Gaviria descalifica en su columna a ese funcionario judicial, a quien tacha de “cantinflesco” porque, al confesar su intención de acusar, “deja claro que solo quiere usar a la hija [de Merlano] para encontrar a la madre prófuga”.

Y cita el argumento que usó el fiscal ante la jueza para sustentar su decisión de capturar a Aída Victoria Merlano Manzaneda: “Aquí hay una urgencia y necesidad de justicia en el sentido de que esta señora sigue evadida, nadie está dando información de dónde está, nadie dice dónde se encuentra, entonces esa es la urgencia y la necesidad, en el sentido de que se necesita recapturarla”.

Por eso, Gaviria dice que “resulta temible cómo un solo hombre, rebosante de torpeza y severidad, puede mover al Estado hacia el absurdo y el abuso”.

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A partir de ahí, el columnista teje una serie de ideas con las que consigue darles dimensión y proporciones a lo que significan el Estado y sus agentes frente a los ciudadanos comunes y corrientes.

“El Estado tiene siempre una fuerza desproporcionada frente al ciudadano, sus movimientos imperceptibles, sus pequeños descuidos, pueden aplastarnos. Las payasadas de sus agentes implican siempre un peligro antes que una gracia. En sus despachos y oficinas lo risible termina siendo terrible para alguien”, escribe Gaviria.

Fuga Aída Merlano

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En ese marco, lamenta “oír la majestad de la justicia encarnada en el fiscal que pide la detención preventiva de la hija de Aída Merlano” y asegura que “causa miedo y desconsuelo”.

La razón para ello es simple: “Antes de ese alegato habían actuado decenas de policías, el avión para el traslado, las cámaras sobre la figura de una joven esposada […]. No importa que la conducta de la hija de Merlano no encaje en el Código Penal […]. No importa la falta de evidencia para acusarla de complicidad. Se trata únicamente de presionar a la fugitiva, de castigar por interpuesta persona a la manera de las mafias y las dictaduras”.