Juan David Osorio estudió medicina y lleva 20 años ejerciéndola, su especialidad son los pacientes con enfermedades crónicas o terminales (cáncer, demencia, insuficiencia renal, VIH), sin embargo, nunca ha procurado extender la vida de sus pacientes. Tampoco busca acortarla. Su trabajo consiste en que los enfermos puedan descansar sin dolor cuando les queda poco tiempo.

Osorio ayuda a cumplir el que es tal vez el sueño más común del ser humano: morir mientras se duerme. Si bien en la ciudad y en el país hay más médicos paliativistas, él es el único que lo hace a domicilio. No trabaja para ninguna clínica ni EPS. Es el freelancer del buen morir. El Rappi de la morfina y el Dormicum.

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Por eso se ha ganado cierta fama en las familias de Medellín, en especial en las católicas donde suelen estar en contra de la eutanasia, por ayudar a que los enfermos que están sufriendo lo indecible se queden dormidos. No practica eutanasias, pues su corriente médica, los cuidados paliativos, tiene una posición en contra de acelerar el proceso de la muerte. Sin embargo, casi nunca ve a uno de sus pacientes más de una vez.

—A mi me pasa como en las tiendas, tengo una alta rotación de producto. A mi me llaman al final, entonces yo veo a un paciente una vez, si logro verlo la segunda vez es mucho decir, pero tres o cuatro veces, tal vez los que tienen demencia, los pacientes con cáncer es muy poco probable que yo los vuelva a ver.

—¿Entonces te despedís de ellos de una vez?

— Es que nosotros deberíamos despedirnos de todos hoy; es que la noche es una muerte pequeña y te invita a prepararte para la gran muerte, entonces en teoría al llegar la noche deberías intentar hacer una evaluación, a ver si estás en paz con lo que has hecho.

Según sus cuentas, ha ayudado a morir sin dolor a casi 16.000 personas en las últimas dos décadas. En promedio atiende a 60 pacientes al mes, de quiénes se despide con la certeza de que nos los volverá a ver. Son cuatro consultas al día: a las 8 de la mañana, a las 10, a las 12 y a las 2. El Doctor Sueño es un hombre de familia. Lleva a sus hijos al colegio en la mañana y en la tarde les ayuda a hacer las tareas.

A las citas llega en su carro, un Nissan March gris forrado de un papel morado que es el distintivo de su marca: “Cuidados al final de la vida”. La bata casi siempre también es morada, como de odontólogo o veterinario. Cada consulta dura máximo una hora y media. Son consultas colectivas, con el paciente y toda su familia. No tiene reloj. En la mano derecha lleva enrollada una Japa Mala negra.

Para hablar del proceso de la muerte usa metáforas con animales. Cuando niño Osorio quería ser veterinario. Dice que la muerte toma cuatro pasos: en el primero los enfermos se aíslan, en el segundo se postran en una cama, luego dejan de comer y finalmente de beber. A él generalmente lo llaman en el tercer o en el cuarto paso. Entonces tiene que convencer a la familia de que tienen que dejar de darle comida al enfermo si no quiere, que dejen de despertarlo, que lo dejen dormir. Que lo dejen morir.

—Nosotros no nos morimos porque no comemos. Dejamos de comer para que el cuerpo se pueda morir. Es una condición normal y natural que hemos desnaturalizado desde el tema médico, porque infortunadamente nosotros no nos formamos en muerte, nos formamos en vida, pero desvinculamos la muerte como la contracara de la moneda de la vida.

Empieza sus consultas con dos preguntas: “¿Qué te preocupa? ¿Qué te da temor?”. Luego escucha sus angustias, los confronta, les da calma, los hipnotiza. Al final les pregunta: “¿Querés que te durmamos?”.

—Nadie se muere ni con poco ni con mucho tiempo, se muere con lo suficiente. La vida no nos alcanza para hacer todo lo que queremos, pero nos da el tiempo suficiente para estar satisfechos con lo que logremos. Para eso está el hoy.

Luego de aplicar el medicamento, que casi siempre es morfina y que cuesta 3.000 pesos, Osorio les da a las familias las instrucciones para que sean ellos quienes sigan haciéndolo en las horas o los días siguientes hasta que dejan de respirar. Les da las órdenes para que reclamen las drogas, les dice cuánto y cuándo ponerla. Luego, les hace el certificado de defunción.

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Es un martes cualquiera y el Doctor Sueño espera en un café. Son las 8 de la mañana y hace frío. Llovió toda la noche. Mientras espera, escribe historias clínicas y hace certificados de defunción en un teclado inalámbrico y diminuto que tiene conectado a su celular que está apoyado sobre un trípode al lado de la mesa. Se toma una aromática. Está a dieta. El Doctor Sueño tiene 44 años y las manos y los brazos peludos, las cejas muy tupidas, la barba canosa de tres días que empata con una calvicie que no se resigna. Mide poco más de 1.70.

