Este sábado, después de las masacres ocurridas en Cali, Samaniego (Nariño) y Arauca, el presidente Iván Duque y el ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo empezaron a utilizar el término, que para muchos resulta un eufemismo.

“Muchas personas han dicho: ‘Volvieron las masacres, volvieron las masacres’. Primero, hablemos del nombre preciso: homicidios colectivos. Y, tristemente, hay que aceptarlo como país. No es que volvieron, es que no se han ido tristemente estos hechos de homicidios colectivos”, dijo Duque en Pasto.

Iván Duque

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Mientras, Trujillo informó que “debido a los hechos ocurridos en los últimos días en el país, se creó la Unidad especial para identificación, ubicación y judicialización de perpetradores de homicidios colectivos, que tendrá despliegue y cobertura a nivel nacional y será integrada por Policía, Fuerzas Militares y Fiscalía”.

En otra arista de la respuesta institucional a la grave situación, Duque apeló a comparar el número de masacres que se han cometido en su administración con las que ocurrieron en el gobierno de Juan Manuel Santos.

Para Gustavo Gómez, director del informativo ‘6AM Hoy por hoy’ de Caracol Radio, el hecho de que para Duque esas masacres sean producto de la misma violencia de siempre, auspiciada por el narcotráfico, es “un parte de tranquilidad que a todos nos intranquiliza”, porque aun en el escenario de que tenga completa razón el señor presidente, “esperamos de las autoridades algo más que evaluaciones”.

“El Gobierno pasa ya de dos años, y cuando el presidente se ampara en unos porcentajes, en unas cifras, en unas tablas de comparación desmedidas en relación con los años de gobierno del presidente Santos, pues quedamos todos en la franja lunática, como dicen: perdidos, desconcertados, mucho más cuando la estrategia es el eufemismo, comenzando a darles cierta decoración a las masacres, llamándolas oficialmente ‘homicidios colectivos’”, agrega Gómez.

“La violencia es la violencia. La muerte es la muerte. El delito es el delito, más allá de que quiera suavizárselo con el uso del idioma”, opino Gómez este lunes en su editorial. “A la gente que está en las regiones no le va a salvar la vida el diccionario. A los colombianos que están lejos de la seguridad de las capitales no les ayuda para nada el sinónimo, en la tarea de conservar su vida y la de sus familias. Diccionario y retrovisor no protegen a la gente, y eso es lo que se exige del Gobierno, que para eso está”.

“Tan escabroso como quienes están asesinando jóvenes, […] es la respuesta del Gobierno contando en gráficos […] como si fuera una competencia de números sin rostro ni familia”, critica, por su parte, Diana Calderón en El País, de España. “Esto solo muestra que, en lugar de buscar salidas, la preocupación es defenderse. ¿Quién organiza esos cuadros? El ministro de Defensa, […], tan acostumbrado a la política de tantos Gobiernos que han escondido las masacres tras sus distintas narrativas una y otra vez. No se equivoque. Esto está pasando en este Gobierno y ponerle el nombre de homicidios colectivos no cambia la gravedad de los hechos”.

Calderón cita las cuentas de la ONU, según las cuales, en lo corrido de este año, van 33 masacres en el país, aunque los datos de Colombia 2020 de El Espectador señalan que en siete meses y medio llevamos 43 masacres. “Ya están contadas y es una vergüenza”, asegura Calderón. “Los embajadores de Francia y Alemania se han pronunciado con preocupación, los medios del mundo relatan los hechos como lo ha hecho El País y The Guardian, que incluso califica de ‘estado de anarquía’ la situación del suroeste colombiano”.

Plaza principal de Venecia, Antioquia / Imagen de referencia de un asesinato.

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Es un gran costo político y de opinión, ante el cual, según Gabriel Silva Luján, en El Tiempo, el Gobierno “ha optado por la salida fácil de lavarse las manos […], en vez de asumir la responsabilidad y el liderazgo para enfrentar el fenómeno”.

Para Silva Luján, “ahora Duque y los líderes de su partido quieren echarles la culpa a otros”, y la primera señal de que “están dedicados a escurrir el bulto es tratar de negar que estamos ante un fenómeno de masacres de civiles con motivaciones políticas, además de criminales, combinado con el asesinato sistemático de líderes sociales y de partícipes del proceso de paz”.

“Del Presidente para abajo se usan eufemismos y camuflajes, como el de que son ‘homicidios colectivos’, casi accidentes, ocurrencias desafortunadas, ajustes de cuentas, guerras de bandas, y que los muchachos estaban en el ‘lugar equivocado’ o ‘quién sabe en qué andaban’”, reprocha este columnista. “Se equivoca el Gobierno si cree que a punta de minimizar la naturaleza sistemática de lo que está ocurriendo va a lograr convencer a la opinión pública”.

En el comienzo de su columna, también en El Tiempo, Yolanda Reyes escribe: “Niños masacrados en unos cañaduzales o en el camino hacia la escuela. Jóvenes masacrados en un asado. Indígenas y líderes repetidamente masacrados frente a la impotencia, por no decir la indiferencia (y muchas veces también la connivencia) nacional”, y destaca que repite la palabra ‘masacrados’ porque quiere “exactitudes aterradoras”, […] “porque todos los colombianos —incluido el Presidente, así finja no saber, así busque eufemismos— sabemos lo que significa ese campo semántico de las masacres, con sus prácticas macabras y sus víctimas”.

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“¿Cómo es posible fingir que no vemos esa figura que vuelve a dibujarse juntando en el mapa los puntos, los muertos y las viejas escenas?”, pregunta Reyes. “Nadie que haya vivido o heredado o leído la historia reciente de Colombia puede declararse sorprendido frente a estos patrones ‘familiares’ de violencia ni ignorar las palabras que los nombran”.

Luis Felipe Gómez Restrepo recoge en El País, de Cali, el término ‘Nuda Vida’, rescatado por el filósofo italiano Giorgio Agamben, para graficar la masacre de los 5 niños en Cali. “La visión más cruda de la ‘Nuda Vida’ […] nos confronta como en un espejo y nos hace reflexionar. La ‘Nuda Vida’, la vida matable, desprovista de todo misterio, de todo rito, de todo simbolismo, puede ser acabada, sacrificada de forma impune porque no le damos trascendencia y eludimos reconocer su dignidad humana”, escribe, como si los destinatarios de su mensaje fueran los que quieren cambiar el terminó masacre por el de ‘homicidios colectivos’.

“En Colombia, la muerte se nos ha hecho natural, porque la vida de algunos no es más que ‘nuda vida’; existencia tan irrelevante para el Estado, como para los micropoderes, en zonas que parecen ausentes de Dios y Ley”, lamenta Gómez Restrepo. “[…] Hemos permitido en procesos de empobrecimiento y despojo, que la vida de estos jóvenes quede desprovista de todo lo que la protege y hasta se crea que pierde lo que la hace sagrada”.