La idea no es descabellada. Constituye un aporte no solo para masificar el conocimiento de la meteorología, que aún resulta exótico en Colombia, sino para construir una herramienta educativa y, quizá lo más importante, aportar a la expansión de la conciencia sobre el cambio climático.

“Eso ocurrirá en la medida en que las personas no solo vean el paisaje como paisaje, sino que lo asuman como una parte de su vida”, dice Juan Antonio Aragón, un ingeniero ambiental con maestría en meteorología, que se dedica a observar de cualquier espacio natural la parte que quizá es menos tenida en cuenta: las nubes.

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Los seres humanos, cuando salen al campo, se fijan en la vegetación, los animales, los accidentes geográficos como montañas y ríos, y en las mismas intervenciones humanas (obras de infraestructura) que modifican los paisajes. Pero nunca, o muy pocas veces, tienen en cuenta las nubes, que, por lo general, hacen parte del trasfondo que finalmente es el que completa y da sentido cualquier panorámica abierta.

Aragón, que trabajó en el Ideam como meteorólogo pronosticador y es profesor universitario en áreas de meteorología y climatología, se fija en ese trasfondo que no es otra cosa que la atmósfera de la Tierra. “Si la gente lograra apropiarse y conocer todos los fenómenos meteorológicos, incluidas las nubes, podría anticipar el tiempo e, incluso, tener un mayor dominio del cambio climático”, es su consigna.

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“Yo puedo ver la nube, y todos los días hay una. Pero si yo entiendo que su forma más alargada o más redondeada me está diciendo: más lluvias o más viento, más temperatura, pues eso me va a permitir anticiparlo. Hay que aprender a leer las nubes”, asegura, y con base en esas ideas creó la página en Instagram colombianclouds, en la que publica no solo las fotos que él toma, sino las de sus múltiples seguidores que aportan hermosos retazos de cielo de diferentes partes del país.

Esa página es el primer paso de un proyecto más ambicioso. Es el borrador de una guía participativa que ya le propuso a la Red Nacional de Jóvenes de Ambiente, que tienen sedes en varios sitios. La idea inicial es que los miembros de esa red, y estudiantes vinculados de alguna manera a ella, tomen fotos de nubes en sus lugares y, con el grupo de investigación o con estudiantes que tengan capacitación, clasificarlas por su tipología (altura y forma, básicamente) y tratar de relacionarlo con la climatología de las zonas respectivas.

“En el caso de colombianclouds, lo que yo quiero es masificar el conocimiento. Es decir, que toda la gente del común pueda ver una nube en el país y la pueda identificar. Si las podemos conocer e identificar, nos podemos empoderar”, dice Aragón al respecto. Pero el propósito, si bien, como muchas cosas en la vida, tuvo un origen romántico, puede llegar a fines muy serios en el ámbito académico y científico.

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Observar las nubes es “una manera de disfrute y de contemplación de la belleza, como quien observa pájaros”, compara este ingeniero que ya tiene varias publicaciones sobre índices de cambio climático, precipitaciones, temperatura, viento, y un análisis —con dos de sus estudiantes— de material particulado. “El arte y la ciencia siempre han estado afines. Las nubes son un elemento bastante poético, romántico, y han inspirado obras, canciones, pinturas”, dice, sin dejar de lado la otra cara de la moneda: “Lo primero que hace un científico es observar, observar un fenómeno”.

Su inquietud académica deriva del hecho de que hay libros de meteorología, pero varios son “eurocentrizados”, con imágenes y conceptos que son para ese lado del mundo. “No hacen parte de nuestra realidad”, advierte Aragón.

“Los primeros documentos sobre nubes datan de 1802. La clasificación que nosotros seguimos es la que propuso el británico Luke Howard, que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) adoptó y se llama ‘Guía de observación de nubes y otros meteoros’”, explica, y recuerda que “no hay un texto colombiano de clasificación de nubes, y el Ideam sigue el mandatorio OMM, que es la guía de identificación de nubes”.

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A esto se suma el hecho de que no hay muchos meteorólogos en Colombia (si en 2017 había 30, hoy no superarían los 50, y todos están muy ocupados), la meteorología no es una disciplina muy estudiada y no hay muchas herramientas de clase disponibles. En el país no hay meteorología en carrera de pregrado, sino solo en maestría en la Universidad Nacional, pero abre una sola vez al año para 5 cupos.

“La meteorología busca poner al servicio un conocimiento necesario para la humanidad”, asegura Aragón. “Sirve para tomar decisiones, por ejemplo, aeronáuticas, de abastecimiento alimentario, de transporte o medicina… Con más meteorólogos se puede hacer una mayor prevención del riesgo. Un meteorólogo en compañía de un hidrólogo y un geólogo pueden elaborar sistemas de alertas tempranas para un municipio; también puede contribuir en la tecnificación del campo y hacer más rentable el abastecimiento alimentario”.

En medio de los nubarrones que se ciernen sobre el mundo como consecuencia del inatajable coronavirus, la invitación de Aragón hace pensar que sí vale la pena andar un poco por las nubes.

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