Al Doctor Sueño le dicen el Doctor Muerte, y por eso parecía difícil encontrarlo, porque para algunos su trabajo parece clandestino, sigiloso. Pero da entrevistas y tiene redes sociales. En Instagram tiene casi 10.000 seguidores y más de 700 publicaciones, casi todas en video, donde cuenta historias de sus pacientes, donde invita a pensar en la muerte, donde se vende un poco.

—¿Sabés que en la calle te dicen el Doctor Muerte?

—En los últimos 20 años me han puesto las chapas que querás, me dicen La pelona, La huesos, El cuervo, La parca, La guadaña. Lo que pasa es que nosotros culturalmente asociamos el acompañamiento de fin de vida con la eutanasia.

Osorio habla rápido y se ríe duro, siempre en cuatro tiempos. Recita cuentos sobre monjes y maestros orientales de memoria. De pronto llama al mesero y le recrimina porque en la mesa de al lado hay alguien fumando, le pide que lo pase para otra más lejos.

—¿Te molesta?

—No tengo problema con los que fuman, me parece maravilloso. Ellos son los que le dan trabajo a uno. ¿Qué sería del fumador si no se enferma de cáncer?

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Por cada consulta cobra 250.000 pesos, pero el Doctor Sueño no tiene lujos. Vive en un apartamento pequeño y angosto. Entrando a la izquierda está la cocina. Al frente, un comedor, un sofá pelado por culpa de Cookie, su perro, y también hay dos sillas. Hay tres niños y dos matas: un balazo que está agonizando y una penca en condiciones similares en el balcón. En la mesita de la sala hay tres catrinas, una que siempre está ahí y otras dos que su esposa sacó de su habitación ese día para ambientar la conversación. La biblioteca es un rincón pequeño lleno de libros. En la segunda fila están La soledad de los moribundos, El Cadáver, El duelo en los niños, Psicología del sufrimiento y de la muerte.

Además de leer sobre la muerte al Doctor le gusta bordar en punto de cruz. Por toda la casa hay cuadros pequeños de casas y castillos bordados por él. Con la misma técnica borda separadores de libros con personajes de Plaza Sésamo: Archibaldo, Beto, Enrique. También tiene uno de Krusty y otro de Johnny Bravo. Los demás cuadros de la casa los pintó su hijo pequeño, de seis.

Osorio no baila, no sale con los amigos, no juega fútbol, no ve noticias ni escucha radio, pero le enseña a su hijo pequeño a hacerle un nudo a la cometa que va a volar con su mamá mientras atiende la entrevista. En su casa habla poco de su trabajo. Cuando cuenta historias de sus pacientes es porque seguramente las va a publicar en redes sociales, entonces prefiere que se enteren antes. A su esposa se le aguan los ojos. Él se ríe a carcajadas.

El Doctor Sueño cree que la muerte no existe.

—Cuando llegamos al día de la vida, en la mañana del día de la vida, nos ponemos este traje que es el cuerpo. Cuando sucede la noche del día de la vida, en esa noche te retiras el traje, pero el que está antes del día estaba, el que estaba durante el día está y el que queda después del día de la vida sigue estando. La energía no se cambia, sigue siendo energía.

Cuando cuenta las historias que lo han marcado en estos 30 años, Osorio habla de pacientes que visitó a principios de siglo cuando apenas empezaba su carrera como médico domiciliario de Sura. Habla de una pareja de campesinos muy pobres que se querían mucho y de un señor que sufrió hasta el final por el miedo a las agujas. Dice que lo conmueven los niños que padecen enfermedades terminales, pero nunca se le quiebra la voz. No hay suspiros, no hay quejidos, no hay lágrimas ni un asomo de nostalgia y de tristeza. El Doctor Sueño parece no pensar mucho en sus pacientes después de que los deja. Las familias de los enfermos, en cambio, quedan eternamente agradecidas con él.

— ¿Cómo te gustaría morirte?

— Siendo consciente y consecuente de lo que pienso. Que no le temo a la muerte, que no tengo problema con procesos naturales, que no alargaría el proceso, que si tengo una enfermedad crónica y terminal no la trataría. Porque desde luego hace… — El hijo mayor, que tiene 15 y lleva un rato largo en el comedor escuchando la entrevista, interrumpe.

—Pa, ¿por qué no le contás el cuento de las cenizas?

— Ah, ¿el del Mar Muerto? Imaginate que una vez un señor dijo que quería conocer el Mar Muerto y cuando se murió lo tiraron al mar.