Niños heridos, familias separadas, casas averiadas, carreteras inundadas, puentes caídos son algunas de las consecuencias que ha dejado el invierno más intenso de la historia reciente de Colombia. Estos son los relatos de cuatro familias damnificadas de La Guajira y el Chocó.

El domingo pasado la quebrada ‘Cañada Onda’, en la vía que comunica el pueblo de la memoria histórica con la vereda El Porvenir de El Carmen de Atrato, se desbordó una vez más. Cada vez que esto pasa, Lina Muñoz, su esposo y sus tres hijos, quedan atrapados en su casa. La fuerza del caudal de agua, y las avalanchas de tierra que produjo a su paso, impidieron que Lina dejara de visitar durante casi siete días a Maria Belarmina, que vive sola al otro lado de la quebrada. Lina es la hija única de Maria Belarmina, quien tiene 65 años y necesita ayuda para salir comprar comida y medicamentos por la artritis que la aqueja.

La historia de Lina y Maria Belarmina es solo una más de las que ha dejado el invierno más intenso de los últimos cuarenta años. Las lluvias que ya completan varias semanas han dejado más de cuatro mil viviendas destruidas y otras 69 953 casas averiadas. A esto se le suma, según la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd), afectaciones en 2 110 carreteras, 233 puentes vehiculares,111 puentes peatonales, 305 acueductos, 84 alcantarillados, 19 centros de salud, 235 centros educativos y 46 centros comunitarios de todo el país.

El fenómeno climático es más grave que otros periodos de lluvias vividos en años anteriores porque no solo está lloviendo durante más días sino durante más tiempo. Según explicó Javier Pava, director de la Ungrd en una entrevista publicada la semana pasada en el diario El País, en dos horas puede caer el agua que pudo haber caído durante todo el año.

Esto llevó a que el presidente Gustavo Petro declarara situación de desastre nacional el pasado 28 de octubre. Además, en 289 municipios en 26 departamentos se declaró la calamidad pública, lo que significa que ya no tienen capacidad para atender la emergencia y necesitan apoyo nacional. Para esto, el gobierno aseguró una primera inversión de 2.1 billones de pesos para atender “lo urgente”: garantizar comida, salud y alojamiento para las personas afectadas.

(Vea también: Hambre y vivienda: las prioridades que debe tener el Gobierno para atender la ola invernal)

La red de periodistas locales de Consonante reunió cuatro historias de familias afectadas por las fuertes lluvias del Chocó y La Guajira.

Estefany González está sin techo desde hace casi un mes

La noche del 25 de octubre marcó la vida reciente de Estefany González y su familia. Pasadas las cuatro y media de la mañana, durante un aguacero que no daba tregua, escucharon un ruido que los despertó de un golpe. Lo siguiente que se escuchó fue el llanto de Michael José, su hijo de un año. Cuando fueron a revisar, el bebé había recibido el impacto de una de las láminas de Eternit de la vivienda. Después de una carrera al hospital, Michael recibió cuatro puntos en la parte izquierda de su frente.

La casa de Estefany quedó sin techo. La lluvia, que no para desde hace varias semanas, hizo que se pudrieran los palos que sostienen las láminas, la madera cediera y el techo terminara en el piso. “Primera vez que vivo una situación de estas, nunca me había tocado algo así, pero es que este año ha caído más agua”, dice. Aún no ha podido reconstruir la casa, por la que paga cien mil pesos mensuales de arriendo en el barrio Las Tunas, en San Juan del Cesar.

Estefany, de 25 años, es madre cabeza de hogar. Trabaja haciendo limpiezas en las casas de familia del centro de San Juan y, al mes, gana en promedio 200 mil pesos. En la casa vive con su esposo, su hijo mayor Clayver David, de 4 años, y el pequeño Michael. Además, de vez en cuando recibe a su papá que tiene 52 años. La noche del aguacero también perdió unas colchonetas, una hamaca y otros enseres que tenía guardados. La única ayuda que ha recibido es de su familia, que le dio algunas láminas de Eternit.

