituye un comportamiento connatural al ser humano en general, pero no lo es. La censura es inherente al ejercicio del poder. De ahí que en esta fecha la ONU recuerde a los gobiernos la necesidad de respetar su compromiso con la libertad de prensa, porque, como lo explica el profesor español José Ramírez González, “todo régimen social, sea descaradamente despótico u oficialmente democrático, desarrolla sus propias técnicas para administrar la palabra, imponer el silencio y regular las relaciones entre significantes y significados”.

De hecho, el Instituto Reuters informó que investigaciones académicas recientes sobre el periodismo latinoamericano revelan un panorama difícil marcado por amenazas a la libertad de prensa que van más allá de las dictaduras y se extienden a democracias liberales a través de tácticas de desinformación y silenciamiento. Pero los regímenes autocráticos son abiertamente más utilitaristas, como lo evidenció Vladimir Lenin, líder de la Revolución rusa y faro de dictaduras de izquierda, cuando dijo que “la prensa no debe ser solo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo de las masas”.

Los líderes nostálgicos del marxismo aplican al pie de la letra este precepto, según el cual los medios de comunicación deben estar alineados con quienes detentan el poder, cuando la esencia de la prensa libre es ser un contrapoder, no un instrumento del poder. Lo contrario tiene efectos devastadores para la democracia, y así lo explicó Joseph Pulitzer, conocido por los premios periodísticos que llevan su nombre, en una tesis opuesta a la de Lenin: “Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”.

La prensa fiscaliza, denuncia, informa con independencia para que las personas formen sus opiniones y tomen decisiones. Es fundamento e instrumento de la democracia. Por esa razón, la agencia de publicidad Portavoz, de Murcia, España, ideó y desarrolló una campaña para la Asociación Colombiana de Medios de Información (AMI, de la cual es miembro Pulzo) y, a través de esta, para asociaciones de medios latinoamericanas, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y WAN-IFRA Latinoamérica, en el marco de su compromiso con la libertad de expresión como eje esencial de cualquier sociedad democrática.

Libertad de prensa bajo asedio en Colombia

En Colombia, pese a que la libertad de expresión, información y comunicación está garantizada en el Artículo 20 de la Constitución, que establece que “toda persona puede expresar y difundir su pensamiento y opiniones, informar y recibir información veraz e imparcial, y fundar medios de comunicación”, y determina de manera taxativa que “no habrá censura”, los medios de comunicación son objeto de ataques del presidente Gustavo Petro, que, obligado a garantizar el mandato constitucional por la dignidad e investidura de la presidencia, lo desconoce.

No bien había cumplido sus dos primeros años de gobierno cuando la organización internacional Reporteros Sin Fronteras (RSF) alertó sobre “la escalada de ataques” del mandatario contra la prensa. Según RSF, el jefe de Estado llegaba al ecuador de su mandato multiplicando “sus ataques verbales contra los periodistas y contra la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip)”. Por eso, RSF manifestó su preocupación “ante las consecuencias que esto tiene para el ejercicio del periodismo en el país”. Organizaciones como Asomedios y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) también han advertido lo mismo.

La animosidad del jefe de Estado contra los medios de comunicación quedó de nuevo probada la semana pasada, cuando aseguró: “La única manera para que la prensa publique cartas es insultándome. No solo habla mal del escritor, sino de la prensa”. Se refería a la carta que difundió su propio excanciller Álvaro Leyva Durán, asegurando que el mandatario es un adicto a las drogas. Pero no fue la prensa la que publicó esa misiva, sino el exministro de Relaciones Exteriores. Esa es la manera como el presidente Petro induce a la confusión sobre los responsables de la difusión de los escándalos que lo marcan, que han estallado en su entorno, incluso familiar, y que han sido expuestos por ese mismo entorno. La prensa solo los registra.

