En límites de Medellín y Bello, unas cuadras arriba de la estación Santo Domingo Savio del Metrocable, algunos hablan en voz baja, con cautela, sobre una preocupación de muchos habitantes: en medio de la realidad de pobreza y evidentes necesidades que viven, relatan que es frecuente presenciar peleas y agresiones en las calles del sector, algunas de las cuales han llegado, incluso, a ser con machete y piedras. La denuncia la hicieron vecinos que coincidieron en que muchas veces se dan durante o después de estruendosas fiestas.

Esa zona comprende sectores de la comuna 1, Popular, de Medellín, y otros como El Pinar y Granizal, de Bello. Los relatos de algunos residentes dan cuenta de que estos hechos están cargados de intolerancia entre grupos, la mayoría de jóvenes, que se declaran enemistades y no pueden verse ni en pintura.

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“Es muy común que pase. Este pedacito es como un punto fronterizo, y es donde queda el colegio. Los estudiantes han sido testigos de estos enfrentamientos”, dijo una persona de la zona, quien pidió reservar su identidad, como todos los que hablaron para este artículo en un recorrido hecho por EL COLOMBIANO.

Dicen que las peleas a veces son ganadas de tiempo atrás y que van escalando, desde insultos hasta golpes y agresiones que han terminado en lesiones con arma blanca y hasta en muertes.

“En este sector del colegio hemos tenido como cuatro muertos en un año”, dijo otro habitante de la zona.

Otro habitante de esa zona dijo que el ambiente de intolerancia que sienten se da a la par de la presencia y el control territorial que aún ejercen grupos armados organizados.

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La preocupación de muchos ciudadanos es mayor porque en Santo Domingo Savio, bajo el liderazgo de los líderes sociales y comunitarios, nació la idea de que la comuna 1, Popular y otros barrios del sector, incluidos los de Bello, sean un laboratorio de la paz total.

Esta es una apuesta que comenzó hace mucho con acciones pequeñas, pero contundentes como levantar huertas comunitarias, promover el reciclaje desde los más pequeños, abrir comedores comunitarios y transformar espacios públicos que antes eran plazas de vicio en un lugar para la cultura, la lectura y el encuentro de niños, niñas, jóvenes y adultos. En esos sectores, de ambos municipios, abundan las iniciativas sociales y de derechos humanos.

“Muchos de esos jóvenes involucrados en esas situaciones no tienen un propósito claro, algunos trabajan o estudian, pero otros no se dedican a ninguna actividad productiva”, señaló un hombre del sector. Por eso, la comunidad clama por un trabajo más fuerte de todas las instituciones para mitigar los hechos denunciados y que no sigan escalando.