Mientras tanto, las lluvias en San Juan del Cesar no cesan. Tanto, que el Comité Local para la Atención de Riesgo de Desastres (CMGRD), concedió facultades al alcalde Álvaro Díaz Guerra para que declarara la calamidad pública el pasado 8 de noviembre. En el municipio la lluvia ha inundado cultivos, destechado varias viviendas del casco urbano, causado la muerte de varios animales y dejado sin agua a los corregimientos de Corralejas, Cañaverales, Los Pozos y El Tablazo. Además, la crecida del arroyo ‘Palo quemao’, en la serranía del Perijá, mantuvo incomunicado a los habitantes del municipio con el corregimiento de Corralejas durante varios días.

Yennys Fonseca perdió la cuenta de las veces en las que se la ha inundado la casa

Yennis Fonseca nació en el Magdalena pero vive hace 21 años en el barrio De La Cruz, en el corregimiento de Conejo a 30 minutos de Fonseca. Vive con su hija, de 16 años, su otra hija de nueve, y sus dos nietos: una niña de ocho años y un bebé de cinco meses. Todos viven en una casa construida con barro y plástico que está rodeada de lotes enmontados. Cada año, cuando las lluvias arrecian, la humedad se filtra y los hongos terminan cubriendo las paredes. A Yennis le toca tener a la mano varsol para matar las sanguijuelas que llegan por la humedad, la misma que según cuenta, enfermó a su nieto hace un par de días.

Bajo sus pies está la tierra húmeda, porque su casa no tiene piso. Esta semana, cuando el piso se convirtió en barro, tuvieron que alzar todo para que no se les dañaran sus cosas. Hace unos meses perdieron el comedor, la cama del bebé y una mesa nueva que le habían regalado porque estaban hechos de madera triplex, y se dañaron por estar expuestas al agua.

Para evitar que el agua siga entrando a su casa, Yennis rellenó de tierra la entrada de la casa y puso piedras y escombros. Lo que no ha logrado es detener a los zancudos y mitigar el frío.

Lo que más le preocupa es que con tantos problemas en su casa ha perdido días de trabajo. Yennis trabaja haciendo aseo en diferentes casas del casco urbano. Con los 150 000 que logra reunir debe sostener a los seis integrantes de su familia. A veces no le alcanza y le toca pedir dinero prestado o esperar a que alguien le regale una yuca o un plátano. “Lo único que falta para que la Alcaldía me ayude es que se me caiga la casa encima”, dice preocupada. En una de esas tantas inundaciones se comprometieron a ayudarla, pero aún sigue esperando.

Hasta ahora, la alcaldía de Fonseca junto al Consejo Municipal de Gestión del Riesgo de Desastres, lanzó un plan de acción específico en el que se incluye la construcción de un muro de contención en concreto reforzado en el Corregimiento de Sitio Nuevo, la rehabilitación y aislamiento de tierras mediantes reforestación como medida para mitigación de afectaciones generadas por el cambio climático, la ejecución de obras de dragado mecánico sobre el cauce del arroyo en el corregimiento de Sitio Nuevo, el mantenimiento del sistema de alcantarillado del Corregimiento de Conejo, el control de inundaciones mediante la construcción de obras de mitigación en el canal del Zaino, la construcción de un sistema de contención para mitigar el impacto generado por el desbordamiento de arroyos en el municipio y la entrega de ayudas humanitarias (colchones, frazadas, enseres ETC.) y de trabajos (machetes, rulas, picos, sacos, etc.). Sin embargo, las ayudas se demoran en llegar y la lluvia no para.

Lina Muñoz está atrapada en su casa hace una semana

El domingo la quebrada ‘Cañada Onda’, en la vía que comunica el pueblo de la memoria histórica con la vereda El Porvenir -en El Carmen de Atrato, Chocó- se desbordó. Lina, su esposo y sus tres hijos, quedaron incomunicados con el resto del municipio, cómo pasa en cada temporada de lluvias. Su casa queda a un kilómetro de la quebrada que cuando crece, se lleva todo por delante. Cuando esto pasa, la carretera queda tapada por piedras, ramas, y toda clase de material que termina arrastrando el río. Desde que las lluvias han aumentado, como a Lina, 103 familias que transitan a diario por ahí, han quedado incomunicadas.

