Eso, asegura García Posada en su escrito, desvirtúa el “verdadero sentido de la responsabilidad de interpretar la realidad y orientar a los lectores acerca de los hechos de actualidad e interés público”, y destaca que escribir columnas de opinión “es cada día más una actividad profesional, no un disfrute personal, ni un factor de lucimiento individual o un modo de cultivar y ensanchar el ego para obtener beneficios en materia de fama, poder o dinero”.

Afirma que su comentario va dirigido a los columnistas en general, aunque, pese a que no la menciona con nombre propio, el foco de su observación es la columnista Claudia Morales, a quien se refiere como “la respetada colega que ha venido ocasionando variadas y hasta temerarias conjeturas en una audiencia afectada por la crispación política”.

“El criterio de veracidad, la sindéresis, la pertinencia y la oportunidad son algunas de las condiciones que debe reunir un comentarista, sea o no periodista”, agrega García Posada, y abre un nuevo debate, anexo al que ya desató Morales en el ámbito nacional, y con repercusiones internacionales, al revelar hace más de 10 días que fue violada por uno de sus jefes. “Un columnista debe ayudar a buscar respuestas, claves de interpretación”.

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Y vuelve al caso de Morales en tono de diatriba, aunque sin mencionarla: “Proponer un juego incierto de adivinanzas en lugar de despejar dudas e incertidumbres es, por lo menos, malgastar el tiempo y el espacio disponibles y soslayar la responsabilidad de servirles como guía de perplejos a unos ciudadanos confundidos en el maremagno de una actualidad caótica y alucinante”.

Sin embargo, otra idea tiene Yolanda Reyes, que, en su columna de El Tiempo, sostiene que la “ola de palabras” de la cual hacen parte las de Morales, “ha sacado del fondo, como un tsunami, abusos sexuales, desde el acoso hasta la violación”. Añade que “esos fragmentos de voces nos han puesto a descifrar secretos que no sabíamos que sabíamos y, de repente, andamos con el espejo retrovisor rebobinando la vida y mirando el pasado con nuevos ojos”.

Para ella, si bien la “perturbadora mezcla” incomprensible de miedo, culpa y silencio ha hecho parte del “paisaje femenino desde la infancia y desde innumerables generaciones”, lo que el movimiento #MeToo ha sacado a la luz es “la constatación (pues no es ningún descubrimiento) de esa vieja alianza entre sexo y poder, con la consecuente sospecha sobre la inseguridad de los entornos laborales y domésticos. Ya no es el miedo abstracto al violador como un loco excepcional que puede evitarse al no atravesar un potrero oscuro, sino el Gran Jefe: un patriarca de la familia, del país, de los medios”.

Y en una evidente oposición a las consideraciones de García Posada, este mismo lunes, pero en El Espectador, otra columnista se suma a la “ola de palabras” de la que habla Reyes y también cuenta, como Morales, que fue violada.

“Creí que era débil, o pusilánime. Pero no, no soy nada de eso. Simplemente soy una mujer, una mujer víctima de una cultura horrendamente machista, pero una mujer al fin y al cabo. Una mujer que merece respeto y una disculpa por parte de todos aquellos que le exigen un nombre a Claudia Morales, o sencillamente no le creen”, escribe en el diario bogotano Juliana Vargas Leal.

“Soy una víctima más de la cultura machista colombiana. Soy una de esas tantas mujeres que se dejó vencer por la inseguridad cuando la abusaron. Soy una de esas tantas mujeres que resolvió resistir en silencio ese ataque. Soy una de esas tantas mujeres que abrió los ojos esta semana. Yo también soy víctima, y a partir de hoy no dejaré que ningún hombre me diga lo contrario”, termina su columna.