Lee También

El rosario de agravios contra los periodistas, contados desde los más recientes hasta los que se pierden en el comienzo de su mandato, sigue con lo que dijo durante la posesión de la defensora del pueblo Iris Marín al hablar de “las periodistas del poder, las muñecas de la mafia”. Ya había arremetido contra María Jimena Duzán, a la que acusó de ejercer un “periodismo Mossad”, y poco antes sostuvo que “los grupos neonazis parecieran dominar el relato mediático”. Expresó también que tres medios puntuales le hacen la “guerra cognitiva”, o que “llegan rumores a la prensa y los vuelven noticia”, y en el primer año de su Gobierno, en Buenaventura, aseguró: “Todos los días en emisoras, en canales de televisión se nos ataca”.

Incluso en su intervención del pasado jueves primero de mayo en la Plaza de Bolívar de Bogotá, aseguró: “Hay dueños de la prensa y hay senadores y hay narcotraficantes que no se leen la Constitución”. Parafraseando a Grijelmo, se podría decir que la breve historia del Gobierno del presidente Petro no deja apenas un momento sin manchar con sus ataques a la prensa.

Después de acusar a Duzán, el presidente Petro justificó sus comentarios contra los medios de comunicación y contra la Flip: “Tengo todo el derecho humano de defenderme de la mentira y la calumnia. A veces se cree, que por ser de izquierda, puedo ser destruido ante la opinión pública con la falsedad, pues mal haría en enseñarle a la sociedad que congenio con esa práctica. Hace unas décadas se asesinaba a las personas que pensaban diferente, hoy, con otras prácticas, se hace lo mismo”, escribió en X, y se quejó de que cuando denunció la gobernanza paramilitar, “pocos, muy pocos periodistas” lo acompañaron.

Populismo y brutalización de la política

Es que la ofensa y el ultraje se han erigido en espíritu de este tiempo. Apenas la semana pasada, en un mismo día, mientras el presidente Petro le decía “mucho HP” al presidente del Senado, Efraín Cepeda, en un hecho inédito en la historia reciente de Colombia, admitiendo de antemano que empleaba esa expresión como la grosería que significa (“hijueputa”), despojándola de cualquier ambigüedad (también puede significar, entre otras, “Honorable Parlamentario”), su ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo (acusado de ser irrespetuoso cuando hay cámaras, pero cortés en privado), la usaba sin ambages en un insultante reclamo a la directora de un hospital en el Meta.

Las injurias contra la prensa y los representantes de otras ramas del poder público proferidas por una autoridad ante una audiencia van dirigidas, efectivamente, contra el objeto al que apuntan. Pero su mayor propósito es impresionar a la galería, es decir, a las audiencias cautivas que vibran y aplauden al ver a su líder muy combativo, no importa que sea vulgar, y se ven peligrosamente autorizadas a actuar de la misma forma agresiva. La retórica cargada de improperios y que apela a las emociones (al ‘pathos’) es solo otra de esas especies que forman la hojarasca del populismo, mucho más espesa cuando se acumula al lado de unas elecciones.

A la sombra de ese follaje residual, insustancial pero peligroso, crece solapada como yerba mala lo que se ha dado en llamar la brutalización de la política, un concepto originado en la obra ‘Soldados caídos’ del historiador alemán George L. Mosse, especializado en el fascismo europeo y la Alemania nazi, y desarrollado después por el historiador español Fernando del Rey Reguillo, que lo aplicó al contexto de la Segunda República Española. Pero sus planteamientos a la luz de la realidad colombiana resultan sobrecogedores. Entre la hojarasca del populismo y la yerba mala de la política brutalizada se debate la libertad de prensa.

Del Rey Reguillo caracteriza la brutalización de la política, entre otras cosas, por “los cambios y radicalización del lenguaje político, el recurso cotidiano a las armas, la banalización de la guerra, el gusto por la estética y los rituales de corte paramilitar, el culto a la violencia y a los mártires del propio ideal, así como la simbología preñada de agresividad […]”, que reflejan “a la perfección el nuevo mundo escindido entre amigos y enemigos, un ellos y un nosotros [por ejemplo, el binomio pueblo vs. oligarquía, al que tanto apela el mandatario como expresión de la lucha de clases que anima] por completo antagónicos en medio de los cuales el respeto a las reglas del juego democrático, la preservación de los derechos individuales, los hábitos transaccionales y la tolerancia” son marginados.