Siempre que llega la temporada de lluvias, que suele ser de abril a mayo y de octubre a diciembre, en esa carretera pasa lo mismo. Lo que más le preocupa a Lina es que se queda sin poder visitar a su mamá, que vive al otro lado de la quebrada. A pesar del peligro, Lina se arriesga a visitarla porque no tiene otra opción. Se pone las botas pantaneras y empieza a caminar rápido a medida que se acerca a la quebrada. No sabe en qué momento se puede generar otro derrumbe.

El caudal se lleva todo por delante y en ocasiones ha dejado sin agua a todos los habitantes. En el Pueblo de la Memoria Histórica no hay acueducto ni alcantarillado. Para tener agua, Lina y sus otros vecinos tienen una suerte de acueducto comunitario: una manguera que está conectada a lo que ellos llaman bocatoma en la parte de arriba de la quebrada. La manguera, que mide 400 metros de largo, conduce el agua hasta un tanque de depósito que termina abasteciendo a 170 familias. Cuando llueve, el río arrastra arena y otros materiales a la bocatoma, por lo que el agua deja de ser apta para el consumo humano. Algunas veces, la cantidad de agua es tanta que el tubo se termina rompiendo, y, en el peor de los casos, arrasa con toda la estructura.

Lina tiene 29 años y se dedica a cultivar café, plátano y a cuidar a sus tres hijos de seis, ocho y nueve años. Cuando la lluvia es tan fuerte, Lina prefiere evitar que los niños asistan a clases, como ha sucedido en los últimos días. En el mejor de los casos, Lina se tiene que quedar con ellos en la casa de un familiar en la vereda El Siete para que alcancen a llegar. Su familia, al igual que otras 170 del Pueblo de la Memoria Histórica, piden a la alcaldía que arreglen la vía con placa-huella para que caminar por esta carretera en época de lluvia deje de ser un peligro.

La Alcaldía, por su parte, reconoce que las grietas que se presentan en las montañas cercanas a la carretera son especialmente riesgosas en época de lluvias. Se pueden presentar deslizamientos de tierra y avalanchas. Según la administración municipal, están tratando de generar estrategias y medidas para mitigar posibles tragedias. Además hicieron un llamado a la comunidad aledaña a la quebrada, a ser muy prudentes y estar alertas.

La casa de Luz Mary Zapata quedó llena de tierra

Los habitantes del barrio La Hélice, en la vereda Habita de El Carmen de Atrato dicen que la casa de Luz Mary Zapata no quedó sepultada bajo tierra por un milagro. El alud de tierra que bajó por la ladera durante la lluviosa mañana del domingo 6 de noviembre casi acaba con su casa y la de varios de sus vecinos. “Sentí que bajó algo y no sabía para donde correr. No sabía cuánta tierra más iba a caer”, cuenta Luz Mary.

Pero el derrumbe no ha sido la única consecuencia de las fuertes lluvias que han enfrentado los habitantes de este sector. También han perdido sus cultivos de café. Muchos afirman que la obra de pavimentación que hizo hace poco más de un mes el consorcio Latinco empeoró la situación. “Cuando pavimentaron la vía no hicieron el bordillo que debe haber al lado de la carretera, una cuneta para que recoja el agua, con tanta lluvia el agua corre y me ha dañado el cultivo de café”, afirma Luz Mary, quien ya envió un reporte de los daños a la empresa.

La casa de Luz Mary queda a dos kilómetros de El Siete, en la vía Quibdó-Medellín. La suya es la primera de las 100 viviendas de la vereda. Luz Mary, que vive allí con sus cuatro hijos desde hace más de 20 años, cuenta que nunca había visto “caer tanta agua” y que jamás había tenido que afrontar en carne propia los problemas del invierno. Sin embargo, esta semana se dio cuenta que en un documento de la alcaldía su vivienda, junto a otras tres del sector, fueron declaradas de alto riesgo. Aunque nadie le ha dicho que debe desocupar la casa, se siente vulnerable. Al final del día, cuando la lluvia no para, no sabe qué le preocupa más: que vuelva a caer otro derrumbe, o tener que buscar a dónde ir.