Si se pasa por un cedazo el trino del presidente Petro de hace exactamente ocho días (26 de abril) —fecha en que se conmemora el asesinato del comandante del M-19 Carlos Pizarro— para separar las partes sutiles de las gruesas, quedan bien definidas las que sirven de ejemplo a los conceptos teóricos del historiador español, como estas expresiones: “Envío este mensaje al comandante, esté donde esté”; “Comandante, […] estamos cerca y te informo”, “[El pueblo] tiene en su corazón a Bolívar y a su espada, y la espada de Bolívar esta [sic] con nosotros, la tenemos comandante”; “Ya sabe el pueblo que es él, el gran comandante”; “La Gran Colombia se está liberando, estamos cumpliendo comandante”.

Las nociones de Del Rey Reguillo continúan concretándose en otras líneas del mensaje del jefe de Estado como “He sabido sobrevivir, no se como [sic], y que sigo en la trinchera vivo y, que solo salgo de ahí, sin fusiles y sin armas como tú, muy libre, a abrazarme con el pueblo”; “Como decía el brillante Jaime Bateman [fundador y primer jefe del M-19]”; “Pude llevar tu sombrero que usabas, al consejo de ministros y lo hice patrimonio nacional”; “Siente que aun aquí, seguimos resistiendo hermano”; “Los oficiales de Bolívar seguimos combatiendo y gritamos, rompan filas, la hora ha llegado”.

La lenta muerte de la democracia… ¿y de la prensa?

La brutalización de la política también fue centro de atención, en junio de 2024, durante el Foro Atlántico que organiza cada año la Fundación Internacional para la Libertad, fundada y presidida por el recién fallecido Mario Vargas Llosa —una de cuyas divisas fue que “si hay libertad de expresión, hay democracia”—. Allí, Mauricio Rojas, exministro de cultura de Chile y hoy diputado liberal en el Parlamento sueco, evocó los ideales del nobel desaparecido y, lo mismo que Del Rey Reguillo, pintó un paisaje sombrío como si estuviera mirando a Colombia.

“El liberalismo es […] una cultura, una forma de civilización profundamente opuesta a todo autoritarismo y a ese brutalismo político que hoy lamentablemente tiende a imperar, donde el insulto y la denostación del adversario, también de los amigos díscolos o críticos, pretenden incluso vestirse con ropaje liberal”, dijo Rojas en el panel en el que participó. “No es baladí recordar que la democracia suele morir lentamente. Aun cuando su final sea abrupto, casi siempre lo precede un largo proceso de deterioro de la amistad cívica y del sentido de comunidad”.

La muerte de la democracia suele empezar “de una manera subrepticia con hechos y no menos con actitudes que, a primera vista, puede parecer una nimiedad, pero que al tolerarse o incluso aplaudirse terminan por desencadenar una espiral de transgresiones al respeto cívico que normaliza el uso de la violencia”, describió Rojas, y después dijo cómo es ese proceso: primero es la violencia verbal y luego la física, lo que “conduce a la pérdida de todo sentimiento de comunidad, convirtiendo al país […] en un campo de batalla donde el deceso final del orden liberal y de la democracia solo es una cuestión de tiempo”.

Para cerrar su intervención, Rojas llegó a una lapidaria conclusión, de esas que se pueden considerar universales pues valen para cualquier época de la historia, incluso los tiempos de la remota Sumeria, cuando los vencedores de las guerras, que terminaban ejerciendo el poder, buscaban aniquilar también la cultura de los derrotados destruyendo sus tablillas, esos primigenios ejemplares que después tendrían a manera de descendencia derivaciones como la prensa, cuyos enemigos son perennes y porfiados: “[…] Cuando ganan los brutos, ya sean estos de izquierda o de derecha, perdemos todos los que amamos las ideas de la libertad”.

* Pulzo.com se escribe con Z

Lee todas las noticias de nación hoy aquí.